Estamos entre
las intrincadas inmensas rocas de la Pedriza. De pronto, a nuestro alrededor,
se hace silencio y podemos guardar en el corazón el secreto misterioso de la
palabra.
Septiembre se
está acostando entre sus sábanas de viento y luz, abre la ventana al otoño. Los
montañeros han llegado a Canto Cochino para subir hasta las faldas del Yelmo. Sobre
el Manzanares cruzamos el puente de madera ¡tantas veces nos hemos saludado! Conocemos
el camino que nos lleva a nuestra derecha hacia la pequeña pradera, bajo el
mismo pino silente en medio del sendero recordamos que es nuevo cada día aunque
sea siempre el mismo. Otro puente sobre diferente arroyo y emprendemos camino
hacia la izquierda; hasta aquí montañeros y paseantes tenemos el mismo asombro
en el común sendero.
Enseguida subiremos
la empinada cuesta junto al Cancho Losillo en plácido paseo, notamos que el
inicio está preparado para animar la subida que va paralela al arroyo de los
Huertos. Hemos llegado al barranco de los Huertos, dejamos abajo la amplia
explanada y buscamos con calma y sosiego el sendero que merodea el arroyo y nos
llevará hasta Hueco de las Hoces. Por aquí quedan señales de lo que fueron unas
marcas moradas, ¿hemos dado con el sendero?
Metidos ya
en el Hueco de las Hoces, pasamos bajo este hermoso arco de piedra.
A nuestra
izquierda asoma un vivac de proporciones hermosas. Estamos en el sendero, estamos
en este gran misterio de la dureza y de la roca donde acaso alguna vez conversaron
el volcán y las estrellas antes de hacer camino la ancestral palabra de la
historia. Hacia adelante buscando la profundidad del tiempo y de la nieve,
buscando el misterio enterrado en la memoria antigua de la raíz y de la piedra.
Cabras.
Animales que
reptan su libertad entre el follaje.
Aves.
Y yo arrastrando
mis días montaña arriba.
El Elefante
del Yelmo sale a buscarnos, de entre la niebla.
Dejaré a mi
espíritu que se cuele feliz entre los huecos limpios de estas ignoradas peñas para
volver a buscarlo algún día cuando mi sueño sea hermano sin tiempo de esta
Pedriza nueva y siempre inmensa. Montaña arriba, el Hueco de las Hoces se
encajona entre formas rocosas; a la derecha el Elefante del Yelmo, a la izquierda
el Pan de Kilo. Los montañeros tenemos fantasía, queremos dar la razón a
quienes pusieron estos nombres, detenemos la marcha y contemplamos hasta que
observamos la trompa y un ojo ¡y la boca! ¡¡y una oreja!!
Pasadizos en las
rocas han preparado un triunfal arco a nuestra marcha; gateamos unos metros
para superar este laberinto de intrincada roca; los montañeros se sueñan con
alas entre muros y alturas, pero como no tienen alas caminan despacio y
conversan con la arena; los montañeros sienten la necesidad de sentarse a
conversar con el silencio de la roca.
Hueco de
las Hoces. Al fondo el Yelmo, delante el Elefante.
El collado de
las Hoces. A nuestra derecha el Yelmo. A la izquierda la Bola de San Antonio.
Los montañeros nos sentamos entre la vegetación y la roca para un ligero
yantar. El regreso será una muy frecuentada y muy conocida bajada por el Collado de Encina hasta la Gran
Cañada, los Huertos y Canto Cochino para cerrar la mañana y traer el alma libre
a la ciudad que sueña arenas con vuelos de paz y de Pedriza.
Yo, Javier
Agra, soy un loco que me detengo a conversar con siglos de piedra.
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