Calvas
sierras apuntan al cielo del Guadarrama, más arriba de la sonrisa de pinares y
rebollas, reducidos prados entre juncos y altas hierbas, los montañeros
encienden lirios y espinos en las madrugadas de septiembre cuando el campo conversa
silencios desde el fondo del alma. Hemos salido unos minutos de la autopista de
la Pedriza para asegurar el camino de la Choza Kindelan, volvemos con el
silencio del arroyo, aguas arriba del Majadilla; a la derecha el Prado Peluca,
en las cumbres la cueva de la Mora y Peña Sirio.
A la
puerta del Chozo Kindelan, un recuerdo a los primeros montañeros que abrieron
senderos por la Pedriza.
Cercanos al
arroyo de los Poyos, cruzamos hoy a pie enjuto por donde la primavera construye
una hermosa laguna y subimos entre pinares bordeando el arroyo de la Ventana
buscando el espacio abierto del Collado que comparte nombre con el arroyo. Se
esconde el Collado entre curvas de senderos y de aves. Montaña arriba hasta
encontrar el grupo rocoso de El Cocodrilo, los montañeros hacen una parada más
de admiración que de reposo; se han terminado los pinos, las formaciones de
roca tienen conversación de siglos, de esfuerzo, de poderosa amistad.
Subimos
al Cancho de La Herrada o Pared de Santillán.
El Collado
de la Ventana es un espacio de luz abierta: ¡salve, Risco de la Ventana; salud,
Torre de los Buitres! Merodean algunos pinos valientes de reducido porte, aquí
se enfrentan a los vientos y a las tormentas de nieve, pero aguantas porque
saben que volverán los montañeros y quieren saludar su esfuerzo. Continuamos
nuestra marcha hasta la Pared de Santillán también llamado Cancho de la
Herrada; subiremos por algún lugar cómodo, nosotros no sabemos hacer cordada.
El anchuroso
Collado de la Ventana permite mirar al mundo con afilados ojos de águila, la
vista se extiende hacia el cielo y hacia las llanuras pardas, hacia los
embalses y las construcciones de casas. Los dos montañeros nos sentamos un
rato, acaso no necesitamos tiempo para descansar pero sí necesita el espíritu
tomar tiempo, hablar con la naturaleza, aspirar silencio, soñar tierras de paz
y de ricas cosechas compartidas. Los dos montañeros soñamos ante el impactante
misterio de piedra del Cerro de los Hoyos nuevo siempre en cada subida por
estos riscos.
Cerro
de los Hoyos.
El Risco de
la Ventana tiene un vivac de hermosa factura, parece custodiado por un solitario
árbol: el serbal de los cazadores convida a reposar, parece un árbol de plata,
breves hojas, finas ramas, rojos sus maduros frutos; todo él es un canto a la
tierra y la vida. Los dos montañeros admiran y callan, el sol avanza en
silencio entre el rumor de las aves y el juego de algunas cabras.
El
Risco de la Ventana tiene un vivac que guarda el solitario árbol serbal de los
cazadores.
Regresamos
por la Senda de los Forestales. Aquí la pericia de Jose (como en cada momento
en la montaña) vuelve a ser necesaria y definitiva: senda abajo, apenas superemos
mil seiscientos metros tenemos que encontrar el sendero que sale a nuestra
izquierda. Está el sendero. Los dos montañeros seguimos su apenas trazada
estela hasta acercarnos y bordear la Cuerda de Los Pinganillos. Esta bajada se
pierde y aparece, viene y va bajo nuestra mirada y entre senderos y búsqueda llegamos
a las inmediaciones de la autopista de la Pedriza.
La marcha de
esta jornada está completa cuando llegamos al Manzanares y entramos en Canto
Cochino por el transitado puente de madera. La Pedriza es grande con sosiego de
cálida piedra, de madre vegetal, con la entraña caliente del amor de la tierra.
Javier Agra.
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