El río Tuéjar sale a nuestro encuentro poco después de abandonar Puente Almuhey cuando posamos la última mirada sobre el Cea y su puente medieval. Los primeros kilómetros de esta jornada son llanos entre robles y matorral diverso hasta llegar a Taranilla, que proviene según dicen de “Taranis” el dios celta de los truenos y las tormentas, de la luz y del cielo, que dominaba también los ciclos de la vida.
Laguna natural en San Martín de Valdetuéjar.
Continuamos monte adelante mientras el sol va tanteando en amarillos pálidos nuestras pisadas por senderos agrícolas, salimos a una amplia explanada ocupada por una soberana laguna donde encontramos un par de autocaravanas acampadas (según nos explicaron, es este un lugar muy frecuentado por quienes desean unas jornadas de sosiego y naturaleza); el sendero nos conduce hasta una campa de buenas proporciones donde seguramente trillaron durante cientos de años los habitantes de San Martín de Valdetuéjar, localidad a la que entramos después de pasar por una espaciosa nave donde una multitud de cabras sesteaban o esperaban para salir a mejores pastos. A la puerta encontramos un camión para transportar leche, por lo que colegimos que es una granja no pequeña.
Templo románico de San Martín de Valdetuéjar.
El templo románico de San Martín de Valdetuéjar está declarado monumento histórico-artístico. Sobre la puerta nos recibe una inscripción latina cuyo texto en español reza así: “Esta es la casa de Dios firmemente edificada, está cimentada sobre la piedra firme. San Martín ruega por nosotros”. En su torre (a la altura frontal de la segunda fila de pequeñas ventanas, comenzando desde abajo) están esculpidas dos sirenas que cuentan la leyenda de dos mozas peregrinas que se amancebaron con dos frailes del hospital de peregrinos que a la sazón había en el lugar y fueron transformadas en sirenas para eterna advertencia. (Ignoro si fueron transformados los monjes que seguramente también tendrían su parte activa en el asunto). Sea como fuere, el templo es majestuoso y digno de una parada.
El Santuario Nuestra Señora de Velilla se alza en medio de un bosque de inmensos robles, cuando los peregrinos inician la subida y aún sus pies están gozosos; notan también el respiro espiritual de este lugar solitario lleno de vida y energía. Enseguida asomará allá abajo La Mata de Monteagudo, población por la que no pasaremos en nuestro Camino de Santiago.
Medio kilómetro más allá, entre prados de alfalfa, cadencia de multitud de trinos de aves y el leve sonido del Tuéjar, llegamos a Renedo donde aparece de sopetón una asombrosa muralla en muy buen estado, restos del palacio del Prado con vida entre los siglos XV-XVIII. Después de una curva del camino nos topamos con el templo de San Cipriano y casi sin enterarnos abandonamos la pequeña población de Otero de Valdetuéjar para continuar carretera adelante hasta el desvío del Santuario de Nuestra Señora de Velilla.
Inmensos robles pueblan esta ruta, se asoman a nuestros senderos, conversan con el peregrino…
A partir de este punto y hasta Cistierna, el camino se hace montaña entre tupidos y fornidos robles por donde pastan, saltan, aúllan, serpentean… numerosas especies de animales que muy pocas veces aparecen ante la mirada de los humanos. La montaña se agranda entre colores de niebla y firmamento, entre sonidos de vendaval y sosiego, entre la brisa tenue que remueve las hojas y las nevadas furtivas que esconden caminos y huellas. La senda que circunda la montaña de Peñacorada es de una hermosura que deja a los peregrinos en éxtasis de naturaleza y eternidad. Por aquí pasaron hace siglos legiones romanas, osos de antaño, visigodos de reciedumbre incontestable, siglos de humanos lejos de sus hogares buscando vida salvaje; hoy estamos dos peregrinos respirando naturaleza, siglos, fortaleza, filosofía antigua, ciencia, palabra que se hizo idioma y saltó más allá del mar, respirando instantes y eternidad…
Arriba, entre la luz y la niebla, las cumbres de Peñacorada llenas el espacio de misterio y de canciones.
Al albergue de peregrinos de Cistierna llegamos después de un descenso infinito, con los pies asustados de tanto frenar la bajada. Esta etapa del Camino Olvidado acumula un desnivel superior a los mil metros y se sitúa en el podio de las etapas de más desnivel de todo el Camino. Está cuidado el albergue, aquí nos encontramos con una peregrina que hacía camino a Santo Toribio de Liébana pues estamos en un cruce de caminos y aún otra ruta pasa por aquí que llega a Oviedo a venerar el Santo Sudario.
Javier Agra




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