Esta mañana también di
un largo paseo por el Monte del Pardo mientras escuchaba en mi corazón los “Seis
Momentos Musicales” opus 94 de Franz
Schubert (Viena 1798 – 1928). Son seis breves piezas musicales publicadas en
1828. El piano suena con más o menos velocidad para transportar a quien escucha
a los tiempos de Moderato o Andantino, Allegro o Allegretto.
Mientras camino entre
el piano y los trinos de las aves, el sol comienza a calentar la tierra y eleva
entre las encinas el velo de las hadas que desprende el suelo verde al evaporar
la escarcha de esta noche de invierno. Los caminos suenan bajo mis pisadas como
si quisieran quebrarse en minúsculos cristales de arena y piedra. Cientos de
bellotas permanecen esparcidas bajo los quercus, entre el revuelo de tierra y
hierba que da testimonio del paso de algún jabalí por los mismos lugares donde
yo medito el silencio y la armonía de la naturaleza.
He llegado hasta el
círculo poblado por un reducido número de alcornoques, de entre los que destacan
dos catalogados como “árbol singular” por la Comunidad de Madrid. Son esbeltos,
lozanos, frondosos… Acaso estén rozando ya los doscientos años y aún les quedan
otros cuantos de vida. Seguramente todos han visto producir su corcho bornizo
(el primero que se extrae cuando ya han cumplido los treinta años), después
seguirán produciendo capas de corcho cada diez años.
Me detengo ante este alcornoque, identificado como árbol singular por
la Comunidad de Madrid.
Me detengo ante sus
troncos, los abrazo sin posibilidad de abarcarlos dada mi pequeñez y su grosor.
¡La lentitud de la naturaleza para formarse y dar frutos! ¡El mimo cuidadoso de
quienes extraen el corcho para esperar a su tiempo y no dañar el felógeno,
tejido que protege al tronco y permite el nuevo crecimiento del corcho! ¿Hasta
cincuenta kilogramos de corcho dará este árbol de imperial presencia en cada una de sus extracciones?
El alcornoque parece
interminable, del grosor de su tronco nace otra corpulenta rama hacia la altura
y de ésta, otra de no menos bulto… y así parece que quiere formar una escalera
ascendente para recordarnos a los humanos la necesidad de aspirar siempre hacia
lo alto, hacia la contemplación y la acción como los dos pilares de
transformación de esta tierra en un lugar mejor para todas las personas y la
naturaleza entera.
Del grosor de su tronco, nace otra corpulenta rama hacia la altura…
¿De dónde viene el
simbolismo negativo del alcornoque para las personas? De su porosidad quiero
aprender, pues es necesario que mis ideas salgan de mí mismo y lleguen a otras
personas, quiero recibir ideas de otras mentes porosas; así nos enriquecemos,
podemos conversar e intercambiar opiniones, ideas, pensamientos, palabras de aliento
y estímulo…podemos mirarnos al corazón y a los ojos y sentir que somos iguales,
que unidos en el corazón y el sosiego hacemos juntos el presente y el futuro…
Muchos refranes tienen
presente al alcornoque, como este que dice “al alcornoque no hay palo que lo
toque, sino la encina, que le quiebra la costilla” para resaltar su madera
firme y dura. También en la literatura ha sido empleado este frondoso árbol
como sinónimo de tenacidad o acaso terquedad: … y delante de mi señora
Dulcinea, que yo le diré tales cosas de las necedades y locuras, que todo es
uno, que vuestra merced ha hecho y queda haciendo, que la venga a poner más
blanda que un guante, aunque la halle más dura que un alcornoque. (Miguel
de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, capítulo
XXV). “Somos como los alcornoques, unos caen de día y otros de noche” decía el
Tío Sebastián cuando tenía que dar el pésame a alguna persona por un familiar
difunto.
Los latinos lo llamaron
Quercus suber pues el epíteto suber equivale a corcho o sobrero; los árabes lo
denominaron “Aldorque” que en significado castellano equivale a desnudo o mal vestido,
para hacer referencia a la extracción de la corteza.
Otras muchas paremias señalan la importancia del
corcho a lo largo de la historia. “Deja
algún corcho vacío en tu colmenar, “pa'que” algún enjambre se pueda alojar”. Ya
Columela, célebre agrónomo gaditano del Imperio Romano, señaló la idoneidad del
corcho para la construcción de las colmenas por su capacidad aislante: “Han de
construirse las colmenas según la condición del país. Si este es abundante en
alcornoque, sin duda las haremos con la mayor utilidad de corcho, porque no
estarán muy frías en el invierno ni muy calientes en el verano”. (Lucio Junio
Moderato Columela, Los
doce libros de agricultura, IX, 6).
De todos modos, los refranes pueden ser ambiguos,
pues nunca sabremos si es oportuno o inoportuno “Andar como el corcho sobre el agua” que puede significar la duda constante, la inquietud insegura o tal vez la
fortaleza de quien nunca se rinde y mantiene el ánimo incólume ante la
adversidad.
Javier Agra.