De la mayoría de los
madrileños y aún otras personas avisadas es conocida la amplitud del monte del
Pardo. Yo lo recorro por parcelas según el interés de mayor o menor
kilometraje. Uno de los puntos en los que más frecuentemente recalo es en el
Cerro de Valpalomero. Conocido por su mirador y su fuente, pero también por la
serenidad mística que me inspira cada vez que allí llego, aunque sea la número
doscientos siete.
El amanecer va quedando
a mi espalda mientras camino calle abajo por Valle de Pinares Llanos y entro en
los parque que cuelan sus caminos para confluir en una ligerísima subida
paredaña a la Federación Nacional de Golf antes de empapar todo mi espíritu de
encinas y aves, de retamas y conejos confiados en estas primeras horas del
nuevo día, poco medrosos acostumbrados como están a las pisadas de los humanos
y al sonido liviano de las bicicletas.
Las cinco torres
de Madrid resaltan sobre la ciudad seguramente en incesante movimiento de sus
gentes.
Desde el interior de
las tapias del Pardo me subo a un altozano para fotografiar las cinco torres,
el edificio redondo del hospital de La Paz, la Plaza de Castilla y una alineada
visión de la ciudad madrileña, seguramente bulliciosa y llena de idas y venidas
hacia los lugares de trabajo a esta hora en que mi corazón ya palpita con la
naturaleza entera entre el sosiego vegetal y el vuelo de una multitud de
palomas que han decidido abandonar las ramas acogedoras de una encina a cuyo
lado estoy pasando en este momento.
Una multitud de
palomas levantan el vuelo de una encina a cuyo lado estoy pasando en este
momento.
No saben las ligeras aves,
ni saben los conejos de salto respingón, ni los jabalíes de los que solamente
me he encontrado a cuatro en todos los años de mis paseos, que mi intención es
culebrear entre la paz de estos senderos asimilando en aroma eterno de la
vegetación siempre cambiante y siempre presente; diríase que es la misma encina
repetida una y siete mil veces la que me saluda al pasar. Yo sé que son
distintas y voy conociendo la personalidad de cada una de ellas; la encina Polifemo
que me mira con un solo ojo en mitad el tronco, la encina Fénix que resurge de
sí misma desde hace varios años ya sin entrañas de tanto entregarse a la ayuda
del entorno, la encina Reptil que ha resurgido transformando su antigua ruina
en raíz en mitad de su caído tronco para restaurar la vida…
La encina que he
dado en llamar Fénix, como el ave mitológica, lleva varias décadas con sus
entrañas vacías por la constante entrega solidaria a las necesidades de su
entorno.
Tres carreteras están
ya superadas, varios espacios de pradera serena, numerosos altozanos por donde
es necesario mantener la atención precavida para no dar un traspié, cuando
llego a las piedras que fueron antaño parte del templo del Buen Suceso y que
siempre me ha parecido un misterio no resuelto su abandono en medio de este
amigable y recoleto espacio del monte del Pardo. Más allá pasaremos bajo las
vías del tren de cercanías por el que hemos bautizado como “túnel de las moscas”
para ascender después por alguno de los diferentes caminos, siempre en
pendiente, hasta llegar al Cerro de Valpalomero, todo él un magnífico mirador hacia
la sierra de Madrid, diferentes localidades por las que transcurre la carretera
nacional seis, también se divisa el hipódromo, Aluche, la carretera de
Extremadura...
Fuente de
Valpalomero.
El Cerro de Valpalomero
es, para mí en cada uno de mis pasos por este lugar, un momento necesario de
parada, un tiempo de admiración hacia la sierra, hacia el entorno, hacia el
tren que pasa como queriendo atrapar el agua del río Manzanares, el tren que
parece lo único en movimiento en este lugar se serenidad y sosiego donde hasta
las personas que llegan corriendo parecen flotar para no hacer ningún sonido,
hasta las altas águilas parecen suspender su aleteo y gozar de la quietud
inmensa de las alturas, donde la distancia entre esta pequeña meseta y las
cumbres del Guadarrama permanecen inmutables durante siglos de quietud y de
místico silencio.
El pino de las
cuatro ramas, que ha dado origen a una leyenda del Medievo (nota: si no conoces
la leyenda, amigo lector, puede que me la acabe de inventar… puede ser)
El Cerro de Valpalomero
tiene un mirador con los nombres de los lugares que se ven allá en el
Guadarrama de Madrid, más acá en los diferentes lugares del monte, nombres de
vegetación y también de su variada fauna que vuela por el cielo o se esconde
por la tierra. Desde el año dos mil uno, una fuente calma los sedientos labios de
quienes aquí llegamos. Encinas múltiples, aquí está la que me parece la más
bellas de todo el monte del Pardo, retamas variadas, adelfas de inusual tronco…
pero yo gusto de sentarme cerca de un pino legendario con cuatro ramas. Dicen
que nació cuando un noble del Medievo distribuyó a sus cuatro hijos entre
señoríos y conventos, de entre los cuatro dos fueron poetas (un hermano y una
hermana), los otros dos pintores de corte (una hermana y un hermano), los cuatro
conservan su nombre entre los tañedores de vihuela.
Aquí estoy, sobre el mirador del Monte del Pardo con la Sierra de Guadarrama al fondo.
Cierro el círculo de
mis paseos regresando por otro camino entre sendas y poesías, entre vuelos de
avecillas y bellotas de otoño.
Javier Agra