El río Moros oculta su
nacimiento en un recoleto valle, anfiteatro de aguas y pinos entre el verdor de
la Sierra del Quintanar, la Mujer Muerta y el Montón de Trigo de la Sierra de
Guadarrama. En las cercanías cantan las aves melodías de soledades, los conejos
saltan sembrando gozo y sueños de feliz futuro.
Desde el Aparcamiento
de Majavilán subimos, como tantas veces, hasta el Collado de Marichiva para
encontrarnos con un sendero que, a media ladera, descubre a los montañeros una
falda de pinar por la que se adentran pocas personas y muchas aves, pocas
pisadas y multitud de trinos.
Bajo Cerro Minguete y
el Montón de Trigo tiene sus ojos el Río Moros, allí abre sus manaderas fuentes
a la tibieza del valle que baja en meditación y recogimiento hasta el bullicio
de la zona de ocio de La Panera cerca ya de la Estación del Espinar, allí
entrega su aprendido sosiego a los visitantes ávidos de pinares y descanso.
Más tarde llevará su
agua, con las aguas del Arroyo de la Tejera que recibe en el Espinar, hasta el Eresma
y más allá, ya sin nombre ni pinos, diluidas sus aguas en el Adaja, el río
Moros extenderá por las llanuras que
atraviesa el Duero la quietud de las montañas, el silbido del viento que aprehendió
en los recodos de la sierra.
Un ligerísimo
claro en el pinar lleva nuestra visión hasta el cuenco precioso bajo la Mujer
Muerta con sus dos cumbres, La Pinareja y El Oso.
Acaso, ya muy lejos de
su nacimiento, cuando se ha perdido su nombre y su recuerdo, el río Moros que nació
con ojos (los Ojos del Río Moros se llama su nacimiento) continúa mirando el
tiempo de los humanos, las preocupaciones de las personas, el lamento de los
corazones y de su agua sin nombre salte alguna sonrisa para limpiar
pesadumbres, de su agua sin nombre salte el recuerdo libre de su andadura en el
monte hasta las frentes y los corazones.
Hasta esa frondosidad
de pinares y manantiales llegamos Jose y yo una mañana de sábado. Regresamos
hasta el Collado de Marichiva y nos adentramos por la Senda de Majalaosa hasta
el Camino Viejo de Segovia y, más abajo, salimos a la Fuente del Tiempo antes
de recalar en el Descanso de los Ceballos y concluir en el aparcamiento de
Majavilán donde habíamos dado comienzo. Pero esa es otra historia que acaso
nunca extienda en estos papeles, admirado y agradecido como me encuentro a la
aventura recoleta y serena del río Moros.
Javier Agra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario