sábado, 28 de diciembre de 2019

LA NAJARRA DESDE LA SENDA SANTÉ



Otra vez la Sierra de Guadarrama en su vertiente madrileña. Multitud de posibilidades para el asombro de los montañeros. Diversidad de visiones de un mismo lugar según la época del año, del día y aún del ánimo de los aventureros de las cumbres. Hasta la cumbre de la Najarra se puede llegar desde distintos lugares, hoy subimos desde Miraflores de la Sierra siguiendo la Senda Santé.

Desde Cuatro Calles se ve la Najarra.

Hemos superada la zona de prados desde que comenzamos nuestra marcha, hace un buen rato, en el aparcamiento de La Fuente del Cura del pueblo de Miraflores; atrás quedó también el pinar de Aguirre; nos asomamos con asombro a diferentes miradores siempre en ascenso. Respiramos un tiempo ahora que hemos llegado al otero de Cuatro Calles. Atrás ha quedado la parte más dura y de peor sendero, entre rocas amplias, torcidos troncos, senderos de despiste…

Estamos cerca de la cima. A partir de aquí el trabajo es de pisadas y nieve, de sosiego y lucha, de entusiasmo y paciencia.

La Najarra se agranda a medida que nos acercamos. Como si fuera un inmenso ogro de los cuentos que quisiera asustar a los fatigados montañeros. Nosotros respetamos a la montaña en todo momento, sabemos que la cautela es siempre nuestra compañera necesaria, tanto como el agua y más aún que los frutos secos. La montaña es amigable y recibe con inmenso cariño, pero antes pone tropiezos como si pretendiera defenderse o poner pruebas a los montañeros.
 
Najarra cima.

Desde la cumbre de la Najarra contemplamos de frente la formación bellísima de las diferentes alturas de la Cuerda Larga; a nuestra izquierda, laderas de pinos por las que otras veces hemos llegado hasta Hoyo Cerrado; el Paular y una serie de serenos pinares a nuestra derecha; en el fondo de nuestro corazón, la PAZ. 

Javier Agra.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

LA MUJER MUERTA, OTRA VISITA



    Las cumbres de la Sierra de Guadarrama se levantan enhiestas e infinitas más allá de pueblos y Comunidades Autónomas, son mandamientos de piedra escritos en los siglos para alertarnos de la pequeñez de las fronteras físicas, mentales… que nos ponemos los humanos por asuntos de tortuosidad mental.
 
Diversas leyendas adornan las cumbres de esta majestuosa y preciosa montaña con diferentes cumbres. La mujer muerta o mujer dormida por los siglos, tiene su origen, dicen unos, en una doncella que murió de amor al no ser correspondida por un caballero que no volvió, una neblina de tul cubre con frecuencia su cuerpo en forma de nube transparente. 

Cuentan otros que es la madre de dos jefes de tribu que prepararon sus ejércitos para enfrentarse en una guerra fratricida de sucesión; la madre ofreció su vida a los dioses a cambio de la muerte de uno o acaso de los dos hijos. La mañana en que se enfrentarían los dos ejércitos amaneció con una altísima montaña entre ambos… los hermanos comprendieron que era su madre muerta y presente para eterno recuerdo en la memoria. Cuentan que, de vez en cuando, los espíritus de sus dos hijos, en forma de nube, se acercan a besar las mejillas de su madre.

Panorámica de la MUJER MUERTA vista desde la cima del Montón de Trigo. Dicen que La Pinareja corresponde a la frente, El Oso son la manos cruzadas sobre el pecho, a continuación el Pico Pasapán corresponde a los pies que continúa bajando por la Majada Pielera. Más allá se divisa La Serrota en la provincia de Ávila y Gredos.

Para llegar al Montón de Trigo, habíamos subido hasta Cerro Minguete desde el aparcamiento de Majavilán y el Puerto de la Fuenfría. El camino por estas montañas es siempre una ensoñación de esperanza y libertad, entre el sol, la nevada y el vuelo libre del corazón.

Desde Cerro Minguete, con las botas clavadas en la nieve, contemplamos de inmediato la falda del Montón de Trigo por donde subiremos hasta su cumbre; un poco más allá, La Pinareja y El Oso.

Javier Agra.

sábado, 21 de diciembre de 2019

ACISA DE LAS ARRIMADAS



Desde el otero donde se encuentra la Ermita de San Hipólito, Acisa brilla de nieve y recuerdos.

Es un hecho que no sabemos las circunstancias que se juntan para que comencemos naciendo en un lugar de los millones de recovecos que tiene nuestra tierra; pues bien, de ese lugar no nos olvidaremos ya, por más años que pasen sin que lo retomemos en la retina de nuevo; el corazón lo retiene de un modo especial y, a menudo, sale a pasear con nuestros paseos.

Esta fotografía es el daguerrotipo de tiempos ya olvidados mientras se cargaba un carro de trigo o de hierba. Mis padres, Felipe y Alicia, junto a mi hermana Irene y mi hermano Miguel, las vacas se llamaban Bonita y Garbosa.

Recuerdo Acisa cuando aún no tenía luz eléctrica ni, mucho menos, pasaba la carretera por el pueblo. La aldea era lugar de  habitantes mineros de carbón que cada madrugada y aún antes de ser de día salían caminando en cuadrilla hacia Sotillos o Sabero por la “senda de los mineros”, con los años esta senda se ha ido borrando del monte pero nunca de la memoria;  las calles embarradas o polvorientas según la época del año eran transitadas por la lentitud de los carros tirados por cansadas vacas; los niños en la escuela pasábamos horas felices, allí recuerdo mi primera lectura (no completa) del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, después lo he leído varias veces siempre con divertido entusiasmo.

El caño permanentemente activo era la fuente común de la que bebíamos y vivíamos, también nuestros animales abrevaban en sus aguas, el sobrante salía hacia el reguero para llegar a alguna huerta cercana y regar hortalizas y algún afortunado frutal.

La Labiada y los Cantones, casi inseparables en el recuerdo, coronados por la ermita de San Hipólito; allí nos juntábamos para esperar a las ovejas que volvían en rebaño común; allí nos contaban los “viejos” historias pasadas, eran nuestro hilo con el presente y el salto hacia el futuro.

En esa casa de la fotografía viví durante algunos años, hacía ocho años que había nacido cuando la construyeron mis padres en el año mil novecientos sesenta, ayudados por un albañil que venía cada día desde Yugueros. Fue el mismo año que estuve postrado en la cama con aquella enfermedad leucémica durante ocho meses, en ese tiempo aprendí a hacer punto y a tener paciencia. Tres años después abandoné Acisa de las Arrimadas para continuar naciendo en el País Vasco y en Cantabria y en Cuenca y en Salamanca y… últimamente nazco cada mañana en Madrid, en una tierra sin fronteras. En los diversos lugares he visto que el sol, la luna, el aire, las aves… tienen el mismo ritmo de nuestro corazón y en todas partes he aprendido a palpitar con la libertad de los espacios abiertos a la palabra común que es la humanidad igual en todas partes.

Javier Agra