Dicen que
Edimburgo es la Atenas del norte, dicen que recuerda a Roma la de las siete
colinas, dicen que…
Edimburgo es
belleza sin necesidad de más comparaciones.
Hermosa vista
de Edimburgo desde Carlton Hill hacia el Castillo.
Yo recorrí la
grandeza de Carlton Hill tan llena de turistas y lectores en cualquier ocasión.
La ciudad muestra sonriente su brillo desde esta colina, desde aquí recuerda su
pasado y vive el presente a cada instante entre embelesos de sosiego y lectura
que mezcla sin ningún rubor con las aceleradas visitas organizadas y los tranquilos
minutos de miradas hacia el infinito, hacia el mar, hacia el fondo del alma de
quien ha llegado por casualidad y quisiera sembrar aquí huertos para recoger la
cosecha dentro de varios meses.
El paseo desde
Carlton Hill hasta las faldas de la colina volcánica de Salisbury Crags es una
alfombra que baja y sube entre el verdor y la vida. Decido ascender por su
alfombra hasta lo más alto. Aquí se termina el turismo, son aún muchas personas
quienes pasean su primer asombro o su acostumbrado corazón por esta amplia penillanura
del antiquísimo volcán que hoy guarda calurosos abrazos de lo que fue magma
violento hace millones de años.
Sobre la
Colina de Salisbury Crags la visión se agranda, viene y va entre fantasías y
recuerdos. Observad el cuervo con el que conversaré dentro de un momento, ya se
acerca, me llama y me invita a sentarme en esa fértil ladera.
Edimburgo
descansa en este lugar; hace deporte en este lugar; se enamora en este lugar. Y
yo paseo y observo absorto la ciudad, pienso el mar al alcance de mi mano y de
mis piernas, converso con un cuervo que se sienta a mi lado por si de mis
bolsillos saliera un trozo de pan (no sabe que hace un rato compartí con una
gaviota el último zoquete duro que me quedaba), me detengo con un perro que responde
a mis querencias porque el lenguaje zalamero de los perros es cálido e igual en
todas las latitudes de la tierra.
Delante está
la colina de Arthur’s Seat, mi próximo destino.
El sol está
avanzado cuando enfilo colina arriba Arthur’s Seat, la más emblemática de las
colinas de estos lugares. Llegar hasta la cima es un paseo dilatado en la tarde
y en la historia; desde hace más de trescientos millones de años hasta hoy
compartimos sueños de eternidad con el magma que formó estás onduladas cumbres,
con el rey Arturo y sus aventuras; paso a paso, en la cima se reducen los
visitantes, se detiene el tiempo en un atardecer de embelesado recuerdo. La vista
se aleja y navega más allá de los fiordos y las islas, más allá de las
rompientes olas del inmenso mar sin horizonte ni ocaso, la vista regresa a
Edimburgo y se detiene en la colina del Castillo a soñar intrigas y juglares
narraciones.
Primer plano
de la colina volcánica Salisbury Crags desde el Parlamento de Escocia.
Edimburgo es
belleza, ensoñación, búsqueda…
Javier Agra.
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