Se nos presenta una dilatada etapa cuando comenzamos a caminar con el sonido de la Quinta Sinfonía de Mahler (Kalistê 186 – Viena 1911) que convoca a todos los espíritus del bosque para que nos marquen el camino y aligeren nuestros pies. Entre el misterio y la sorpresa, entre la serenidad y la fortaleza musical nuestro corazón se hace música y naturaleza. Es larga esta sinfonía en sus cinco movimientos, pero nuestro caminar será suficientemente largo como para repasarla entera entre la fatiga y la paz de esta jornada.
Estamos cruzando el Valle de Tosande, entre llanuras y cumbres.
Enseguida entramos en un hermosísimo sendero entre robles que pasa por el valle de Tosande, el de los grandes tejos milenarios. Algún corzo y varios conejos cruzan cerca de nosotros extrañados por la presencia humana a esta hora en que el cielo recoge las estrellas.
Casi dos horas llevamos caminando cuando llegamos, con amago de sirimiri, a Cantoral de la Peña topónimo de la Sierra que nos acompañará durante gran parte de la jornada. La Sierra de la Peña está adornada de escondida vida, de misteriosas criaturas mágicas entre estos robles que ascienden cumbres y se esconden en valles más allá de nuestra vista. En esta población pasamos al lado del templo de Santa Ana, con puerta románica y una pila bautismal del siglo XII que nos tenemos que conformar con ver en fotografías.
Templo de Santa Ana en Cantoral de la Peña.
Seguimos hasta Cubillo con su iglesia románica y pasamos por Traspeña de la Peña antes de desviarnos a Castrejón de la Peña pueblo con farmacia cerrada, bar cerrado, carnicería cerrada, museo apícola cerrado, templo dedicado a Santa Águeda cerrado… En su pórtico nos sentamos un ratillo para comer una manzana y contemplar esta preciosa transición del gótico al renacimiento.
Pórtico de Santa Águeda en Castrejón de la Peña.
Villanueva de la Peña, recostada a las faldas de Peña Redonda; nos recibió Tarilonte, después de un largo camino entre praderas y tierras de cultivo de cereal, con un curioso crucero y un trabajado mural que seguramente hace referencia al origen del pueblo; según cuentan fue el mismo general Tarik el que puso su tienda y su campamento junto a la fuente (onte) del lugar. Pasamos junto a su iglesia de Santa Marina y continuamos hacia Aviñante y Santibáñez de la Peña, pueblo coronado por la Peña del Fraile, capital de la comarca que creció en torno al Monasterio de San Román de Entrepeñas del que apenas se conserva un torreón ruinoso.
Mural de Tarik en Tarilonte.
Así caminamos los últimos kilómetros de esta jornada en la que finalmente pudimos guardar el chubasquero bajo un tímido sol de la tarde, antes de llegar a Guardo pueblo entrañable en su conjunto, incluido el notable templo de San Juan; todo fue entrañable menos el alojamiento municipal del que no quiero dar ningún dato pues me quedaría corto aún con muchas diatribas.
Monumento al minero, en Guardo.
Guardo fue paso de mi infancia en el “tren de la Robla” camino de Bilbao; paso entre la montaña de Palencia que es estribación de la Cordillera Cantábrica y la meseta castellana; paso entre el carbón y el cereal; paso entre el verdor y el secarral; paso entre la alfarería y la agricultura ambas con origen más allá de la memoria escrita. Guardo, regado por el Carrión camino del Duero a través del Pisuerga, crecida localidad desde el misterioso inicio de los castros hasta los nobles palacios que contemplamos en sus calles, pasando por el latino “Bucca ad ardum” (boca de las alturas) y más tarde Buardo.
Javier Agra