lunes, 4 de noviembre de 2024

CERRO DE VALPALOMERO


De la mayoría de los madrileños y aún otras personas avisadas es conocida la amplitud del monte del Pardo. Yo lo recorro por parcelas según el interés de mayor o menor kilometraje. Uno de los puntos en los que más frecuentemente recalo es en el Cerro de Valpalomero. Conocido por su mirador y su fuente, pero también por la serenidad mística que me inspira cada vez que allí llego, aunque sea la número doscientos siete.

El amanecer va quedando a mi espalda mientras camino calle abajo por Valle de Pinares Llanos y entro en los parque que cuelan sus caminos para confluir en una ligerísima subida paredaña a la Federación Nacional de Golf antes de empapar todo mi espíritu de encinas y aves, de retamas y conejos confiados en estas primeras horas del nuevo día, poco medrosos acostumbrados como están a las pisadas de los humanos y al sonido liviano de las bicicletas.


Las cinco torres de Madrid resaltan sobre la ciudad seguramente en incesante movimiento de sus gentes.

Desde el interior de las tapias del Pardo me subo a un altozano para fotografiar las cinco torres, el edificio redondo del hospital de La Paz, la Plaza de Castilla y una alineada visión de la ciudad madrileña, seguramente bulliciosa y llena de idas y venidas hacia los lugares de trabajo a esta hora en que mi corazón ya palpita con la naturaleza entera entre el sosiego vegetal y el vuelo de una multitud de palomas que han decidido abandonar las ramas acogedoras de una encina a cuyo lado estoy pasando en este momento.


Una multitud de palomas levantan el vuelo de una encina a cuyo lado estoy pasando en este momento.

No saben las ligeras aves, ni saben los conejos de salto respingón, ni los jabalíes de los que solamente me he encontrado a cuatro en todos los años de mis paseos, que mi intención es culebrear entre la paz de estos senderos asimilando en aroma eterno de la vegetación siempre cambiante y siempre presente; diríase que es la misma encina repetida una y siete mil veces la que me saluda al pasar. Yo sé que son distintas y voy conociendo la personalidad de cada una de ellas; la encina Polifemo que me mira con un solo ojo en mitad el tronco, la encina Fénix que resurge de sí misma desde hace varios años ya sin entrañas de tanto entregarse a la ayuda del entorno, la encina Reptil que ha resurgido transformando su antigua ruina en raíz en mitad de su caído tronco para restaurar la vida…


La encina que he dado en llamar Fénix, como el ave mitológica, lleva varias décadas con sus entrañas vacías por la constante entrega solidaria a las necesidades de su entorno.

Tres carreteras están ya superadas, varios espacios de pradera serena, numerosos altozanos por donde es necesario mantener la atención precavida para no dar un traspié, cuando llego a las piedras que fueron antaño parte del templo del Buen Suceso y que siempre me ha parecido un misterio no resuelto su abandono en medio de este amigable y recoleto espacio del monte del Pardo. Más allá pasaremos bajo las vías del tren de cercanías por el que hemos bautizado como “túnel de las moscas” para ascender después por alguno de los diferentes caminos, siempre en pendiente, hasta llegar al Cerro de Valpalomero, todo él un magnífico mirador hacia la sierra de Madrid, diferentes localidades por las que transcurre la carretera nacional seis, también se divisa el hipódromo, Aluche, la carretera de Extremadura...


Fuente de Valpalomero.

El Cerro de Valpalomero es, para mí en cada uno de mis pasos por este lugar, un momento necesario de parada, un tiempo de admiración hacia la sierra, hacia el entorno, hacia el tren que pasa como queriendo atrapar el agua del río Manzanares, el tren que parece lo único en movimiento en este lugar se serenidad y sosiego donde hasta las personas que llegan corriendo parecen flotar para no hacer ningún sonido, hasta las altas águilas parecen suspender su aleteo y gozar de la quietud inmensa de las alturas, donde la distancia entre esta pequeña meseta y las cumbres del Guadarrama permanecen inmutables durante siglos de quietud y de místico silencio.


El pino de las cuatro ramas, que ha dado origen a una leyenda del Medievo (nota: si no conoces la leyenda, amigo lector, puede que me la acabe de inventar… puede ser)

El Cerro de Valpalomero tiene un mirador con los nombres de los lugares que se ven allá en el Guadarrama de Madrid, más acá en los diferentes lugares del monte, nombres de vegetación y también de su variada fauna que vuela por el cielo o se esconde por la tierra. Desde el año dos mil uno, una fuente calma los sedientos labios de quienes aquí llegamos. Encinas múltiples, aquí está la que me parece la más bellas de todo el monte del Pardo, retamas variadas, adelfas de inusual tronco… pero yo gusto de sentarme cerca de un pino legendario con cuatro ramas. Dicen que nació cuando un noble del Medievo distribuyó a sus cuatro hijos entre señoríos y conventos, de entre los cuatro dos fueron poetas (un hermano y una hermana), los otros dos pintores de corte (una hermana y un hermano), los cuatro conservan su nombre entre los tañedores de vihuela.

