En medio de la Majada Hambrienta se levanta el Chozo Aranguez.
A nuestros pies está la
Majada Hambrienta. El sendero cubierto por la poca nieve de este otoño invita a
los montañeros a ser precavidos; también en la vida hemos de caminar cada día
con el corazón en el futuro, el espíritu en vuelo y la vista en la tierra. Dicen
que las montañas no vuelan por más que le pintemos alas, pero yo he visto
levitar a las montañas por encima de los miedos humanos, de los temores diarios,
la he visto con sosegado vuelo ir más allá del odio y la miseria hasta donde
crece la ilusión y la esperanza.
Tal me pareció la
anchurosa planicie de Majada Hambrienta, que aún pienso que Tomás Moro se
inspiró en este lugar para describir su tierra de Utopía. En estos pensamientos
y otros resbalones llegamos a la explanada, ya sin nieve, con humedades de
otoño y verde más semejante a la primavera; entre los pinos, la hierba preguntaba
por sus antiguas vacas y los montañeros no sabíamos responder.
Hace
un año remozaron el chozo y hoy se presenta con esta presteza y mocedad que
aquí muestro.
Habíamos estado por
estas cercanías otras veces. Visitamos la Cueva del Monje, el Moño de La Tía
Andrea accediendo desde la Granja. Hoy es la primera visita a este hermoso
lugar. Los montañeros empleamos tiempo en el éxtasis de la hermosura, que
también el tiempo de lo bello es montañismo. De este arrebol nos vino a
despertar otra cuadrilla bulliciosa de montañeros que se acercaron al lugar.
Interior
del Chozo Aranguez con sus literas para extender los sacos y su mesa
contundente; fuera de esta vista imaginad una estufa para encender fuego y tendréis
un espacio confortable.
Al tiempo que iniciamos
la búsqueda del mejor sendero para ascender hasta el puerto de los Neveros y
buscar el paso hacia la Laguna de los Pájaros, nos percatamos del lento avanzar
de la niebla en nuestra dirección. Acaso por la premura del tiempo, tal vez
porque no exista, no encontramos ninguna senda ni aún huella humana que pudiera
parecer trocha que guiara nuestros pasos.
Chozo
Aranguez y vista hacia Los Claveles, hoy invisibles entre la niebla.
De modo que comenzamos
el ascenso suave lo mejor que supimos, siguiendo la dirección en que
recordábamos haber visto el Collado que seguía siendo lugar de referencia;
dando ligeros tumbos para seguir los pasos más libres del frondoso brezo,
caminábamos montaña arriba entre la densa niebla y el sosegado espíritu
montañero.
Siempre teníamos la
opción de bajar hacia la Granja hasta encontrar alguna carretera; expusimos tal
opción una vez que nos encontramos ya a salvo de pérdida. Nuestro vacilante
caminar entre la cegadora niebla, nos
llevó hasta un lugar muy cercano a la Laguna de los Pájaros. Aquí terminó
nuestra pelea y nuestra búsqueda.
De
regreso, cercana la última subida, se observan hermosas las Cinco Lagunas en su
entorno de luz.
Solamente es necesario
deshacer el camino tantas veces recorrido hasta bajar al arroyo de Peñalara más
allá del mirador de Javier. Algunos metros más abajo se disipó la niebla, la
luz mostró la hermosura de las lagunas; los montañeros nos sentamos en unas
suaves peñas a yantar el blanco pan que acarreábamos en las mochilas.
Los montañeros sabemos
que si el camino es claro, llegar al destino es cuestión de tiempo; los
montañeros sabemos que en la vida el asunto es elegir el camino adecuado.
Javier Agra.
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