Participo de esta
inmensidad que es la tierra, formo parte de la naturaleza entera como la piedra
y la madera, como el aire y el relámpago, como los grillos y las abejas, como
el castor y el lobo, como el alerce y el madroño, como la encina y el manzano...
He visto las raíces de
esta tierra aportando sosiego y constancia a los árboles en su ancianidad para
que entreguen sabiduría nueva a los iniciales brotes y así puedan llegar a
formar parte del futuro en una cadena compartida de esperanzas y deseos de PAZ.
De ellos, de la música de sus ramas y el viento cuando se unen para formar
orquestas en los ocasos de viento y nostalgia, de su sombra reparadora en el sudor
de una jornada de camino he aprendido el esfuerzo y la poesía. He visto la
novedad de los tallos recién nacidos cuando aún son cánticos de arroyos y riberas,
cuando comienzan a poblar de risueña hoja nueva las laderas y las colinas.
Mi intención es nutrirme
de la sabiduría y el sosiego de este árbol anciano y sus jóvenes brotes. Lo
encontré en el camino de retorno a Peñalba de Santiago después de visitar la
Cueva de San Genadio. Pero en todas partes he visto árboles a los que se puede
abrazar y de los que conviene aprender.
He paseado praderas
donde los animales comen entre humedales y entre las hierbas de secano, donde
la ágil cierva barrita a su cría recién nacida y los conejos saltan entre
juegos y huidas; collados donde las vacas son las dueñas del silencio y del
presente porque llevan siglos de estancia en estos pastos por donde los
montañeros hacemos hoy caminos de montaña.
He subido a las colinas
de muchas partes de esta tierra para contemplar arroyos que nacen diminutos,
antes de ser inmensos ríos de aguas con murmullo de otros pueblos y otros
siglos; he visto robles con milenios en la mirada, soñadores castaños de crecimiento
sereno y fruto compartido, he saludado alimañas asustadizas que se vuelven animales
de compañía al final de la jornada.
Vista desde la
cumbre de Peña Orniz. Por estos valles nace el Río Sil.
He subido a las altas
montañas donde el rumor del aire narra cuentos del mar y de otros continentes,
donde las aves se posan a mi lado y me susurran palabras de idiomas muy
lejanos; me han contado los pájaros que todas las personas tenemos el mismo
ritmo de corazón, el mismo circuito de sangre; me hablan al oído para decirme
que han visto pieles de diferentes colores y que cuando tendemos la mano y la
juntamos a las otras manos, estas pieles forman un arco iris de humanidad
brillante indisoluble en la risa y el futuro.
Javier Agra.
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