Sobre la cumbre
de los Álamos Blancos la ternura del sol calienta nuestra llegada, nos arrullan
las canciones de todos los senderos con la melancolía de las hojas prietas
sobre el suelo, parecen notas de algún violín dormido en esta mañana de
invierno, es el momento de la calma, de mirar el sosiego del alma reflejado en
la montaña. En este instante los álamos, los pinos, los robles acompasan el
mecer de sus ramas con la respiración y la sangre humana.
Llegamos al
bosquecillo de los álamos temblones.
Un sonido quedo
llega desde ese cercano pino.
Hacia él vuelvo
la vista.
Entre sus ramas
crece poderoso un enjambre de muérdago.
Su llamada acude
a mi memoria como los recuerdos de un mar bravío.
Y recuerdo el
mito nórdico de la diosa del amor Frigga
y su hijo Balder dios del sol del verano y de la paz. Éste tuvo un sueño
terrible en el que se veía muerto por su enemigo Loki el dios del mal. La madre
Frigga, asustada, visitó a todos los seres de la tierra y consiguió su palabra
de que nunca harían daño a su hijo… ¿todos? Parece que se olvidó del muérdago.
Planta que no es ni del cielo ni de la tierra, pues tiene su nacimiento en las
ramas de algún árbol y no sobrepasa la altura de sus copas.
Loki construyó un
arco y una flecha con la rama de muérdago (nunca sabremos si esta planta
consintió por despecho o procedió con inocencia), engañó al dios del invierno
Hodr, ciego hermano de Loki, quien disparó la flecha con veneno de muérdago,
contra su hermano que murió.
Un pino
plagado de ramas de muérdago. Detrás está el Collado de la Mina y la falda de
Cabeza Lijar que unen las provincias de Madrid hacia el lado de la fotografía y Ávila, al lado de allá. Muy cerca, hacia la derecha, comienza Segovia. La
montaña es lugar de encuentro y cercanía.
La Tierra estaba
asustada y sumida en un profundo invierno. Frigga, desconsolada en doloroso
llanto, consiguió volver a la vida a Balder con ayuda del mismo muérdago; sus
bayas se transformaron en nácar blanco, por las lágrimas de la afligida madre;
la diosa agradecida bendijo a la planta con ese brillo que la caracteriza y
protegiendo siempre a quien se
encontraran y se dieran un beso bajo el muérdago, de modo que por el amor divino
de Frigga serían bendecidos para siempre quienes se entregaran el beso.
La cosa debe ser
así. Fíjate, amable lector, la cantidad de besos que reproducen las películas
bajo un ramo de esta planta.
¿Y los hechizos
mágicos que preparaban los druidas celtas con el muérdago? Ya Plinio el Viejo
en su Historia Natural cuenta ritos celtas con esta planta.
¿Y su enamorada
relación con su pariente más noble, el acebo?
En los pueblos
donde yo comencé a nacer, utilizábamos la planta del muérdago (Viscum album) para
conseguir liga pegajosa en nuestra búsqueda de pájaros, pero esa es otra
historia.
Ahora nos cuentan
que el muérdago es una planta vascular hemiparásita porque vive en troncos de
otros árboles pero puede elaborar su propia clorofila si bien necesita el
tejido xielmático de su huésped para conseguir nutrientes y desarrollarse ¡Ay
la ciencia!
Desde la
cima del Cerro de los Álamos Blancos estamos viendo el Cerro de la Carrasqueta
y más cumbres que apuntan hacia Cuelgamuros y Abantos sobre el Escorial.
También los
álamos tienen sus leyendas antiguas y más recientes.
Recordad “Los
ojos verdes” de Bécquer.
Los griegos
contaban que nació como recuerdo del amor profundo que Hades, dios de los
muertos, sintió hacia Leuce (ninfa hija de Océano); cuando ésta murió, el dios
la perpetuó en un álamo blanco en los Campos Elíseos.
Hércules, el griego, después
de capturar a Cerbero consiguió regresar del reino de los muertos coronado con
ramas de álamo blanco.
Entre estas
trincheras y fortificaciones para la guerra, los montañeros dejamos nuestro
silencio y sembramos el corazón para que nazca un futuro de PAZ para toda la
tierra.
El álamo temblón
en la mitología celta se llamaba Aeda, que vendría a significar en nuestra
lengua algo así como “el que evita la muerte”, seguramente porque el susurro de
sus hojas en conversación con el viento que las mece, tiene el mismo misterioso
sonido de las conversaciones sigilosas del mundo de los espíritus.
También se le
conoce como el árbol de la meditación: puede ser.
En cualquier
caso, entre estos árboles mi canto de silencio vuela en el viento y el sudor de
los días es un descanso de plumas.
Acaso se pueda
decir algo parecido de cualquier otro árbol y de la naturaleza entera en su
sosiego.
Javier Agra.
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