lunes, 22 de mayo de 2017

MONASTERIO DE SILOS: DESFILADERO DE LA YECLA



Entran los monjes en hilera para el rezo de Laudes. Suena el órgano y se encienden las luces en el instante mismo que el solista inicia la antífona que introduce la salmodia en canto gregoriano; en el primer hemistiquio, se une el coro que, con ser tantas voces, ni sube el tono ni se distorsiona la melodía. El cielo suena uniforme y sereno en la tierra entre las milenarias piedras de la Abadía de Santo Domingo de Silos. Ensayado, exacto, sublime para alabar a Dios desde la belleza.

Desfiladero de la Yecla.

A tres kilómetros del Monasterio se encuentra el precioso enclave del Desfiladero de la Yecla en el arroyo del Cauce que poco después se unirá al río Mataviejas. De modo que me puse mis zapatillas de caminar y salí por el sendero paredaño al río Mataviejas, de este modo evito la carretera que enlaza Silos con Caleruega. Ya me estoy familiarizando con estos preciosos paisajes de sabinas y sol, de silencioso sosiego meditativo, de historia antigua y permanente esfuerzo.

Es sencillo encontrar el inicio del desfiladero. Justamente antes del túnel de la carretera, baja una escalera muy bien preparada, igual que los seiscientos metros de recorrido del paseo entero dentro del Desfiladero de la Yecla. Moles calizas de estas peñas de Cervera han modelado durante millones de años escondites y recovecos por donde el sol no puede asomar. El recorrido está lleno de latidos de millones de corazones que por aquí pasaron en diferentes siglos. Está preparado el camino entre puentes y pasarelas para salvar las cascadas y las pequeñas pozas de limpísimas aguas. 

Interior del Desfiladero de la Yecla

Aquí apenas vemos la roca formando un arco arriba en el las alturas, allá se estrecha tanto que es preciso maniobrar de lado para continuar, más allá se abre un recodo muy bien horadado por la sabiduría del agua para poder cruzarse con los asombrados paseantes que vienen del otro lado. El cielo tiene aquí un canal de comunicación con la profundidad del desfiladero, así puedo ver el sol y escuchar el rápido vuelo de algún buitre de los muchos que anidan entre estos silencios. Se abre el arroyo a un paisaje arbolado entre las curvas de la carretera; otra escalera me vuelve a subir hasta el firme del asfalto.

Me senté en una peña y en monacal silencio contemplé admirado las idas y venidas de algunos buitres.

Pienso que esta zona alta pertenece a lo que se llaman Peñas de Cervera con su multitud de buitres y su formidable bosque de sabinas o enebros que lo mismo viene a ser. De modo que me invento un sendero por el que trepar hasta que la carretera está allá abajo, me encuentro a la misma altura de los buitres; los buitres me esperan en los huecos de las rocas calizas que les sirven para hacer niales y aún habitables palacios. Me senté en una peña y en monacal silencio contemplé admirado sus idas y venidas, acaso me tomaron por un viejo enebro recién brotado, tal era mi quietud y mi silencio. 

Seguramente los buitres me tomaron por un viejo enebro recién brotado, tal era mi quietud y mi silencio.

Me dejé guiar por mi instinto montañero para bordear el interminable roquedo y salir a algún valle, seguramente de noble nombre, las sabinas o enebros que lo mismo viene a ser son aquí abundantes; seguramente será reserva de estos árboles tan poco frecuentes ya en nuestra geografía. Sé que estoy en uno de los sabinares mejor conservados de Europa, sé que me está contemplando algún árbol con dos mil años de vida. Esa certeza me causa asombro. Por preciosas cimas primero y siguiendo caminos forestales después, llegué a algún hermoso lugar entre el Desfiladero de la Yecla y el Monasterio de Santo Domingo de Silos. No sé el nombre exacto al que llegué, pero sí puedo asegurar que era hermoso pues todos los espacios que por aquí se ven son admirables y fuentes de sosiego.

Salí a algún lugar entre el Desfiladero de la Yecla y el Monasterio de Santo Domingo de Silos.

Javier Agra.




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