jueves, 8 de enero de 2015

MUÉRDAGO EN EL CERRO DE LOS ÁLAMOS BLANCOS



Sobre la cumbre de los Álamos Blancos la ternura del sol calienta nuestra llegada, nos arrullan las canciones de todos los senderos con la melancolía de las hojas prietas sobre el suelo, parecen notas de algún violín dormido en esta mañana de invierno, es el momento de la calma, de mirar el sosiego del alma reflejado en la montaña. En este instante los álamos, los pinos, los robles acompasan el mecer de sus ramas con la respiración y la sangre humana.

Llegamos al bosquecillo de los álamos temblones.

Un sonido quedo llega desde ese cercano pino.
Hacia él vuelvo la vista.
Entre sus ramas crece poderoso un enjambre de muérdago.
Su llamada acude a mi memoria como los recuerdos de un mar bravío.
Y recuerdo el mito  nórdico de la diosa del amor Frigga y su hijo Balder dios del sol del verano y de la paz. Éste tuvo un sueño terrible en el que se veía muerto por su enemigo Loki el dios del mal. La madre Frigga, asustada, visitó a todos los seres de la tierra y consiguió su palabra de que nunca harían daño a su hijo… ¿todos? Parece que se olvidó del muérdago. Planta que no es ni del cielo ni de la tierra, pues tiene su nacimiento en las ramas de algún árbol y no sobrepasa la altura de sus copas.
Loki construyó un arco y una flecha con la rama de muérdago (nunca sabremos si esta planta consintió por despecho o procedió con inocencia), engañó al dios del invierno Hodr, ciego hermano de Loki, quien disparó la flecha con veneno de muérdago, contra su hermano que murió.

Un pino plagado de ramas de muérdago. Detrás está el Collado de la Mina y la falda de Cabeza Lijar que unen las provincias de Madrid hacia el lado de la fotografía y Ávila, al lado de allá. Muy cerca, hacia la derecha, comienza Segovia. La montaña es lugar de encuentro y cercanía.

La Tierra estaba asustada y sumida en un profundo invierno. Frigga, desconsolada en doloroso llanto, consiguió volver a la vida a Balder con ayuda del mismo muérdago; sus bayas se transformaron en nácar blanco, por las lágrimas de la afligida madre; la diosa agradecida bendijo a la planta con ese brillo que la caracteriza y protegiendo siempre  a quien se encontraran y se dieran un beso bajo el muérdago, de modo que por el amor divino de Frigga serían bendecidos para siempre quienes se entregaran el beso.

La cosa debe ser así. Fíjate, amable lector, la cantidad de besos que reproducen las películas bajo un ramo de esta planta.
¿Y los hechizos mágicos que preparaban los druidas celtas con el muérdago? Ya Plinio el Viejo en su Historia Natural cuenta ritos celtas con esta planta.
¿Y su enamorada relación con su pariente más noble, el acebo?
En los pueblos donde yo comencé a nacer, utilizábamos la planta del muérdago (Viscum album) para conseguir liga pegajosa en nuestra búsqueda de pájaros, pero esa es otra historia.
Ahora nos cuentan que el muérdago es una planta vascular hemiparásita porque vive en troncos de otros árboles pero puede elaborar su propia clorofila si bien necesita el tejido xielmático de su huésped para conseguir nutrientes y desarrollarse ¡Ay la ciencia!

Desde la cima del Cerro de los Álamos Blancos estamos viendo el Cerro de la Carrasqueta y más cumbres que apuntan hacia Cuelgamuros y Abantos sobre el Escorial.

También los álamos tienen sus leyendas antiguas y más recientes.
Recordad “Los ojos verdes” de Bécquer.
Los griegos contaban que nació como recuerdo del amor profundo que Hades, dios de los muertos, sintió hacia Leuce (ninfa hija de Océano); cuando ésta murió, el dios la perpetuó en un álamo blanco en los Campos Elíseos. 
Hércules, el griego, después de capturar a Cerbero consiguió regresar del reino de los muertos coronado con ramas de álamo blanco.

Entre estas trincheras y fortificaciones para la guerra, los montañeros dejamos nuestro silencio y sembramos el corazón para que nazca un futuro de PAZ para toda la tierra.

El álamo temblón en la mitología celta se llamaba Aeda, que vendría a significar en nuestra lengua algo así como “el que evita la muerte”, seguramente porque el susurro de sus hojas en conversación con el viento que las mece, tiene el mismo misterioso sonido de las conversaciones sigilosas del mundo de los espíritus.
También se le conoce como el árbol de la meditación: puede ser.
En cualquier caso, entre estos árboles mi canto de silencio vuela en el viento y el sudor de los días es un descanso de plumas.
Acaso se pueda decir algo parecido de cualquier otro árbol y de la naturaleza entera en su sosiego.

Javier Agra.

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