Restos arqueológicos
hablan ya del monasterio desde el siglo nueve. Mediado el siglo diez, el conde
Fernán González dona un terreno al monasterio para que allí se pueda mantener
una vida tranquila observando la Regla de San Benito. El año mil cuarenta llega
Domingo Manso, procedente de San Millán de la Cogolla, desde entonces conocemos
al Monasterio con el nombre de este santo abad, emprendedor y dinamizador de la
doble columna que anima la religiosidad monástica y aún la vida humana en su
conjunto: la reflexión profunda y constante, que para los creyentes se
acostumbra llamar oración, y el trabajo como forma de construcción personal,
social y de un mundo mejor. Es el conocido lema “ORA ET LABORA” que recuerda la
tradición de los monasterios.
Claustro de
Santo Domingo de Silos
El huésped pasea
silencioso, muy despacio, cuidadoso de poner los pies en las pisadas donde
reposan los pasos de miles de pisadas de historia que respira este claustro de
catorce arcos en dos de sus lados y dieciséis arcos en los otros dos lados. El huésped
se metamorfosea en monje del Medievo, su camisa es ahora hábito monacal entre
la luz de colores del brillo de la piedra, escucha sonidos de la multitud de
animales fabulosos y reales que cobran vida entre sus capiteles antiguos.
El arte tiene como
privilegio no quedarse dormido en el tiempo. El arte es siempre vivo presente.
El espectador del arte, de cualquier arte, actualiza la vida antigua. Hoy los
capiteles del claustro de Santo Domingo de Silos hacen respirar a la piedra
antigua para volar por el aire y saltar en los montes o nadar en algún lejano
mar. El arte de la materia se transmite de espíritu a espíritu. El huésped, que
pasea por el claustro, admira el pasado tiempo y lo devuelve a la vida, a la
luz, a la naturaleza. Los capiteles salen de la piedra y vuelven a volar por
los campos castellanos de donde los recuperaron artistas medievales.
El huésped pone
sus pies sobre las huellas de pisadas antiguas.
Los cuatro ángulos del
claustro bajo de Santo Domingo de Silos son una bella pedagogía de la historia
de Jesús narrada en piedra y luz de amanecer cuando el huésped camina del
asombro al misterio, de la poesía a la vida, de la música al universo entero,
del siglo once al siglo veintiuno. El árbol de Jesé muestra la genealogía de
Jesús y el capitel se une a la Anunciación de Gabriel a María, con a su
coronación.
Capital pedagógico
y ornamental con la muerte de Jesús en la cruz y el Descendimiento.
Camina el visitante,
camina el huésped, camina el monje hasta el siguiente ángulo del claustro donde
se expresa la muerte de Jesús en la cruz, con su Descendimiento; para unirlo
con el capitel de la sepultura silenciosa y la resurrección de Cristo entre
cánticos de gloria. Paso a paso, la luz de la tarde pinta de brillos nuevos el
ángulo ante el que me detengo para admirar el conocidísimo episodio de la duda
de Santo Tomás y su confesión de fe porque ha metido su puño en el costado de
Cristo atravesado por la lanza de Longinos mientras lo demás apóstoles
contemplan en respetuosa oración; el capital contiguo muestra a los dos
discípulos que se dirigen a Emaús acompañados por Jesús a quien descubrirán
como Cristo resucitado cuando partan el pan.
Los animales de
los capiteles salen de la piedra y vuelan de nuevo por los campos castellanos, saltan
por los cercanos montes, nadan por los mares lejanos.
La Ascensión del Señor
se muestra en el cuarto ángulo del claustro y, con él, Pentecostés que da paso
al tiempo de la Iglesia. Nuestra Señora de Marzo y el Cenotafio de Santo
Domingo de Silos son dos majestuosas esculturas del siglo catorce que llenan de
admiración devota y silenciosa a cuantos llegamos al claustro de Santo Domingo
de Silos buscando sosiego y arte, vida y oración.
Además está el ciprés
superviviente de los cuatro que se plantaron, está la fuente, los paseos entre
el reducido huerto o jardín…
Javier Agra.
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