De profunda
mirada y sedoso atardecer, el río Duero acaricia con sus prolongados dedos la silueta ibérica con una mano eterna de
acariciar raíces y sementeras, suelo recio
de arados y trillos; salta entre riscos y amapolas cantando alegres
nanas a las siluetas aprendices de sierras, a los vaivenes del agua y las
cosechas. Es fácil encontrar en el entorno cercano del Duero alguna proeza
realizada por los antiquísimos “moros” o por los belicosos “franceses”
actualmente casi como si hubieran pertenecido a una misma época evocada entre
la nebulosa y el susurro.
Arribes del Duero, ensueños de curvas y de silencio.
A mi entender y
sobre todo a mi sentir ser de Portugal o ser de España, en estos lugares de la
raya no supone ninguna diferenciación de sentimientos, mas ¡ay si entramos en
la entraña misma de la profunda mirada! El portugués tiene una tragedia de
siglos dentro de su alma y hasta parece que el mismo aire vibrara como un arpa
eólica siempre hacia dentro del corazón en calma. Las mismas serenas miradas
que ríen entre petardos de fiestas tienen como un desfondado dolor sin término
en lo más antiguo de su historia.
Ad ripam decían
los latinos, junto a la ribera y de aquí hemos llegado al término Arribes; en
los Arribes del Duero, digo, no terminamos de saber si estamos en Portugal o en
España; parece que incluso el agua duda entre continuar al Atlántico o quedarse
entre las ariscas quebradas; los paseantes no necesitan mapa, ni medidor de
tiempos, está el agua en una inquietante quietud como esperando un desenlace de
suspense, pero en estas dolientes curvas de agua nunca ocurren desgarros ni
violentos toques de trompetas, los Arribes tienen la mirada en calma.
La poesía del
Duero es poesía trágica, de espectáculo doloroso entre soledades abruptas, las
águilas conviven en estas peñascales riberas con las lagartijas y las carpas
del río en un conjunto de naturaleza más allá de las mutaciones de la historia;
entre Portugal y España se adormece el Duero en curvas y profundidades para que
las encinas viejas puedan mirarse una vez más el rostro, se adormece en su
profundo seno para que los trigos de más adentro no despierten la sed del oro
de sus espigas; parecería que en estas
montaraces tierras no sale el sol y solamente llega aquí cuando va siendo la
hora de acostarse por el Atlántico como si Portugal entero se echara al mar y
no mirara hacia atrás.
Ermita de Fariza.
Miradores y
senderos de reposo y luz entre el agua y el cielo. Portugal es una cometa del
viento agarrada por la saeta fluvial de las aguas mansas; Picote, mirador
sentado entre las encinas y el verso, observa el Duero entre los riscos y el
silencio; Bemposta, suelo recio de arados y trillos, entre Mogadouro y Fermoselle
enseña al Duero campos de viñedo y olivos; Escalhao, presencia en el viento de
un sereno pasado, cultiva tierras entre el Duero y el puente romano; la ermita
de Fariza, oración del otero y de la encina, cuenta al río fiestas de pendones
y de historias de todos los tiempos.
Javier Agra
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