El grupo de montañeros
había realizado diferentes variantes por la Sierra a lo largo de aquel invierno
de sfumato pues no terminó de constituirse en toda su intensidad, tampoco la
primavera estaba resultando igual a las primaveras de los últimos cien años.
Parecía como si toda la naturaleza se mantuviera en una nebulosa despistada sin
decidirse por los cánones clásicos de las estaciones climáticas.
Al pie de un antiguo
y seco árbol en La Pimpolla Negra, el montañero espera tiempos de libertad y
paz para la tierra entera.
Los montañeros habían
visto muchas veces en la lejanía el entorno de la Pimpolla Negra, de modo que
hoy se decidieron a llegar hasta el ensueño de su entorno. El coche quedó
aparcado en Navacerrada (advierto que es necesario llegar temprano para encontrar
allí sitio) cuando aún los relojes apenas cantaban las ocho de la mañana. Los
montañeros descendieron por la carretera cincuenta metros en dirección a Madrid
hasta un aparcamiento situado a la derecha, inmediatamente después de superar
la zona de cafeterías. Al fondo del aparcamiento sale una pista forestal que
desciende hacia el Collado Albo y aún más allá porque la tierra entera está
comunicada por multitud de senderos y esperanzas.
Lo seguimos entre pinos
y piornos, lo seguimos entre el canto del acentor y del carbonero garrapinos,
lo seguimos bajo el vuelo solemne de las altísimas águilas, lo seguimos en el
silencio de nuestra respiración de madrugada, lo seguimos muy cerca de una
hilera de cables de luz, fea hilera pero necesaria que se fue perdiendo a
nuestra izquierda con el descenso y la estrechez del camino.
Dicen los aparatos de
medición de altura que habíamos llegado a la cota de mil setecientos treinta y
cinco metros (yo no lo sé, pero lo acepto) cuando llegamos a un sendero que
claramente nos llevaba montaña arriba en la dirección deseada para alcanzar las
llanuras de la Pimpolla Negra. El sendero está muy bien trazado, de modo que no
tenemos que pensar por donde dirigir nuestras pisadas, solamente gozar del
sonido suave del aire entre el pinar, de la armoniosa conversación de la
naturaleza, de la vida que brota entre el sol y la tierra esta mañana.
El Arroyo de
Matasalgado es un punto clave; aquí abandonamos el sosiego del sendero y
ascendemos monte arriba buscando las llanuras de La Pimpolla Negra.
Así llegamos hasta el
Arroyo Matasalgado. Nos despedimos del sosiego del sendero y comenzamos el ascenso
por desaparecidas trochas hasta alcanzar los mil ochocientos veinticinco metros
de altura, estamos en la amplitud de la Pimpolla Negra que recibe su nombre de
la variedad de pino que por aquí abunda; en su nacimiento y juventud el pino, y
por extensión la mayoría de los árboles, reciben el nombre de “pimpollo”. El lugar
es idílico, de novela pastoril, vistas luminosas, grandiosas en derredor: Siete
Picos con su lomo de dragón, el cordal de la Maliciosa en ascenso visual, Las
Cabrillas con sus grandiosas olas de piedra, la cuerda que cose las cumbres
desde Abantos al Puerto del León. Explanada de meditación y sosiego, de
silencio y vegetación.
En la amplitud de La
Pimpolla Negra.
Llegados a La Pimpolla
Negra nos sentamos. Contemplamos. Vivimos.
Guiados por los hitos
que suben desde el Collado Albo, ciento veinte metros más arriba alcanzamos la
Senda Herreros por la que transitamos hasta llegar al Puerto de Navacerrada. La
ilusión y la belleza del recorrido han suplantado al sudor y la fatiga; el
entusiasmo de respirar libertad en la montaña continúa en la respiración de
voluntad de libertad y paz en la ciudad y en la tierra toda.
Desde La Pimpolla
Negra hasta la Senda Herreros, encontramos alguna zona rocosa de sencilla
trepada. Aquí, dos montañeros a punto de entrar en un escondido hueco que es
camino entre rocas con un árbol en su medio.
Javier Agra.
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