viernes, 22 de junio de 2018

CONVIVENCIA




Mirad que serena armonía de naturaleza y colores tiene nuestra Sierra de Madrid en torno a sus arroyos cuando el verano apunta su primera mañana. Es una coreografía serena para celebrar la vida como si escucháramos a Händel mientras la composición de su Acis y Galatea por estos parajes de sosegado reposo. Los amores de ninfas y pastores acoplan el verdor, el agua, la vida, los trinos canoros, las ramas sedosas de los árboles, los tallos de los frágiles helechos en una sinfonía de sonido y de luz en amorosa conjunción de paz.  

Javier Agra

jueves, 21 de junio de 2018

ARROYO DE LAS ZORRAS


Junio tiende a su final entre marañas de calor. Los montañeros planeamos excursiones por espacios naturales donde la arboleda nos proteja en las horas de sol. Hoy vamos buscando tejos.

Los Tejos del Arroyo de las Zorras agradecen la visita de los montañeros.

Los tejos más espectaculares de la Comunidad de Madrid están en el Arroyo de Valhondillo al que ya hemos visitado en diferentes ocasiones, esta mañana nos adentramos en otro valle menos frecuentado. Nos aproximamos al Arroyo de las Zorras desde el pequeño aparcamiento situado en el kilómetro treinta y cinco y medio de la carretera ya de bajada desde el Puerto de Cotos hacia Rascafría.

El Arroyo de las Zorras cuenta historias de siglos antiguos.

Multitud de pinos, algún abedul, helechos, retamas…múltiples plantas llenas de vigor y colorido están prestas a comerse el diminuto sendero que nos esconde en el monte como si nunca hubiera existido aquí la mano humana. Diminutas campanillas y graciosas margaritas acompañan nuestros pasos hasta el Puente de la Angostura.

Estamos en una pista forestal, entre sedosos pinos de esbeltas proporciones. Cruzamos el Arroyo Pinganillos y, antes de adentrarnos en el de Valhondillo, nos desviamos por una intrincada y casi oculta senda que acompaña al Arroyo de las Zorras. Por aquí, entre las gencianas y los narcisos trompeteros, también crecerá algún tejo, pensamos en voz alta para ponernos de acuerdo de inmediato.

El Arroyo de las Zorras es una orquesta de cascadas y naturaleza.

La primavera suena a cascadas y aluvión, huele a miel y nidadas de pájaros nuevos; suena a siglos pasados y a canciones en sus primeros ensayos. Suelo mullido y turbio de agua y barro, los montañeros caminamos entre piedras y agua, entre suave hierba y ramajes rasantes mientras van saliendo a nuestro paso los tejos asombrados. Los tejos han oído que los humanos van a visitar a los vecinos de Valhondillo; hoy se sienten importantes los tejos del Arroyo de las Zorras porque tres montañeros han preferido su conversación.

Los tejos del Arroyo de Las Zorras conversan con los montañeros.

Los tejos del Arroyo de las Zorras también conocen historias milenarias de nevadas que preocuparon a las fieras antiguas, conocen historias de vendavales cuando el pechiazul y el verderón se escondían entre sus ramas para que las águilas no se los comieran, conocen bien al escondido tejón y al majestuoso corzo, conocen los calores cuando el agua escasea y las salamandras y las ranas estrechan relaciones por obligación.

Los montañeros subimos entre el agua y el monte hasta las faldas mismas de la Cuerda Larga; se terminan los pinos, concluye la sombra, los rayos del sol comunican una hora avanzada. Caminamos en silencio entre la frondosa naturaleza vegetal, la musicalidad de los diferentes arroyuelos, el festivo saludo de las aves… el sosiego, la armonía del alma unida a la tierra entera, la risueña luz de este verdor de junio… Los montañeros regresamos buscando siempre alguna vereda nueva en esta parte de la sierra muy poco frecuentada por los humanos. Los siete tejos que hemos visto nos saludan de nuevo al pasar y agradecen la visita.

Javier Agra.

miércoles, 6 de junio de 2018

MONTE ABANTOS


Desde el Escorial.

