El cielo de London escribe versos con las sonrisas del Támesis.
La última vez
que John Constable miró al Támesis temía que desapareciera todo recuerdo de
vida de sus aguas. Durante su larga vida había recorrido el vivo verdor
brillante de Gran Bretaña, había pintado bellos paisajes durante gran parte del
siglo dieciocho y bien entrado el diecinueve; ahora temía por el antiguo río.
Le hubiera
gustado a John Constable ver a la joven arrojando unas flores al agua limpia
del Támesis desde el Lambeth Bridge esta tarde de septiembre del dos
mil quince; el agua vuelve a tener mil variados peces, vuelos rasantes de
gaviotas, silenciosos barcos, música en sus orillas entre los álamos del paseo.
La joven agradecía con flores su estancia en la ciudad, el sosiego de esta
inmensa población de parques interminables, de calles sin final, de colores multiétnicos,
de estilos diferentes y armónicos.
He
venido a Londres a buscar un hogar, a buscar un espíritu, a buscar un mundo sin
fronteras, a buscar la sonrisa del Támesis que es sosiego y creación de
eternidad.
Esta tarde no
duerme Londres, la joven mujer escucha todas las horas del mundo desde el reloj
de la Torre del Parlamento, porque en
Londres viven las horas de todas las latitudes y aquí se sienten cómodas
cantando segundos para los corazones hindús, para los espíritus de toda la
extensión de América, para los lejanos recuerdos de Asia, para los ojos que
sueñan sus africanas tierras, para las gentes de cerca y de lejos que han
puesto aquí su tienda acaso para siempre o tal vez para unas horas.
El Támesis tiene
la belleza de todos los ojos del mundo, de todos los colores del mundo, de
todos los idiomas del mundo, de todos los pasos que comenzaron a latir en los
corazones de otros rincones del mundo. Toda la tierra se asoma a los doscientos
setenta y cinco metros de anchura que acoge bajo el London Bridge. Allí sus aguas
cuentan a la joven historias del pasado de cuento y miedo, de futuro de sonrisa
libre hasta que la despierta sobre el poderoso Tower Bridge junto a la Torre de
Londres.
La
tarde llena de tonos y capas el cielo de Londres; sobre el Támesis se elevan
los espíritus de la paz.
Sobre el
Támesis, los puentes ofrecen sus ojos a los paseantes para que miren con
sosiego las dos orillas; la una mira al turismo, al trasiego, a las gentes que
van y vienen, al tráfico…; la otra orilla es el sosiego, el espíritu que vibra
en los corazones, la sonrisa, la esperanzada ilusión de las personas que han
llegado a Londres esta mañana buscando un futuro de libertad, la del
pensamiento que lleva sueños hasta los últimos rincones de la tierra. Las dos
orillas del Támesis giran incansables y en calma desde el London Eye que sonríe
y aplaude al agua, a las gentes, a las aves, a los peces, a las plantas…
En el
Globe asistimos a una representación de Hamlet. Ser espectador es una emoción. Subir al
escenario y dar vida a un personaje tiene que ser rayano a lo sublime.
La joven mujer
ha llevado flores por la orilla del Támesis hasta el Teatro The Globe con sabor
a Shakespeare y a brisa internacional. Dentro del teatro su alma se emocionó,
se emocionaron sus ojos, se emocionó su espíritu hasta llorar ilusión. El
Támesis es su historia y su profundidad y su silencio y su soledad y su pasado
y su futuro y la flor de su rosal.
Javier Agra.
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