 

Aquí estoy, sobre el mirador del Monte del Pardo con la Sierra de Guadarrama al fondo.


Cierro el círculo de mis paseos regresando por otro camino entre sendas y poesías, entre vuelos de avecillas y bellotas de otoño.

Javier Agra     

 



martes, 22 de octubre de 2024

ESTAMPAS: MÉTODO PARA TOCAR LA ARMÓNICA


 




Esta breve meditación se la dedico a todos los lectores, pero muy especialmente a mis nietos Hugo, Ray y Zoe y también a Ellie porque sienten la belleza desde las palpitaciones de su corazón y la expresan con el brillo de su mirada. 


Mis nietos se compraron una pequeña armónica y me dicen que no saben sacar sonidos serenos de sus notas de viento. Prestad atención, para que suene bonita la armónica, cerrad los ojos un instante y escuchad los tenues latidos del corazón.  

Ahora ya podéis abrirlos nuevamente, notad que vuestras retinas ven de otra manera; mirad las nubes rosicler del amanecer sobre los resplandecientes tejados de la aldea. Es el momento de la vida y de las aves, cuando el cielo se viste como un jardín de ramilletes de luz, cuando las etéreas nubes navegan en silencio por el cielo con movimientos casi imperceptibles formando imágenes que nacen de vuestro espíritu y se plasman en las alturas sostenidas por las finísimas pinzas que cuelga el aire. 

Habéis oído hablar de Robert Schumann (Zwickau 1810 - Bonn 1856), era un poeta de la música por su sensibilidad ante las situaciones sencillas de la vida, su fantasía para imaginar y construir un mundo bello y lleno de serena paz en cada uno de sus pentagramas, un creador de sosiego y de libertad, de alturas infinitas, de silencios llenos de esperanza... Habéis oído y habéis escuchado la música de otros muchos compositores e interpretes... me parece a mí que todos ellos cerraron los ojos más de una vez para escuchar su corazón y escuchar a la naturaleza entera.

La brisa entornará vuestros párpados y los posará sobre los resplandecientes tajados de la aldea que se despierta entre brillos y serpentinas de fiesta; porque notaréis, queridos nietos, que la fiesta nace del encuentro del sosiego y de la esperanza. De este modo todos los días serán fiesta, la fiesta del encuentro de la luz y de la energía. Posaréis la mirada sobre los huertos que rodean la aldea, enriquecidos por los frutos de temporada para el sustento común de personas y animales. Acaso suene el leve tañido de la campana del templo lanzando pausadas llamadas desde los ojos siempre abiertos de su antigua espadaña. 

De vuestro corazón y de vuestra alma nacerá la misericordia, el abrazo con la naturaleza entera, la mano tendida para alentar a los que caen por la dureza de la vida, la palabra cálida susurrando ánimo a las personas y también a la naturaleza entera porque este es un día nuevo, amanecido entre el rosicler y los reflejos de esperanza y de futuro compartido, porque la luz y la paz serán siempre más verdad que la destrucción y la violencia, porque el futuro está pincelado en colores y armonía. 

Entonces, queridos lectores, queridos nietos, notaréis que sabéis hacer sonar la dulzura serena de la armónica con notas que antes no habíais imaginado. Podréis hacer sonar en la armónica todas las notas que han escrito los grandes compositores "clásicos" y todas las notas que están dormidas en vuestro interior.

Javier Agra  

miércoles, 16 de octubre de 2024

ALTO DE GUARRAMILLAS

  



Tal es el nombre oficial del conocido popularmente como Bola del Mundo. Una cumbre frecuentada asiduamente por los montañeros, por los paseantes y en mayor número por los amantes del esquí en épocas de nieve. Esta jornada la comenzamos en el Puerto de Navacerrada, donde es necesario llegar antes de que la luz riegue con su brillo de libertad el entorno, pues son muchos los coches que allí se acercan, principalmente los días festivos, pero incluso las jornadas laborales. La cercanía de Madrid y la magnificencia de sus posibles paseos hacen del lugar un apetecible aparcamiento. 

