viernes, 31 de octubre de 2014

HOYOCERRADO DESDE EL PUERTO DE LA MORCUERA (II)



Estamos metidos en el Hueco de San Blas. Caminamos unos metros por la pista bien trazada; pronto, a nuestra derecha saldrá un sendero que gana leve altura. La vista es aquí risueña: abajo se extiende fértil, soleada y amplia la pradera más allá aún del Hoyo de San Blas; arriba los pinos esconden cabras y nidos hasta culminar en la altura de la Cuerda Larga, oculta ahora para nuestros ojos.

Vista panorámica de Hoyocerrado. Sentado sobre las piedras de la izquierda medito en silencio, Jose medita mientras hace la fotografía. (La fotografía está muy meditada e invita a la meditación).

Entre majuelos en fruto, helechos y crecidas urces, caminamos los dos montañeros bajo el sol hasta encontrar la soledad del bosque de pinos. Más arroyos bajan de la sierra, acaso nunca han tenido nombre pero cantan su libertad de agua entre la serenidad de la ladera, hasta llegar a saludar al Arroyo Mediano allá abajo entre prados, por donde ahora está pedaleando algún ciclista.

Este largo sendero vive su presente masticando recuerdos. El comercio de la nieve es “nuevo” en el tiempo, en los inicios del siglo diecisiete se estableció una ruta para bajar nieve con caballerías y mantener frescos los alimentos; desde entonces, el sendero se ha mantenido vivo. Cuando, avanzado el diecinueve, se terminó este transporte desde la Sierra de Guadarrama, fueron apareciendo otros usos y cuidados que mantuvieron el camino siempre activo. Nuevo en el tiempo, digo, porque la sucesión de vidas y de siglos comenzó a contarse antes incluso de que los humanos fuéramos soñados por la mente natural de la evolución.

Estamos en Hoyocerrado.

Llegamos a Hoyocerrado. Brilla la pradera en luz y enebros; brilla en sonidos dulces y arroyos de sirena; brilla en recuerdos de glaciares antiguos y entrañables canciones de arrendajos; entre las aguas del Arroyo Mediano que trasiega el lugar, busco algún risueño zampullín que no encuentro, pero la calma de la voz dormida del agua es suficiente recompensa.

Las fotografías son arcángeles modernos que llevan por el mundo la feliz noticia de la vista de Hoyocerrado. Llegar hasta aquí supone un esfuerzo que de inmediato se ha metamorfoseado en gozo. ¿Cuántos años serán quinientos mil años desde que Hoyocerrado se formó entre aquellos quejidos de la tierra y sus períodos de glaciación? ¡Cuántos años! Somos mensajeros del tiempo, de sus recuerdos, de la respiración de la tierra. En Hoyocerrado parece que no encontraremos ningún zampullín y optamos por sentarnos unos minutos a comer una barra de cereales, antes de reemprender el regreso.




Vista de Hoyocerrado mientras subimos por el Cordel del Prado Herrero.

Reemprendemos el regreso montaña arriba por el Cordel de Prado Herrero, por donde cuentan antiguos conocedores de la Sierra que huyeron los últimos bandoleros en los albores del siglo veinte y en su precipitada marcha escondían sus tesoros para volver alguna vez en su búsqueda; los antiguos conocedores de la Sierra, dicen que los bandoleros nunca volvieron y que esa subida que ahora estamos recorriendo está jalonada de robos y de tesoros. Los montañeros buscamos hitos y senderos para llegar hasta la cumbre y, cada cierto tramo y en secreto, descansamos por si cerca apareciera el cordel del saco de algún tesoro.

Llegamos a la Cuerda Larga por el Collado de Pedro de los Lobos. En la fotografía presento la Loma de los Bailanderos, por momentos cinco ventanas, por momentos cinco puñales de sangre.

Los montañeros desgranan poesía entre el sudor de la subida. Los montañeros llegan al Collado de Pedro de los Lobos entre Asómate de Hoyos y la Loma de los Bailanderos. Regresamos por la Cuerda Larga, que en verdad es larga. La Loma de los Bailanderos tiene cinco crestas de crecida piedra que van sumando metros de desnivel a nuestra jornada. Pero como en esta vida todo llega, también alcanzamos a ver el final de nuestra marcha, nos sentamos al abrigo de unas piedras y hacemos una descansada comida entre la austera mirada de las cabras y algún córvido de paciente espera. El resto de la jornada es regreso en bajada, café en algún cálido bar y coche hasta el bullicio de Madrid. Pero los montañeros no sienten aún el bullicio, su corazón palpita siglos y ternura de Hoyocerrado.

Javier Agra.

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