lunes, 31 de diciembre de 2018

FIN DE AÑO, OTRO COMIENZA


Participo de esta inmensidad que es la tierra, formo parte de la naturaleza entera como la piedra y la madera, como el aire y el relámpago, como los grillos y las abejas, como el castor y el lobo, como el alerce y el madroño, como la encina y el manzano...

He visto las raíces de esta tierra aportando sosiego y constancia a los árboles en su ancianidad para que entreguen sabiduría nueva a los iniciales brotes y así puedan llegar a formar parte del futuro en una cadena compartida de esperanzas y deseos de PAZ. De ellos, de la música de sus ramas y el viento cuando se unen para formar orquestas en los ocasos de viento y nostalgia, de su sombra reparadora en el sudor de una jornada de camino he aprendido el esfuerzo y la poesía. He visto la novedad de los tallos recién nacidos cuando aún son cánticos de arroyos y riberas, cuando comienzan a poblar de risueña hoja nueva las laderas y las colinas.

Mi intención es nutrirme de la sabiduría y el sosiego de este árbol anciano y sus jóvenes brotes. Lo encontré en el camino de retorno a Peñalba de Santiago después de visitar la Cueva de San Genadio. Pero en todas partes he visto árboles a los que se puede abrazar y de los que conviene aprender.

He paseado praderas donde los animales comen entre humedales y entre las hierbas de secano, donde la ágil cierva barrita a su cría recién nacida y los conejos saltan entre juegos y huidas; collados donde las vacas son las dueñas del silencio y del presente porque llevan siglos de estancia en estos pastos por donde los montañeros hacemos hoy caminos de montaña.

He subido a las colinas de muchas partes de esta tierra para contemplar arroyos que nacen diminutos, antes de ser inmensos ríos de aguas con murmullo de otros pueblos y otros siglos; he visto robles con milenios en la mirada, soñadores castaños de crecimiento sereno y fruto compartido, he saludado alimañas asustadizas que se vuelven animales de compañía al final de la jornada.

Vista desde la cumbre de Peña Orniz. Por estos valles nace el Río Sil.

He subido a las altas montañas donde el rumor del aire narra cuentos del mar y de otros continentes, donde las aves se posan a mi lado y me susurran palabras de idiomas muy lejanos; me han contado los pájaros que todas las personas tenemos el mismo ritmo de corazón, el mismo circuito de sangre; me hablan al oído para decirme que han visto pieles de diferentes colores y que cuando tendemos la mano y la juntamos a las otras manos, estas pieles forman un arco iris de humanidad brillante indisoluble en la risa y el futuro.

Javier Agra.

domingo, 30 de diciembre de 2018

SANTIAGO DE PEÑALBA


Seguramente estoy bajo el balcón más fotografiado del pueblo de Peñalba de Santiago.

En el recoleto y escondido Valle del Silencio, bajo los montes Aquilianos en el Bierzo de León, visité de nuevo después de muchos años el templo mozárabe de Santiago de Peñalba.

El pueblo de Peñalba de Santiago y su entorno, visto desde la Cueva de San Genadio.

Peñalba de Santiago en un silente pueblo remodelado por completo; a su entrada existe un aparcamiento para continuar caminando por las calles y el sosiego. Allí permanece con el murmullo de siglos pasados el río Oza y su Valle, las montañas, la lumbre vieja y las modernas antenas disimuladas.

Aquí los viejos castaños se levantan en sus siglos de misteriosa lentitud mientras dejan paso poco a poco a los nuevos retoños que continuarán la vida floreciendo en la esperanza de un tiempo siempre mejor de lo que fue el anterior. El agua serena y los caminos de antaño suenan con los gorjeos de la historia pasada y presente.

Iglesia de Santiago de Peñalba, vista exterior.

Allá en la primera mitad del siglo diez, el abad Salomón construyó un reducido templo que hoy contemplo con serena admiración. Lo hicieron los mozárabes imitando el ladrillo que era, por entonces, el mayor adelanto tecnológico. Entramos por un doble arco de herradura apoyado en tres columnas de mármol.

Puerta con doble arco de herradura y sus tres columnas de mármol, entrada a Santiago de Peñalba.

En su interior tiene dos ábsides. Según la tradición, la que mira al este era el presbiterio inicial con su altar, su sede y su ambón; poco más tarde, el mismo Abad Salomón mandó construir el ábside del oeste para enterrar allí a San Genadio, un santo por aclamación popular al que nunca ha canonizado la Iglesia.

