domingo, 6 de octubre de 2024

ESTAMPAS: EL ROBLE DE ANTONIA

 



Antonia fue (y ya será para siempre) la abuela de mis hijos y madre de mi mujer. Mis hijos no tienen de ella ningún recuerdo pues murió cuando mi hijo era muy niño y mi hija aún no había nacido. Tengo de ella principalmente el recuerdo que me ha transmitido mi mujer. La abuela Antonia luchó en esta tierra para mantener la dignidad de la persona y la fortaleza de vivir. La abuela Antonia defendió sola durante muchos años la familia, la hacienda, la casa, años en los que su marido el abuelo Francisco pasó trabajando en la emigración para sobrevivir económicamente. La abuela Antonia murió cuando estaba arreglando los papeles” para cobrar la jubilación. 

 

Este ROBLE DE LA ABUELA ANTONIA se mantiene fuerte en la era donde trilló durante tantos años. Días de calor y esfuerzo entre la parva y el trillo, entre el calor y la fatiga. Nosotros, ahora, cuidamos y podamos el roble de la abuela Antonia, así retenemos su memoria y su fortaleza entre nosotros, así sus nietos pueden mirar las hojas antiguas que se renuevan cada primavera por encima de la maleza que va comiendo los prados abandonados por el tiempo y ocultos entre la maleza. El roble bajo cuya sombra se sentaron muchas veces mi mujer y sus padres a comer las viandas en el breve descanso de la trilla, permanece enhiesto al borde del camino en las eras del Picón. 

 

El roble de Antonia se despierta con los primeros brillos de la aurora y esparce su luz más allá de las paredes que fueron cercado de su vida, su luz y sus ramas se extiendes más allá de las fronteras y de los días de niebla y de tormenta, allá donde ya no existe calendario ni fatigas en la trilla, donde la lluvia es siempre serena y el aire sosiega el alma. 

 

He vuelto a pasar ante el roble de la abuela Antonia, me he sentado en las grandes piedras frente a la era y allí contemplo su rostro arrugado y sudoroso, sus manos hacendosas y ágiles, sus cansados pies más de una vez agrietados por los caminos y la fatiga. Allí está también su palabra, casi silenciosa, casi oculta por el tiempo, su respiración cansada y terminal. Allí sentado escucho a la abuela Antonia respirar vida renovada desde su rostro ya resplandeciente para toda la eternidad; viva y sosegada más allá del tiempo, donde todo es luz y amanecer como las hojas de su roble mecidas en el cariñoso aire de esta mañana de otoño. La mirada y la mano cariñosa de la abuela Antonia vive más allá de nuestro entendimiento, vive para construir futuro y paz.  

 

Javier Agra.    

sábado, 5 de octubre de 2024

ESTAMPAS: VALLÓN

 

 


Ahí está la Fuente Nueva del Vallón, reencontrada el año dos mil veintidós. Hace algunos años, la gente de Moveros está haciendo una labor casi de arqueología para recuperar fuentes antiguas, de cuando el pueblo aprovechaba todos los prados y huertos cercanos, las tierras más alejadas y aún el monte comunal para el ganado y la agricultura. Eran tiempos antiguos, tiempos de arado romano y vacas, de trillos y bieldas al viento. 

Hogaño los caminos se pierden entre retorcidas rebollas y maleza informe, los caminos están hoy recorridos por corzos juguetones, por huidizos jabalíes, pesados vuelos de perdices en familia, altivas águilas vigilantes. Algún camino mantiene tu estructura a fuerza de pisadas de los pocos viajeros que intentan recordar aquellos nombres de antaño, aquellos lugares donde las vacas y las ovejas tuvieron verdor de pastos. 

Es verdad que Moveros quiere recuperar sus antiguos hornos de cocer cerámica, sus viejos molinos y sus puentes de piedra. También está haciendo de nuevo visibles sus antiguas fuentes como esta de la fotografía, LA FUENTE NUEVA DEL VALLÓN sin agua en sus entrañas, con abundante hierba en su entorno, fuente rodeada de silencio y soledad en torno al camino, a los rebollos y las urces, entre las jaras y la maleza el silencio inmenso apenas se quiebra con el piar de algún pájaro que descansa en alguna rama o vuela sin temor en el sosiego de la amplitud del campo.  

Y más allá, la mañana encuentra amaneceres de niebla lejana rota por los rayos de este opaco sol de otoño; la mañana en viento suave, apenas brisa, va derritiendo la bruma de la noche; la mañana comienza a poner luz en los caminos y permite al viajero mirar más allá de las cumbres lejanas de la Sierra de la Culebra por encima de los llanos de Aliste, más allá del Cantábrico invisible, más allá de las fronteras del agua y de los montes, más allá del tiempo presente...; donde las personas no tienen fronteras ni nombres, donde se unen los corazones y las almas para cantar a la fraternidad, a la libertad, a la eternidad. 

Javier Agra