Mágicas y solemnes, las rocosas moles de la Pedriza apuntan su primera silueta en esta madrugada de diciembre cuando comenzamos a caminar aún entre los coches para llegar hasta el puente que cruza el Manzanares y nos llevará al sendero circular que pensamos para esta jornada.
He aquí la primera impresión de la Pedriza recién superada la primera barrera. Asombro y eternidad hacen nido entre mis huesos y mi alma.
Apenas superada la primera barrera, me detengo algún minuto. La contemplación de los roquedos con multitud de formas y de nombres, me sobrecoge entre el misterio, el asombro, el sosiego. Es una extensión de sobrenaturaleza y paz que entra en todos mis sentidos y me cose para siempre a la naturaleza y sus latidos.
El Manzanares suena bajo el puente de madera con aquel recuerdo del cuento “El Rabión” de Concha Espina y le pido a Jose que me recite el episodio de Martín y la vaca cruzando el agua enfurecida…Jose sabe mucho de montaña, también de deleites literarios y otra diversidad de artes que amplían el espíritu.
Caminamos por la autopista de la Pedriza entre arizónicas y praderas buscando el puentecillo que saca un camino hacia el refugio Giner. A esta inicial hora la luz es serena canción, pincel de prodigios sobre el cuero de la tierra que nos rodea. El silencio entona melodía de agua, sinfonía de raíces y de piedras, orquesta de pajarillos y de águilas.
Pronto llegamos a la roca que semeja un noray y unos pasos más allá sale el sendero hacia el chozo Kindelán, en el Arroyo de las Majadillas se dibuja la charca Kindelán y en la alta mole de Peña Sirio apunta la primera corona de rayos del sol mientras descubrimos la Cueva de la Mora, también la Pedriza tiene esta nombrada y abundosa cueva presente en multitud de puntos de nuestra geografía.
Este antiguo y gracioso puente de madera nos permite un paso sereno sin necesidad de buscar vado en el crecido arroyo.
A nuestros pies desagua el arroyo de la Dehesilla cuando llegamos a los Llanos del Peluca y la fuente de Pedro Acuña, hemos llegado al puente que da salida hacia el refugio Giner. Poco más arriba conviene detener nuevamente los pasos y contemplar la solemnidad pétrea del Pájaro, el Platillo Volante y el asomo de la Muela, Las arizónicas se entremezclan con los pinos que muy pronto serán los pobladores de nuestro sendero paredaño al Arroyo de los Poyos. Vamos a cruzarlo por el puente de madera que nos facilita el paso.
Cascada del Arroyo de los Poyos.
Hacia el Collado de la Ventana en continuo y leve ascenso admiramos peñascos, requiebros del Arroyo de los Poyos, pinos retorcidos entre los enhiestos varales…de nuevo hacemos otra pausa para escuchar la conversación de la Cascada del Arroyo de los Poyos inmediatamente antes de recibir las aguas del Arroyo de la Ventana.
A mil cuatrocientos metros de altitud, el arroyo y la montaña se ensanchan en una pequeñísima pradera que permite cruzar el Arroyo de la Ventana en busca de un sendero que nos llevará hasta Cuatro Caminos por los Llanillos entre musitar de tenues arroyos, de amplitud de vallecillos, de serenos roquedos.
Cuatro Caminos
Continuando por la senda del Icona, más arriba están a la derecha los desvío hacia la Majada de Quila, hacia el Puente Poyos y hacia el Collado de la Romera. Más adelante, en el Collado del Cabrón se ofrrecen tres ramales de regreso: a la izquierda la autopista de la Pedriza, a la derecha siguiendo en ancho PR-M1, de frente bordeando por el Cancho de los Muertos en un sendero de recuerdos de romancero y de leyendas, entre la serena calma y la duda que acompaña a toda aventura en la montaña. Desde los Cuatro Caminos se puede hacer una bajada un poco más directa por el PR-M2 en profundo descenso y deslumbrante belleza hasta cerrar el circuito en aquel gracioso puente de madera.
Javier Agra.
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