martes, 29 de junio de 2021

TRAVESÍA COLLADO TIROBARRA


Otra vez por las Dehesas de Cercedilla; otra vez en el aparcamiento de Majavilán; otra vez escuchando trinos entre los pinos que contemplan nuestro lento caminar en la ascensión al Collado de Marichiva; otra vez pasamos la portillera que nos traslada a los pinos del lado segoviano en el largo y llano sendero camino del Nacimiento de Río Moros en la falda del Cerro Minguete y el Montón de Trigo.


Aquí está una de las surgencias del Río Moros.

Otra vez, sí. Y volveré aún más, Deo volente, a estos lugares ya conocidos y siempre con novedades de silencio y serena musicalidad. En mi corazón describo algún altibajo antes de llegar, apuro el caminar para sosegar después una parada ante la vista de las dos cumbres de La Mujer Muerta: La Pinareja y El Oso; en mi espíritu recuento los numerosos pinos nuevos que están a punto de cerrar el sendero muy cerca del paso entre el amplio roquedo, a punto de cerrar hacia la izquierda la última curva que remata en pespuntes de verdor el valle donde nace el Río Moros.

A partir de este punto, la senda que recorremos va sembrando nuestro espíritu de novedad; nunca habíamos recorrido estos ciento ochenta y cuatro metros de novedad entre enhiestos pinares con un breve tramo especialmente pindio para hacer más lenta la marcha y más volátil el espíritu antes de llegar al espacio abierto entre las dos cumbres de La Mujer Muerta y el Montón de Trigo acunados por el oloroso amarillo del brezo en diferentes especies y culminar el Collado de Tirobarra.


El Collado de Tirobarra está muy concurrido en dirección Montón de Trigo Mujer Muerta; para bajar hacia la Fuente de la Reina solamente estamos Jose y yo.

Mirlo, acentor, pechiazul… suenan trinos y gorjeos que animan nuestro caminar entre las retamas de brillos amarillos mientras descendemos ligeramente por tierras de Segovia en un suave caminar hasta depositarnos en una especie de meseta mirador aun sin árboles. Enseguida encontramos un sendero que se retuerce hacia nuestra derecha en rápido desnivel; se mezclan las piedras, que requieren especial atención en la pisada, con pinceladas de pradera, regresan los pinos, despuntan arroyos, el camino se difumina entre praderas.


Descenso entre el collado de Tirobarra y los Corrales de las Cabras.


Estamos en la explanada de los Corrales de las Cabras o del Regajo.

El Arroyo de Las Cabras, también llamado del Regajo apenas apunta hileras de agua entre los helechos y los juncos. Se amplía la pradera donde unas vacas pacen indolentes a nuestra llegada entre las ruinas de lo que fueron rediles y cuadras.

El sendero continúa, ahora escondido por el tiempo y las urces, por los pinos y las rebollas, bajo el vuelo del verderón con brillos verdes y amarillos y la aguda mirada del águila altiva que hace círculos interminables en el cielo con imperceptible movimiento.


El Chozo conserva su antigua figura para recordar a los montañeros la dureza idílica de los pastores antiguos.

Camino adelante, se despeja el matorral y la senda se amplía entre verdor de praderas y acariciadores árboles, cruzamos livianos arroyos de temporada efímera. Pronto encontramos un chozo circular de piedra en las paredes y ramajes y paja en el tejado. Nos detenemos porque queremos conversar con el alma sosegada de los antiguos pastores de estos valles. Más adelante, nos dicen, salid del amplio camino y buscad a vuestra derecha una salida que os depositará en la carretera frente a la Fuente de la Reina.


Fuente de la Reina. Aquí nos lavamos el rostro y damos cuenta de un buen bocadillo.

Subimos por la Antigua Calzada Romana, en un recorrido realizado varias veces con anterioridad, hasta el Puerto de la Fuenfría. A la altura de los antiguos Corrales de la Majada de Minguete encontramos una rara mariposa que nos esperó y continuó sobre la misma piedra tras nuestra marcha.


Esta vistosa mariposa es nocturna, es la mariposa isabelina; se llama Graellsia isabelae, descubierta por el naturalista español Mariano de Paz Graells en Peguerinos en mil ochocientos cuarenta y ocho; él la bautizó como Saturnia isabellae como homenaje a la reina Isabel II. Posteriormente pasó a llamarse Graellsia isabelae en honor a su descubridor.

Desde el Puerto de la Fuenfría regresamos por el antiguo Camino de Segovia, anchurosa senda muchas veces recorrida y siempre admirada.

