Apenas amanece en Moveros, salimos los tres por los caminos. Oz al galope investigador que parece ser una manera especial de correr y no detenerse nunca, ni aun cuando pasa cerca de nosotros para tomar nuevo impulso en otra nueva senda inventada por su fantasía o sugerida por el rastro de algún gamo que ha estado por aquí no hace mucho rato. Close con la lentitud aprendida de los humanos, el olfato siempre pegado al suelo y su ceguera recibiendo el viento de todos los amaneceres en un instante. Y yo, humano de caminar sosegado, con el cayado en la tierra y el corazón en el cielo.
Los tres hacemos una sinfonía matinal avanzando hacia Cabeza El Moucho por el camino viejo de Alcañices. Los robles saludan con sigilo nuestro caminar, nos muestras sus coloridas gallarotas nuevas (bullacas llaman en Moveros, agallas cuenta la RAE) y el brillo de las bellotas que se están poniendo rollizas con la humedad del rocío de la madrugada.
Oz se baña en la laguna de la Cooperativa de Ceadea, más tarde lo acompañará Close. El agua ondulada hace bailar los reflejos de los robles esta mañana de agosto.
En la amplitud del Prado de Las Ánimas, Oz recorre cada rincón en busca de innumerables animalillos y múltiples olores, Close retoza en ligeras correrías y trémolos revolcones en la hierba recién segada, yo camino con el pensamiento puesto en la vida y en mis nietos que estos meses nos acompañan (sus abrazos de cariño y su rostro risueño es la plenitud de todas las expectativas que un abuelo alberga en su corazón).
Oz, incansable, se baña en la laguna de la Cooperativa de Ceadea; por primera vez deja sus carreras incontables y nada con armónico sosiego durante un buen rato, mientras Close y yo llegados con la parsimonia de mis pasos y las paradas necesarias para que Close recoja olores del viento, del suelo, de la vegetación, de la vida… El descanso es breve. Los dos se bañan entre juegos y algazara antes de continuar.
Oz recorre un amplio espacio del monte, seguramente intenta coser esta tierra que habitamos, llena de heridas y desencuentros, rota por el odio y las guerras, por gentes sin entrañas de misericordia y sin corazón de paz. Close camina cerca de mis pasos, a veces con la cabeza erguida aspirando aromas del presente, a veces con el hocico humillado buscando fragancias del pasado que nos indiquen senderos hacia el futuro de libertad, de convivencia, de felicidad, de paz.
Junto a los calzapetes descansamos unos instantes antes de terminar el paseo.
Nuestro paseo continúa hasta que regresamos a la vista del pueblo, con el sol entusiasmado sobre la tierra que nos rodea, sobre nuestros cuerpos y nuestras cabezas. En algún prado descansamos unos minutos para tomar resuello, la lengua fatigosamente fuera de las bocas, las patas de Close recogidas entre algún redondel de hierba más verde; Oz solamente descansa, nos mira y espera que sigamos; yo me apoyo en el cayado y recuerdo mi infancia junto a este calzapete amarillento y florecido (senecio lo llama la botánica). Allá en Acisa, en mi lejana infancia también pasé algunas horas entre calzapetes cuidando vacas y recogiendo con el rastrillo las marañas de hierba que mis padres hacían al segar con la guadaña.
Javier Agra.
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