Llegamos en coche hasta el aparcamiento situado en la Avenida de Carlos Ruiz, cerca del Hotel Felipe II y del Euroforum; bajo el muro del embalse del Romeral… Seguramente las pistas, aunque son ciertas, serán indefinidas; el Escorial se enreda en calles y nombres. Pero se llega; a todas partes se llega; la calma, el sosiego… conducen al destino deseado; en la vida normalmente se emplea tiempo para llegar, también la naturaleza llega a sus hojas, sus flores, sus frutos con tiempo y sosiego, con agua y brisa, con sol y serenidad. Para estas cosas de las rutas montañeras, también ayuda el G.P.S.

Ya estamos caminando.

La carretera dibuja una cerrada curva hacia la izquierda, al pie mismo del muro del embalse. Una escalinata de piedra nos adentra en el carcomido sendero de piedra y raíces vegetales que continuamos hasta cruzar una valla por la que accedemos a otra pista amplia que baja hasta el arroyo, lo cruzamos y continuamos monte arriba ligeramente por nuestra izquierda.

Al fondo se entrevén las rocas donde anidaron hace décadas numerosas familias de abantos; actualmente se han ido en busca de lugares de sosiego.

Allá arriba se asientan moles de granito donde los abantos construyeron antaño sus nidos; por estos pinares en que serpentea el sendero debieron cruzar su silencioso vuelo. Los montañeros no los hemos visto por estas latitudes, acaso seamos muchos humanos los que habitamos en la cercanía y haya preferido escabullirse a parajes más solitarios.

Las escarpadas curvas ascendentes están acompañadas del sonoro canto del arroyo del Romeral que lamenta su temporalidad entre los pinares y el tapiz verde de la ladera suave; ascendemos y en la altura se extiende un valle que continuamos hasta el fondo. Atrás han quedado la Solana de La Barranquilla y  la Solana de En medio; estamos en una tregua del pinar, las vacas pastan en torno a la Fuente del Cerbunal.

Al regreso nos sentaremos en una piedra de la fuente del Cerbunal para comer manzanas y frutos secos.

El señalado GR 10 continúa su discurrir hasta nuestro destino. Nosotros preferimos continuar el sendero que parte al pie del grueso tronco señalado con un aspa casi invisible que recuerda que por aquí no continúa el GR. El color brillante del pelo de las vacas está mimetizado con el ocre del sendero, con la luz tamizada de nubes entre los pinos.

Desde la loma cimera de la montaña, el mundo se agiganta más allá de los pueblos, de las nubes, de los valles y los océanos.

Salimos de la vegetación y caminamos por la loma cimera de la montaña. Las nubes en esta mañana de junio son arpas de la brisa musical de estas alturas; tal vez, allá abajo, pueblos y valles, ignoran la música de armonía sosegada de las cumbres.

El abrazo al vértice geodésico es un abrazo a la montaña y al corazón de la naturaleza entera.

El vértice geodésico es el punto más llamativo, el lugar donde el montañero une con su abrazo el corazón de la montaña a sus propios latidos y al corazón de la naturaleza entera. En el Abantos, el punto más alto está unos metros más arriba, por eso los montañeros llegamos hasta el muro de piedra donde la montaña nos lleva más cerca del cielo.

Javier Agra.

sábado, 2 de junio de 2018

EL JARDÍN DE LOS GUERREROS



Estamos en el Jardín de los Guerreros, corazón luminoso de la Pedriza entre el cielo y el sosiego; sobre estas esculturas de siglos de verde y de piedra vuelan los mismos pájaros que hace siglos, mantienen el brillo insumiso de su plumaje libre, de su mirada que inventa la paz y la música; las mismas aves que clavan sus patas en el amor de la tierra y construyen arboledas de esperanza entreabierta. Vuelan los pájaros sobre esta inmensidad de roca y agua para expulsar el dolor de la tierra, para construir cantos felices de nacimientos diarios en flores, en hojas, en viento. La Pedriza es una amorosa presencia en este Jardín de los Guerreros.