Javier Agra

 

viernes, 11 de junio de 2021

RÍO DULCE


Expande perfumes la primavera por las riberas del río Dulce entre las Hoces de Pelegrina. En medio de la seca tierra Castellana, asoma un asombroso barranco verde y húmedo con abundantes nogales, fresnos, sauces, álamos… en conversación de siglos con los humanos que aquí asentaron su vivienda mucho después de que la erosión y el agua formaran visiones de hermosura entre estas rocas calizas donde juguetean, se esconden, aparecen ante nuestros asombrados ojos cuevas sinuosas,  milenarias torcas, porosas tobas, geología asombrada hija y nieta de antiguos mares, de glaciares con millones de años…


Desde el Castillo de Pelegrina contemplamos este asombroso circo del río Dulce.

Treinta y seis kilómetros de río que llega hasta el Henares, para caminar acompañando al Jarama y después al dolorido Tajo, el río Dulce duerme finalmente en el océano Atlántico. Desde el kilómetro ciento dieciocho de la autovía dos, salimos dirección Sigüenza hasta el pueblo de Pelegrina. Un momento antes hicimos una parada en el Mirador Félix Rodríguez de la Fuente quien recorrió numerosas veces estos senderos que hoy haremos nosotros.


Unos metros antes del desvío a Pelegrina llegamos al MIRADOR FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE desde el que gozamos de asombrosas vistas.

Es necesario aparcar antes de entrar en el pueblo, de modo que ya caminando llegamos al inicio lírico y bucólico de nuestra marcha. Una asfaltada pendiente se inclina hasta la margen derecha del río que sosiega la vista y el corazón entre nogales, álamos, fresnos de verdor risueño, de altura llamativa. Pronto encontramos un puente de madera que lo cruza hacia nuestra derecha. Las rocas con sus formas de gigantes, de llamativas ventanas, de retorcidas sinfonías habían detenido más de una vez nuestra marcha en toques de admiración y embeleso.

Sobre el puente de madera cruzamos el río, para iniciar un camino circular ascendente.

El sendero asciende en suave pendiente, sobre nosotros una nidada de buitres entre la oquedad de alguna roca, en el cielo vuelos de apaciguadas parejas de buitres, de águilas perdiceras, en nuestro camino quejigos y encinas hasta llegar a las campas altas donde el verdor de la hierba de esta primavera se mezcla con espinos y enebros en los que revolotean pequeños y variados dípteros, brillantes colirrojos, gorriones de inquieto vuelo. Hacia el cauce del río dominamos las quebradas y los requiebros repletos de altos chopos, de serenos sauces, el arroyo hace sinfonías incompletas entre meandros y breves cascadas.


Cascada del Gollorio está sin agua en esta época de avanzada primavera. El entorno es sereno, risueño, sublime…

Así llegamos hasta la nombrada Cascada del Gollorio, sin agua en esta temporada calurosa. El sendero continúa entre alturas de verdor y trinos, de cantuesos y mariposas, cruzamos el Arroyo del Gollorio y enseguida comienza un descenso en el sendero hasta que llegamos a un marcado desvío que nos adentra de nuevo en la orilla del río.

Cruzamos nuevamente hacia la margen derecha por unas piedras labradas y situadas a modo de puente. Sombra y quebradas, vegetación y sonidos de innumerables aves nos invitan a un silencio a corazón abierto para respirar naturaleza en sus versiones de color, sonido, sosiego, libertad, fortaleza…

Cruzamos el río apoyados en estas piedras que son un teclado de agua gorjeo de pájaros.

Caminamos despacio, por no querer salir del paraíso recién descubierto; caminamos despacio para conversar con los quejigos y los blancos álamos del río; caminamos despacio para entregar nuestro corazón a la tierra que habitamos y acuna nuestro pasado y nuestro futuro en un presente de idilio enamorado. Así llegamos a la caseta donde Félix Rodríguez de la Fuente guardaba material de sus múltiples expediciones y trabajos por esta zona.

Estamos terminando el recorrido, regresamos al pueblo antes de subir al Castillo que divisamos al fondo.

Volvimos al pueblo. Aún nos quedaron fuerzas, hoy caminamos menos de lo que tenemos por costumbre, para subir hasta el Castillo en ruinas desde el que se domina una amplitud inmensa del magnífico descubrimiento que hicimos esta mañana en el recorrido de los barrancos de Las Hoces del Río Dulce.

Javier Agra