Tal vez recordáis,
alguno de mis amables lectores, el libro de Julio Llamazares “La Lluvia
Amarilla” que yo adapté al teatro para representar en mi despedida como
educador del Instituto de Parla (Madrid) donde pasé treinta y tres años (estoy
emocionado aún de las muestras de cariño por parte de muchísimos alumnos de las
diferentes promociones).
Este mes de julio hice
un viaje al Pirineo de Huesca, del que escribiré, como dicho tengo, cuando me
siente varios días seguidos ante el ordenador; en una de nuestras rutas,
partimos del Barranco de Oliván y pasamos por Berbusa antes de llegar a AINIELLE.
Lo que fueron casas y calles del pueblo, hoy constituyen desolación de
imposible reconocimiento; ante sus recuerdos lloré un instante.
Pero me quiero referir
a la hermosura del paisaje, a la grandeza del entorno, al valle que debieron
ver algunas personas hace cuatrocientos años y decidieron fundar allí su futuro
y el futuro de sus familias. El arroyo y su serenidad, el frescor de la hierba
de sus praderas, la abundosa vegetación que entronca con el cielo en lo alto de
Sobrepuerto fue, sin duda alguna, un reclamo para el corazón, el trabajo y la
calma.
¡Estoy en
Ainielle! Cierro los ojos y comparto mi lamento y mi entusiasmo para que se una
al lamento y al entusiasmo de aquellas personas que viven en el recuerdo de
este pueblo ya vacío para siempre de habitantes.
Ainielle está a más de
mil trescientos metros de altitud, lejos de toda desdicha y sin embargo, los siglos
llevaron la desdicha al pueblo de Ainielle que quedó vació y destruido, ahogado
ya entre la maleza. ¡Cuánto trabajo se adivina en el sendero que sube desde
Berbusa! ¡Cuánto cariño y esfuerzo permanece en la construcción de sus huertos!
Ni aún otros
cuatrocientos años bastarán para ahogar el palpitar de aquellos corazones que
pasearon calma y esfuerzo, pasión y alegría, entusiasmo y sosiego por aquello
que fueron calles y hoy son ortigas, zarzas, musgo, hiedra y carcoma. El sol
sigue calentando los antiguos huesos, los antiguos espíritus de lo que fue
AINIELLE.
Javier Agra.
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