El antiquísimo
Alto de Tablada, allá cuando la literatura arrancaba el Siglo de Oro, ha
variado de nombre hasta el actual Alto del León. Ya los romanos usaban este
paso, pero no fue hasta el siglo dieciocho cuando se construyó una ruta con
pavimento. Recuerdo de aquella obra terminada en tiempos del Marqués de la
Ensenada, ministro de Fernando VI, se construyó el monumento con el león y la
inscripción latina que lo acompaña.
“Ferdinandus VI pater “Fernando VI, padre de la
patria,
Patriae viam utrique castellea hizo el camino para ambas
castillas
Superatir montibus fecit an por encima de los montes, el
año de
Sallutis MDCCXLIX regni sui IV” nuestra salvación MDCCXLIX,
IV de su
reinado”
Hoy los montañeros cuidan no ser atropellados por
algún coche mientras hacen una fotografía al león del Alto del León, antes de
adentrarse por una talanquera en la sugestiva marcha propuesta para esta jornada. Seguramente el inicio es feo, hasta sobrepasar el Cerro La Sevillana donde
conviven restos de la triste guerra civil de antaño con un sórdido espectáculo de antenas y otros
hierros. Muy pronto quedará atrás este lúgubre
espectáculo para comenzar a caminar por un ameno bosquecillo de pinos que nos
adentra en una sucesión de cimas de esta cadena del Guadarrama.
Acogidos, pues, a la sosegada caricia de la multitud
de pino albar, los montañeros estamos en el Collado de la Sevillana donde el
corazón se adentra en el trino de las aves y el aroma del cantueso. Sin
percibirlo apenas, ascendemos un pequeño cerro sin nombre y continuamos caminando
por la cima; a nuestra derecha encontraremos en breve el Collado del Arcipreste
de Hita con la portezuela que nos lleva hasta las Peñas del Arcipreste, como
describí en la anterior entrada.
Los montañeros buscan las huellas del Arcipreste
de Hita. Por fortuna, la modernidad ha colocado diferentes hitos y carteles que
lo recuerdan.
Seguimos camino hacia el Cerro de Matalafuente. El
sendero serpentea cosiendo Segovia y Madrid, el corazón respira en todas partes
la misma libertad y el mismo deseo de paz. Vencemos la fuerte pendiente con el
ánimo puesto en la búsqueda de nuestro siguiente objetivo, un manantial que
tuvo importancia estratégica durante la espantosa guerra civil. Encontramos el
manantial entre altos pinos y derruidas ruinas hacia la vertiente segoviana.
Los montañeros guardamos un momento de silencio, la angustia del mundo violento
parece reclamar un grito de silencio entre estos matorrales. El corazón se
acelera por el deseo de paz, continuamos la marcha.
En el Cerro de Matalafuente encontramos el
manantial entre altos pinos y derruidas ruinas.
Continuamos la marcha con el pensamiento puesto en la
tozudez humana que una y otra vez vuelve a la intolerancia y a la pelea. La
montaña limpia nuestra alma y la llena de entusiasmo y esfuerzo para subir
hacia la Peña del Cuervo. Accedemos a esta alta meseta, tal vez sea otero, tal
vez dilatada cumbre, a través de una portilla de piedras puesta por la
naturaleza hace millones de años… ¿desde entonces espera las visitas de los
montañeros? ¡La paciencia que tiene la montaña! Montaña adelante, cerro a
cerro, estamos descendiendo entre senderos de piedra y vegetación creciente
hacia el Collado Mostajo. Allá aparece la Peñota, enhiesta y sublime, es una
inmensa llamarada de piedra.
Desde la Peña del Cuervo, la Peñota al fondo es
una enhiesta y sublime llamarada de piedra.
Subimos el Cerro Mostajo, dominado por matorral bajo,
por abundante brezo, por animalillos vivaces y correosos. Pero aquí estamos
felices, aquí respiramos sosiego y dulzura montañera. Estamos seguros de que no
se dan las condiciones para que en esta jornada tengamos que hacer el esfuerzo
de capturar a ningún jabalí de Erimanto. Va llegando el mediodía en plena
placidez, por eso, a la vista del Collado de Gibraltar y de la ya más cercana
Peñota, nos guarecemos entre unas rocas para comer las viandas que acompañan nuestra
serena ruta. Después, regresaremos sanos, amigos y con el objetivo cumplido.
Javier Agra.
Excelente narración de esta bonita ruta. Desconocía la existencia del manantial de Matalafuente. Intentaré hallarlo en mi próxima visita a estos solitarios cerros. Un saludo. Alberto
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