Comenzamos a caminar. Apenas llegar a la pista de cemento, veremos a nuestra izquierda una escalera de piedra magníficamente planteada para no llevar a ningún lugar concreto, supongo que en algún momento se planteó habilitar el ruinoso edificio que descansa sobre la inmediata plataforma que encontramos en el final de la escalera. Una amplia senda marcha paralela a la carretera que continúa hasta el Puerto de Cotos; seguimos la senda entre la suavidad de los pinos, los amplios ribazos, los piornos nacientes, el verdor del otoño... 



En nuestro ascenso se amplía la vista con cumbres cercanas de conocido nombre. Este pedregal de la fotografía muestra una encrucijada por la que regresaremos en un camino más directo. 

Llegamos a la loma ascendente en dirección al final del telégrafo. Es una herbosa loma de pronunciada pendiente. Los montañeros se toman la ascensión con calma para sosegar las fuerzas y serenar el corazón con las amplias vistas que se abren en todas las direcciones. Poco a poco vamos superando alturas de otros puntos conocidos, los Cogorros ya están superados, la Loma del Noruego camina más a la izquierda siempre a nuestra altura, allá lejos Siete Picos va quedando a nuestra altura... 

Mientras ascendemos, la respiración se va acompasando a nuestras pisadas, el corazón late más sonoro, el alma se expande más allá del espacio que abarca la mirada. El camino, que era amplitud de hierba, se va concretando en sendero de tierra y de pronto aparece la piedra para dificultar nuestro lento caminar en una subida sin descanso. Los escasos pinos que nos acompañaron al principio se han quedado más abajo, ahora solamente pinceladas de hierba y matorral bajo flanquean nuestro caminar. 



Después de una subida peleona entre piedras y un pronunciado desnivel, llegamos a esta escultura de María con la advocación de Virgen de las Nieves, colocada a la altura del telégrafo. 

Llegamos a la altura del Telégrafo y hacemos una fotografía en un abrazo a la Virgen de las Nieves. Desde aquí se serena la ascensión que podemos hacer por un sendero que sale muy pronto hacia la izquierda o bien continuamos por la pista asfaltada hasta coronar el Alto de Guarramillas, elección de esta jornada. Esta última parte la hacemos acompañados de varios grupos de montañeros, de paseantes que han decidido subir por la pista en un zigzag más pausado y aún algún intrépido ciclista. 



Detrás de mi están las instalaciones de televisión que han hecho famoso a este Alto de Guarramillas como Bola del Mundo. Estas instalaciones ocupan la parte más alta, esta circunstancia ha desplazado el vértice geodésico unos metros más abajo. 

La cumbre de La Bola del Mundo es una amalgama de posibilidades, es una mezcla de opciones, es una parábola de la vida y la multiplicidad de personas llegadas desde diferentes puntos de la tierra en busca de una situación social más favorable. Desde aquí podemos continuar por el Collado del Piornal hasta La Maliciosa, llegar a Ventisquero de la Condesa y hacer el descenso del Manzanares, seguir caminando hacia Pico Valdemartín y aún terminar la Cuerda Larga, volver por la Loma del Noruego o buscar la cercada Garganta del Infierno para llegar a la Cuerda de las Cabrillas o descender hasta las Dehesas de Cercedilla... 


Muchas opciones, de entre las que escogimos llegar hasta la mesa-mirador desde donde poder contemplar todos los puntos altos que circundan nuestra vista. 

Este mirador nos parece un buen lugar para sentarnos un tiempo, contemplar y admirar, escuchar el silbido del silencio, conversar con el compañero, escuchar la naturaleza, conversar con los pequeños saltamontesescuchar la inmensidad del cielo. A nuestro alrededor, una familia cuenta sus impresiones de esta jornada de fantasía que es nueva para su hijo pequeño. !Qué hermoso oírle describir la admiración que siente en el lugar! La ilusión del jovencísimo corazón que comienza a descubrir la maravilla del esfuerzo y la paz del logro, contagia mi espíritu de nuevo aliento para mirar la tierra y la vida con la limpieza de un corazón recién estrenado. 

Montaña abajo, en el regreso, nos encontramos con unas pequeñas jaulas que aún no sabemos lo que encerraban, aunque parece que más estaban allí como protección. Aquí me tumbé a su lado para dar idea de su tamaño, aunque sé que mi tamaño en medio de la inmensidad de la tierra y de la historia también es como un ayer que pasó, como la hierba que por la mañana nace y al atardecer ya está mustia.  



Aquí, tumbado ante esta pequeña y protectora jaula, pregunto si alguna persona me puede hacer llegar noticia o idea de qué pueda ser. También me podéis decir otras muchas cosas que se os ocurran sobre este texto que aquí concluyo o sobre la vida en general. 

Javier Agra.