Amables lectores:
dispensad que este artículo sea excesivamente largo. Estos días de julio y los
venideros de agosto estaré alejado de este ordenador que tan buenos servicios me presta y me resulta dificultoso escribir desde otros medios electrónicos.
Sed felices y austeros.
Desde Moveros, sosegado
pueblo de Aliste en Zamora, decidí visitar el Parque Natural “Sierra de Montesinho”
en Portugal. Para las personas que llevan por allí toda la vida y para quienes
somos asiduos desde hace más de treinta años, la frontera no tiene presencia;
así hablamos de “la raya” como el lugar donde se hermanan ambas naciones en una
Iberia común. Juntos tomamos café en cualquier pueblo, juntos bailamos en las
mismas fiestas, juntos conversamos cuando terminamos la segada en las tierras
linderas, juntos nos cruzamos en los paseos por el monte o las calles de los
pueblos.
El castaño es el
árbol emblemático de la Sierra de Montesinho. Aunque en el pueblo de Montesinho
es un árbol muy abundante, aquí plasmo este ejemplar solitario.
Montesinho es un
extenso Parque Natural de setenta y cinco mil hectáreas al norte de Bragança y
Vinhais hasta volver a España por Rihonor camino de Sanabria. Toma el nombre
del pueblo desde donde comenzamos la marcha y así se llama el monte más alto del
Parque con mil cuatrocientos treinta y ocho metros. Montesinho es la cuarta
altura de Portugal continental.
La mayor elevación es
La Torre con mil novecientos noventa y tres metros en la Sierra de la Estrella, la Sierra más
occidental del Sistema Central. Cosiendo las tierras de Portugal y Galicia, por
Lobios en Orense, está la segunda altura en la Serra do Gêres, con el Pico
Nevosa de mil quinientos cuarenta y ocho metros. Larouco en la sierra del mismo
nombre es la tercera altura con mil quinientos veinticinco metros, en Trás os
Montes cercano a la localidad Laroco en la comarca de Valdeorras en Orense;
recuerda, dicen, al dios celta del mismo nombre.
En algún punto del
recorrido me subí a una de las múltiples piedras miradores que por el Parque
pululan.
Desde España se puede
entrar por diferentes puntos. El más cercano es desde Sanabria, enseguida
llegamos a la aldea portuguesa de Portelo y al desvió hacia la aldea de
Montesinho. Como tengo dicho, llegué desde los pueblos de la raya en Aliste
pasando por Bragança, donde continuamos con el coche por la muy bien señalizada
carreta IP 4 que en su inicio marca la salida hacia Puebla de Sanabria y Portelo. Será Portelo la
dirección que hemos de buscar en las siguientes indicaciones.
En torno a quince
kilómetros más allá, pasado el hermoso pueblito de França y ya en el término de
Portelo, sale un desvió a nuestra izquierda monte arriba que llega hasta la
aldea de Montesinho entre pinares y parajes solitarios. Abajo ha quedado el río
Sabor que ha unido varias corrientes de estas alturas de meseta, abajo han
quedado aldeas y sinuosas carreteras de lento transitar. Entre estos bosques se
ha detenido el tiempo y hasta la carretera parece calmar los ánimos de
cualquier viajero intrépido, estamos en un monte de reposo y lentitud.
Multitud de
valles sosegados y entrañables colinas siembran el Parque de Montesinho.
La aldea de Montesinho
es el final del asfalto. Pueblo reducido en el que han conservado y reformado
los edificios con el granito que por allí abunda. Antaño vivían de la
agricultura y la ganadería, hoy los pocos que quedan en estas soledades saben
que el turismo es su fuente de ingresos.
Aparcamos el coche en
una pequeña plaza donde está el bar. Casas de atractivos muros de granito; las
más, deshabitadas gran parte del tiempo. Caminando encontramos enseguida una
placita con varias salidas para comenzar la ruta que hoy tenemos prevista como
vuelta circular. De modo que nos adentramos por una calle iniciada con el
cartel indicador de varias rutas.
De inmediato quedan
atrás los cultivos e iniciamos el ascenso entre un bosque de robles.
De inmediato quedan
atrás los pocos viñedos y cultivos entre castaños que conserva el pueblo. Entre
el verdor de los helechos y un bosque de robles iniciamos la marcha en ligero
ascenso. Enseguida llegamos al asombro de una tierra abierta al cielo y al
infinito paisaje. El Parque Natural de Montesinhos es una mezcla de valles y
suaves colinas por donde campa el lobo, donde los jabalíes tienen sus camadas
en libertad, donde los corzos saltan sin otras precauciones que aquella que el
instinto les ha escrito en los genes, donde los conejos encuentran vegetación y
agua para su alimento.
Se ha abierto el
paisaje entre el agua y la vegetación. Diversos ríos y arroyuelos cruzan el
parque que norte a sur, pasando de ser corrientes sin nombre a tomar nombre en
el mapa. Hemos pasado de la pizarra al granito, de los chopos y los robles a las
escobas, cantuesos y multitud de pequeño matorral entre el que buscan su comida
el azor y las diferentes familias de águila que pueblan este paisaje de intenso
verde.
Ante el embalse de
la ribeira das Andorinhas nos detenemos para admirar el paisaje.
Caminamos por una pista
muy bien trazada sin ver a ninguna otra persona sino dos ciclistas con los que
coincidimos en el embalse de la ribeira das Andorinhas mientras contemplamos el
silencio armonioso de la naturaleza. Lejanos, unos molinos de viento han conquistado
la altura y aplauden al viento con la desnudez de sus brazos; frente a nosotros
hace acrobacias un águila mientras busca la mejor dirección para lanzarse sobre
algún conejo en respuesta milenaria al grito de la vida que es supervivencia.
Acaso los humanos
seamos capaces de tomar decisiones entre varios caminos y por eso el instinto
está supeditado a la voluntad y al pensamiento. De momento, nuestra decisión es
continuar por esta muy bien trazada pista que nos lleva en camino circular hasta
otro nuevo valle y otra breve cresta montañosa. Durante más de cinco horas que
duró nuestra marcha hemos visto este Parque como una sucesión de valles serenos
y desniveles suaves.
Suaves picos hacen
de vigía sobre el grandioso Parque.
Continuamos hasta el
embalse de sierra Serrada y la extensión de Lama Grande antes de desviarnos por
antiguos senderos de lo que fueron prados para bajar al pueblo; aquí
encontramos pedregales, aquí enjambres de abejas, aquí arroyos de difícil cruce,
aquí aventura entre zarza y maleza, aquí viejísimos puentes de carcomidos
maderos y tierra apelmazada.
Vadean antiquísimos
puentes de maderos carcomidos los lobos en busca de la profundidad del monte.
Terminamos la marcha y
recorrimos el pueblo; nos contaron que algún
edificio ha sido recuperado para el turismo como casas rurales. Por eso Montesinho
tiene siempre un número variable de habitantes, seguros siempre de que el trato
entrañable con que nos acogen hace que nadie se sienta forastero. Durante las
horas de nuestra estancia fuimos habitantes del Parque Natural Sierra de
Montasinho como los azores y los lobos, como las liebres y la riqueza forestal
de aquellas tierras que tienen el aspecto de miles de años entre la calma y el
sosiego.
Javier Agra.
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