¿Qué suponen las décadas de una vida humana puestas en paralelo con los diecisiete siglos del viejo tejo de Valhondillo? ¿Cuántas respiraciones y sonrisas entrega la vida de una persona a la naturaleza entera que lleva tantos siglos de sosiego y libertad?
Otras diferentes conversaciones mantenía conmigo mismo mientras el coche avanza con serenidad buscando el kilómetro treinta y uno y medio entre Rascafría y el Puerto de Cotos para encontrar el aparcamiento en el entorno de “La Isla”.
Junto al restaurante La Isla, bordeamos peñascos buscando el sendero.
Entre peñascos sale un sendero que bordea el restaurante La Isla y lo deja a nuestra derecha. Pronto encontramos una portezuela abierta para cruzar y adentrarnos en la vegetación buscando una clara senda a la que accedemos por una puerta muy bien dispuesta. La senda está señalada como PR, entre frondas de helechos y acebos, sobresalen los altos y derechos pinos que son parasoles magnánimos en esta soleada mañana.
Abundan los acebos de brillante presencia.
A nuestra derecha escuchamos el agua cadenciosa del arroyo de la Angostura, poco más allá se le unirán los arroyos de la Umbría y El Aguilón y cambiará de nombre para ser el Lozoya, ensanchado en el inicio de nuestra marcha en el pequeño embalse del Pradillo de transparentes aguas con juguetones patos. Los abundantes acebos relucen felices en su permanente juvenil figura, los helechos de proporciones gigantescas cubren la tierra entre el verdor de la vida y el inicial tono plateado de la senectud, los pinos acompañan nuestro caminar con canciones de siglos y melodías de antiguas trompetas de seguros caminos. Estamos en el lugar conocido como “pinar de los Belgas”.
Más adelante, la pista hace un recodo en uno de los arroyos que encontramos en nuestra marcha; el camino parece ramificarse. Por nuestra izquierda monte arriba, nace una senda por la que los montañeros salimos abandonando la placentera pista que hasta ahora habíamos seguido. El monte continúa acompañando nuestro paso, el sol se entremezcla con las ramas de diferentes árboles, se entremezcla con nuestro corazón, se entremezcla con los recuerdos, se entremezcla con la palabra y el paso firme de esta última mañana de agosto.
Un corzo salta entre los árboles dejándose ver magnífico y solemne durante unos instantes antes de señalarnos la unión del sendero con una pista que hemos de cruzar y continuar otro sendero que nos llevará hasta otro recodo de la pista, una curva bastante cerrada con un puente y una construcción que pensamos es un depósito de agua.
Paso a la altura de 1550 metros, cruzamos el arroyo y subimos por la senda de la derecha. Es el camino seguro para alcanzar los tejos de Valhondillo (Estos datos, como todos los que son ciertos, me los cuenta Jose que es el que entiende montañas y caminos).
Desde aquí hacemos una marcha circular pues subimos un sendero hasta la tejeda, teniendo siempre precaución de ir subiendo por los arroyos que nos van dirigiendo hacia nuestra derecha Valhondillo arriba. Van aumentando los tejos, el valle se cierra buscando la falda de la Cuerda Larda, llegamos al punto culminante de nuestra marcha en el tejo milenario protegido por un vallado.
Descansamos y meditamos a los pies del milenario tejo.
Todo el entorno permanece igual, siempre igual desde la primera visita que hice al lugar hace ya una docena de años. El viejo tejo y sus raíces, los otros tejos del entorno, las rocas por las que subo para contemplar el conjunto, hasta el susurro del aire parece estar allí buscando su eternidad…Solamente ha variado el tono blanco de mi cabello, las arrugas nuevas de mi frente, la historia de mi vida ahora con los hijos en otra situación y con más nietos…transcurre mi vida entre el transitar sereno de los años pausados del sosegado tejo…
Me siento.
Disfruto.
Espero.
Bocadillo.
Silencio para que entre en mi corazón el aire y el tiempo, la paz y el misterio, la contemplación…el mundo entero.
Aquí estoy, absorto ante otro de los diferentes tejos del entorno.
El regreso será cruzando el arroyo para buscar la pista y caminarla hasta volver al puente y el depósito del agua, después de nuevo el sendero y el PR y el coche y el motor y el silbido de la vida y…
Pero antes dejad que me quede unos siglos meditando sosiegos entre los tejos.
Javier Agra.
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