La noche había estado
revuelta, pero los montañeros salimos animosos hacia esas cumbres poco
frecuentadas cercanas a Bustarviejo. El pueblo amanecía cubierto por una fina
capa de nieve que daba a sus tejados, sus calles y sus cercanos prados la
sensación de quietud a través del tiempo.
Cantaban los últimos
gallos bajo la serenidad de los copos finales que aún caían sobre nosotros como
restos de la ligera nevada, cuando iniciamos el camino de ascenso por una
visible vereda con las molestas piedras ocultas por la blancura. Al otro lado,
el Mondalindo protege a Bustarviejo desde hace millones de años en una dulce
estampa sin tiempo.
El Mondalindo
protege el pueblo de Bustarviejo y su valle desde hace milenios.
Poco a poco llegamos al
Collado del que salen cuatro caminos… Son muchos los momentos de la montaña y
los momentos de la vida en los que se necesita tomar una decisión por la
diversidad de opciones. Los montañeros teníamos claro nuestro primer objetivo,
queríamos comenzar por el Pendón, enhiesto y solemne a nuestra izquierda. Llegar
a su cumbre es ya cuestión de tiempo.
Caminamos por la
llanura del Collado con el Pendón al fondo.
El Collado se extiende
por una placidez de llanura vegetal, dos piedras inertes parecen sonreír
invitando a los montañeros a cruzar por su medio, cantuesos y pinos alegran el
camino y, de pronto, un roquedal se levanta como inexpugnable muralla, los
hitos se hacen confusos, el camino se torna abrupto y los montañeros eligen
como tantas veces en la vida. Diré como dato, por si algún lector lo considera,
que es preferible ir por caminos más bajos para evitar el pedregal. Descubrimos
en el descenso que el camino es más cómodo y se gana descanso y tiempo.
Hemos llegado a la
cumbre del Pendón
Sea como fuere, los
montañeros llegamos a la cima. Entramos por su izquierda sin mayores
contratiempos. Arriba se acumulaban algunos centímetros de nieve. Arriba las
vistas se dilatan entre montañas y llanuras, en la cumbre se expande el corazón
y la vida. Salió el sol con brillos de verdor y nieve. En el asombro de las
cumbres vuela el alma. El descenso fue más directo, llegamos al cruce del
Collado entre la nieve que ahora era casi agua líquida por efecto del calor y
del tiempo.
Desde Cabeza
Arcón, la vista y el corazón se lanzan hacia el infinito. Al fondo contemplamos
el Puerto de Canencia.
De frente sale el
camino que nos llevará a Cabeza Arcón entre pinos y robles, en un paseo de
sensaciones de musical libertad. Buscamos otro sendero para el descenso; no
encontramos el camino, nos perdimos en intentos, de pronto una inmensa e
inhóspita llambria nos cerró el camino, lo superamos entre sustos y culadas. La
vida transita plácida y de pronto un sobresalto rompe toda la tranquilidad que
parecía adquirida en propiedad. Pero los montañeros saben que en la montaña y
en la vida todo es fuerzo, confianza, lucha y tiempo.
Estamos en la cima
de Cabeza Arcón.
Superada la llambria
con esfuerzo, adelantos y retrocesos, dimos con nuestros pies en un pinar de
amplitud y de sosiego. A través de trochas semiocultas y senderos inventados
llegamos a la amplia senda que buscábamos como camino de regreso. Allá aparecía
el poste de nuestra referencia sobre el pueblo de Bustarviejo. El camino es
seguro… el corazón se llenó de entusiasmo, serenidad y energía para un largo
tiempo.
Javier Agra.
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