A mi entender, se merece un nombre más preciado. Se ha quedado con El Paso Cagalera ¡Qué le vamos a hacer!
Desde el aparcamiento de La Barranca, cuando el sol florece entre las cumbres de la Maliciosa y el sueño del pinar, comenzamos a caminar en el envolvente silencio de la montaña, el musitar de las aves, el sereno cascabel imperturbable del agua en sus arroyos. Muy cerca está el segundo embalse pequeño y de serenas aguas, lo conocemos como el embalse del Ejército del Aire.
Estamos cruzando el pequeño embalse conocido como del ejército del aire. Es el comienzo de nuestra excursión.
Cruzamos a la otra orilla sobre el mordido paso de cemento y hierros, brilla el agua entre la luz matinal y las hojas de la abundante vegetación que nos acompañará durante toda la jornada. Los pinos son altos, derechos como galantes mensajeros que anuncian una jornada feliz. El sendero entre la claridad y la fantasía nos va llevando por la margen del Arroyo de la Maliciosa.
Es la misma senda la que nos indicará por donde cruzar el arroyo para continuar por la serena senda Alakân, entre la afable sombra y el brillo luminoso de la mañana, entre la brisa y los helechos. Caminamos saludando alguna lagartija o algún sigiloso pájaro que rebusca desayuno. Ahora es el río Navacerrada el que baja a nuestra izquierda canturreando El dúo de Las Flores de la ópera Lacme de Lêo Délibes.
Esta roca vivac marca el inicio de la ascensión.
Desemboca la senda Alakân en una pista un poco más delante de la Fuente Mingo, la seguimos por nuestra derecha durante pocos metros y nos encontramos con una cerrada curva. De allí mismo sube una senda monte arriba entre la pendiente de pinos y hierba, una gruesa roca que contiene un amago de vivac nos servirá de orientación definitiva.
Un sendero apunta monte arriba entre los pinos y la imaginación; un sendero que el tiempo y las pisadas han sembrado de sudor y de gayubas entre peñascales y raíces asombradas de ver alguna persona madrugadora, de escuchar el jadeante respirar de estos montañeros en busca de la senda por momentos imperceptible pero siempre en ascensión reflexiva. Suena entre la vegetación y las rocas el trío para piano, violín y viola de Schubert, acompasamos nuestras pisadas a la sosegada fortaleza de sus notas en un andante más moderato que el que marca el autor, pero siempre allegro.
El sendero monte arriba está sembrado de sudor y gayubas abierto a gozosas vista, en este caso el sol acaricia la Cuerda de Las Cabrillas.
A nuestra izquierda, un frondoso pino alarga una gruesa rama hacia nuestra dirección y nos llama con silenciosa cadencia. Es la señal de que hemos de ir hasta su tronco para recuperar el camino escondido entre rocas sin huella del pasado, sin pisadas asentadas entre sus oquedades y sus desniveles. El pino nos impulsa hacia una pequeñísima pradera al pie mismo de la altura solemne de las rocas que cierran nuestro paso más arriba. Estamos en la base del Paso Cagalera.
Estamos en la base del Paso Cagalera. Si aguzas la vista, amigo lector, verás la cadena y más arriba la escalera que nos servirán de ayuda.
Un sendero hacia la derecha, pegado a la alta roca, nos lleva tras unos metros de descenso hasta el inicio de la ferrata Vía Cuervo que está jalonada de grapas de hierro roca arriba hasta depositarnos en una repisa y más arriba hasta terminar en una cruz construida con varas de hierro sobrantes. Entre rocas tiene una salida que desemboca en la senda por la que bajaremos.
Vía Ferrata Cuervo.
Ahí queda la vía ferrata para otra ocasión más propicia. Hoy regresamos para comenzar a ascender el afamado Paso Cagalera. Nos ayudamos de una cadena colocada muy sabiamente, más arriba una escalera nos termina de posar en lo alto de las rocas después de superar el hueco mágico formado por formaciones rocosas.
Desde arriba estamos viendo el Paso Cagalera.
Aquí el asombro y el gozoso espectáculo se aúnan para engrandecer el corazón. El pedregal, la vegetación, las oquedades, la luz, el silencio, la serenidad, la paz, el musitar de las aves, la vista en derredor…son manantial de amistad, entusiasmo para el corazón, calma para la mente, sosiego para el espíritu…
El regreso lo hicimos por la senda local hasta encontrar la senda Alakân, el pequeño embalse del ejército del aire y el aparcamiento de La Barranca.
Javier Agra.
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