Estamos metidos en el Hueco de San Blas.
Caminamos unos metros por la pista bien trazada; pronto, a nuestra derecha
saldrá un sendero que gana leve altura. La vista es aquí risueña: abajo se
extiende fértil, soleada y amplia la pradera más allá aún del Hoyo de San Blas;
arriba los pinos esconden cabras y nidos hasta culminar en la altura de la
Cuerda Larga, oculta ahora para nuestros ojos.
Vista panorámica de Hoyocerrado.
Sentado sobre las piedras de la izquierda medito en silencio, Jose medita
mientras hace la fotografía. (La fotografía está muy meditada e invita a la
meditación).
Entre majuelos en fruto, helechos y crecidas
urces, caminamos los dos montañeros bajo el sol hasta encontrar la soledad del
bosque de pinos. Más arroyos bajan de la sierra, acaso nunca han tenido nombre
pero cantan su libertad de agua entre la serenidad de la ladera, hasta llegar a
saludar al Arroyo Mediano allá abajo entre prados, por donde ahora está
pedaleando algún ciclista.
Este largo sendero vive su presente
masticando recuerdos. El comercio de la nieve es “nuevo” en el tiempo, en los
inicios del siglo diecisiete se estableció una ruta para bajar nieve con
caballerías y mantener frescos los alimentos; desde entonces, el sendero se ha
mantenido vivo. Cuando, avanzado el diecinueve, se terminó este transporte
desde la Sierra de Guadarrama, fueron apareciendo otros usos y cuidados que
mantuvieron el camino siempre activo. Nuevo en el tiempo, digo, porque la
sucesión de vidas y de siglos comenzó a contarse antes incluso de que los
humanos fuéramos soñados por la mente natural de la evolución.
Estamos en Hoyocerrado.
Llegamos a Hoyocerrado. Brilla la pradera en
luz y enebros; brilla en sonidos dulces y arroyos de sirena; brilla en
recuerdos de glaciares antiguos y entrañables canciones de arrendajos; entre
las aguas del Arroyo Mediano que trasiega el lugar, busco algún risueño zampullín
que no encuentro, pero la calma de la voz dormida del agua es suficiente
recompensa.
Las fotografías son arcángeles modernos que
llevan por el mundo la feliz noticia de la vista de Hoyocerrado. Llegar hasta
aquí supone un esfuerzo que de inmediato se ha metamorfoseado en gozo. ¿Cuántos
años serán quinientos mil años desde que Hoyocerrado se formó entre aquellos
quejidos de la tierra y sus períodos de glaciación? ¡Cuántos años! Somos
mensajeros del tiempo, de sus recuerdos, de la respiración de la tierra. En Hoyocerrado
parece que no encontraremos ningún zampullín y optamos por sentarnos unos
minutos a comer una barra de cereales, antes de reemprender el regreso.
Vista de Hoyocerrado mientras subimos
por el Cordel del Prado Herrero.
Reemprendemos el regreso montaña arriba por
el Cordel de Prado Herrero, por donde cuentan antiguos conocedores de la Sierra
que huyeron los últimos bandoleros en los albores del siglo veinte y en su
precipitada marcha escondían sus tesoros para volver alguna vez en su búsqueda;
los antiguos conocedores de la Sierra, dicen que los bandoleros nunca volvieron
y que esa subida que ahora estamos recorriendo está jalonada de robos y de
tesoros. Los montañeros buscamos hitos y senderos para llegar hasta la cumbre
y, cada cierto tramo y en secreto, descansamos por si cerca apareciera el
cordel del saco de algún tesoro.
Llegamos a la Cuerda Larga por el
Collado de Pedro de los Lobos. En la fotografía presento la Loma de los
Bailanderos, por momentos cinco ventanas, por momentos cinco puñales de sangre.
Los montañeros desgranan poesía entre el
sudor de la subida. Los montañeros llegan al Collado de Pedro de los Lobos
entre Asómate de Hoyos y la Loma de los Bailanderos. Regresamos por la Cuerda
Larga, que en verdad es larga. La Loma de los Bailanderos tiene cinco crestas
de crecida piedra que van sumando metros de desnivel a nuestra jornada. Pero
como en esta vida todo llega, también alcanzamos a ver el final de nuestra
marcha, nos sentamos al abrigo de unas piedras y hacemos una descansada comida
entre la austera mirada de las cabras y algún córvido de paciente espera. El
resto de la jornada es regreso en bajada, café en algún cálido bar y coche
hasta el bullicio de Madrid. Pero los montañeros no sienten aún el bullicio, su
corazón palpita siglos y ternura de Hoyocerrado.
Javier Agra.
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