MÍO CID: En San
Pedro, a maitines / tañerá el buen abad;
la misa nos
dirá, / esta será de Santa Trinidad;
la misa dicha, /
pensemos en cabalgar, 320
que el plazo
está cerca, / mucho tenemos que andar.
NARRADOR: Como
lo mandó mío Cid, / así todos los harán.
pasando la
noche, / el día viniendo está;
a los mediados
gallos, / piensan en cabalgar.
Tañen a maitines
/ con una prisa tan grande;
325
mío Cid y su
mujer / a la iglesia van.
ÁNGEL (en sueños
a mío Cid):
Cabalga, Cid, /
el buen Campeador, 407
que nunca en tan
buen punto / cabalgó varón;
mientras que
viviereis / bien saldrá todo a vos.
Desde la
bien labrada huerta del Monasterio de Santo Domingo de Silos contemplo la
capilla de la Virgen del Camino y los senderos por los que salieron camino del
destierro, el Cid y sus mesnadas.
La Eucaristía en
el Monasterio de Santo Domingo de Silos es toda cantada en gregoriano, salvo
las lecturas bíblicas. Sesenta minutos de sosegada armonía matinal antes de
salir a los campos a labrar, a estudiar a la biblioteca, a multitud de tareas
que realizan a diario los monjes.
Yo, que
solamente soy huésped temporal, me dedico a recorrer los alrededores. Hoy salí de
la abadía, dejé atrás Silos, por la puerta de la muralla para seguir al Cid en
su camino de Destierro. Los primeros pasos, valiente Cid, debieron ser más
duros por el abandono de quien fue tu señor en la tierra, pero también por la
empinada cuesta hasta superar la ermita de la Virgen del Camino. Seguramente
las huestes de nuestro épico personaje no vieron construida la ermita pues es
bastante más reciente.
Entre las
sabinas del Alto de Valdefradas camino pisando las mismas huellas que dejara,
tiempo atrás, el caballo Babieca con su menesteroso jinete.
Tal vez esté
ahora mismo pisando las huellas que dejara Babieca entre las antiguas sabinas
del Alto de Valdefradas. Bien pudieron cabalgar en el silencio de la mañana por
esta amplia meseta; quiero imitar su silencio para así mejor escuchar al
rabilargo, a la chova piquirroja y otras aves canoras, también de vez en cuando
miro al cielo para contemplar el sigiloso vuelo del águila perdicera. El
sendero está muy marcado, pero aunque no fuera así la dirección que siguieron
sus tropas no tiene pérdida entre este suelo verde de la primavera.
Con unción
cenobítica besé una piedra del camino y la deposité en el "Moreco del Santo”
Con unción
cenobítica besé una piedra del camino y la deposité en el “Moreco del Santo”; hice
aquí una breve pausa porque según algunas informaciones, acaso más legendarias
que históricas, aquí se detuvo la comitiva que llevó a Santo Domingo para ser
enterrado en el Monasterio. El sendero continúa por una sinuosa curva hacia la
izquierda. Enseguida aparecen dos altas lomas, las cumbres más ciertas de estos
alrededores, a sus pies seguramente harían una parada el Cid y su compañía para
que las caballerías bebieran en estos que hoy son arroyos y prados de fresca
hierba.
Estas dos
preciosas montañas cierran un valle intermedio por el que me adentré hasta
tocar la cima que asoma a nuestra izquierda. El momento fue solemne pues llegué
entre una finísima e insignificante llovizna que desapareció de inmediato,
antes aún de consolar a esta desolada tierra.
A la vista de
los llanos de Pinarejos, regresé y subí por un curioso valle hasta tocar la
cima de la más alta de las dos cumbres que cierran el valle, seguramente con un
nombre sugerente y que desconozco. Fuera ya de los senderos trazados por el Cid
ni por ningún otro posterior caminante, me adentré a rumbo de avezado montañero
entre montes y valles de numerosísimos enebros, en la dirección en que a mi
parecer estaba el pueblo de Silos y su abadía.
En una amplia
pradera de soledad y misterio, de canciones y poemas, de lento paso y paz inmensa
se salieron ladrando unos perros, siguieron mis pasos un trecho y ladraban más
por compromiso que por despecho hacia mi persona. Yo, que he oído que la música
amansa las fieras, comencé a entonar una música en aquella soledad silenciosa;
los perros huyeron de mí, temiendo a mi desentonada voz más que a los mandobles
mismos de la espada Tizona. Después me contaron en el pueblo, mientras tomaba
café en un bar, que pasé paredaño a un rebaño de más de mil ovejas, los perros
hacían su trabajo de guarda cuidadosa.
Esta es la
imagen de la cortada en la roca que me impidió continuar descendiendo por el
arroyo.
Me adentré en un
arroyo, el agua siempre va a algún pueblo –pensé para mis adentros– y no tardé
en encontrarme con una cortada rocosa que me impidió el paso. Busque y busqué
tanto que encontré otra salida a mi entender definitiva, pues hallé una arqueta
de conducción del agua; seguí, pues, este nuevo certero camino y no tardé en
llegar a un prado de recreo y a la vista misma de los tejados de Silos. Un par
de recodos más allá terminé viendo la huerta del Monasterio de donde había
partido siguiendo los pasos de mío Cid.
Javier Agra.
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