Allí se mezclan las runas celtas con elementos visigodos y estructuras de inspiración árabe. Ahora que están “limpiando” su interior descubrimos, con ayuda del guía comentarista, pinturas y grabaciones murales que hablan de los primeros años de su consagración y uso litúrgico. Hoy ya no se utiliza para la liturgia, pero yo visito el antiguo templo con unción y asombro.

Tumba donde fue enterrado San Fortis, junto al muro del templo.

En su exterior se añadió poco más tarde una tumba para dar sepultura a otro de sus santos abades, San Fortis donde permaneció hasta comienzos del siglo diecisiete que fue enterrado en otros lugares “más nobles” hasta llegar a la catedral de Astorga en mil seiscientos veintiuno.

Javier Agra.

viernes, 28 de diciembre de 2018

CUEVA DE SAN GENADIO Y VALLE DEL SILENCIO



Valle del Silencio. Vista desde la Cueva de San Genadio.

Entre el río Oza y el montañoso bosque de esta parte del Bierzo, apenas dejan resquicio para una estrecha y serpenteante carretera que nos lleva desde Ponferrada hasta Peñalba de Santiago. Estamos en los días primeros de este cálido otoño. Dejamos la mochila en el coche porque para llegar a la Cueva de San Genadio parece que no será necesaria su provisión.

Entorno montañoso de la Cueva de San Genadio en el Valle del Silencio.

Unos pasos más allá de la iglesia mozárabe de Santiago de Peñalba, sale pueblo abajo un estrecho camino asfaltado que pronto se mudará a camino de tierra. Vamos a la sombra de robles y castaños en un bosque que encierra hadas y cuentos entre el sosiego y la soledad de la mañana. Esta comarca del Silencio hace honor a su nombre mientras sorteamos curvas y hayas antes de llegar al Arroyo de Peñalba con diversos saltos graciosos de gua.

Cruzamos el Arroyo de Peñalba sobre su puente de madera.

Lo cruzamos sobre un puente de madera y continuamos el camino en sigilosa conversación y tenue ascenso; nosotros que somos montañeros queremos conservar el asombro de este lugar de colorido sonido de agua y de pájaros. Estamos bordeando la Cruz del Pico, ascendemos por las faldas iniciales del Valle del Silencio con su arroyo del Silencio a nuestro lado. Admiro el valor de San Genadio y siento que yo también podría quedar fascinado por esta naturaleza infinita de soledad y corazón de vivaz naturaleza.

A nuestra izquierda se pierde un camino, por el que regresaremos más tarde, con un cartel que indica que por aquí se llega a Peñalba de Santiago. Continuamos de frente en busca de la Cueva de San Genadio. Aumenta el remanso de agua, aumenta el caudal en forma de meandros y de diminuto delta; hoy podemos pasar con comodidad entre las raíces y las piedras hasta dejar atrás el Arroyo del Silencio bajo su puente de madera.

El Arroyo del Silencio tiene su puente de madera.

El sendero se estrecha y se hace más agreste para ascender por una mística ladera entre encinas y rayos de luz mañanera. A nuestra espalda se abre, inmenso y radiante, el Valle del Silencio; abajo va ganando profundidad del Arroyo del Silencio mientras nos acercamos con emocionada curiosidad y reverente unción a la Cueva de San Genadio.

Llegamos con silencio y unción ante la Cueva de San Genadio.

La cueva está acondicionada a modo de ermita con una humilde adecuación a la cueva antigua donde San Genadio moró largas jornadas. Desde aquí se divisa el pueblo, las montañas, la vida, las aves, el agua, la luz inmensa, el cielo… Desde aquí se contempla la lentitud austera del pasado, desde aquí se recuerda el presente que vive veloz en el instante acaso irreflexivo y en incesante cambio. Me siento bajo una encina a la entrada de la Cueva para recordar en el corazón que la naturaleza y la vida tienen ritmo lento y sosegado.

Interior de la Cueva con su imagen de madera sobre una peana esculpida en la roca, tras el altar. Ese pequeño atril que aquí observáis, también hace de ambón en las ocasiones que la liturgia lo requiere.

Regresamos sobre nuestros pasos hasta el camino que dicho tengo; camino que nos llevará hasta el pueblo entre grandes farallones bajo los Montes Aquilianos. Entre castaños viejos y juveniles árboles dejamos atrás una cascada, el cementerio, el sosiego del monte y entramos en el pueblo en sosiego, en el momento del primer bullicio del turismo que comienza a romper el misterio de paz del Valle del Silencio.

Javier Agra.