Esta noche en que aún
se respira la humedad de lluvia de las últimas horas sobre Madrid me he sentado
para escuchar el lento transcurrir de la Obertura Guillermo Tell de Rossini, la
última de sus treinta y nueve Óperas. El inicial rimo lento de los violonchelos
y contrabajos inunda de suavidad el aire de las calles que van refrescando
hasta pasar casi con violencia a la fortaleza de los trombones y la orquesta de
la tormenta que arrecia.
Cornos y flautas llaman
a todos los vientos del cielo y los abrigos de los armarios; de pronto la gente
que paseaba hace unos minutos con el verano en la mirada corre a esconderse en
alguna abrigada mientras el cielo inmensamente otoñal descarga sobre las calles
y los parques el majestuoso final con toda la caballería de intensa lluvia y
temblor ruidoso de las nubes de una mañana que se prolonga más allá de la
amanecida.
Como un solitario
árbol en medio de la vida y la nevada contemplo el ilusionado
futuro de los corazones. Es una vista de la Sierra de Guadarrama, al fondo Peñalara detrás de Peña Citores y Las Hermanas.
Salgo a pasear con el
chubasquero cubriendo mi necesidad de agua después de tantos meses; suena la
Obertura de Guillermo Tell en toda su intensidad en medio del agua que se
calma; suena cercana y suena en la distancia; recuerdo la bellísima Sierra de
Guadarrama y la pinto en mi espíritu como una Sierra agradecida manteniendo
siempre su encanto de siglos, igual que Rossini, el autor de las treinta y
nueve óperas y multitud de otras composiciones mantuvo toda su vida el mismo
estilo de peinado aún cambiando de figura camino de su vejez.
Os presento la línea de los Siete Picos y el alto de Guarramillas
o Bola del Mundo al fondo.
Llueve sobre Madrid y
mientras paseo bajo la lluvia imagino los cambios futuros cuando las nieves y
la brisa azul llenen de brillantes reflejos del níveo cristal las cumbres de
Guadarrama.
Javier Agra.
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