“El tiempo es una
lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos. Pero
hay hogueras que arden bajo tierra, grietas de la memoria tan secas y profundas
que ni siquiera el diluvio de la muerte bastaría tal vez para olvidarlas”. La
Lluvia amarilla, Julio Llamazares.
Hace varios años que
leí por primera vez el sobrecogedor libro de Julio Llamazares, La Lluvia
amarilla. Desde entonces, deseé adaptarla e interpretarla en teatro. Esta
primavera, para mi despedida como profesor de enseñanzas medias, realicé este
deseo, con la aprobación del autor de la novela. Desde la primera vez que leí
el texto deseé visitar el pueblo y la zona del pirineo, por él descrita. Jose
adoptó la idea y preparó un circuito montañero por esta parte de los Pirineos,
que incluía una jornada más descansada para realizar este proyecto. Visitar
estos pueblos supone un desnivel cercano a los quinientos metros y unas cuantas
horas de marcha.
Allá vamos.
Dejamos el coche en
Oliván. Recomiendo salir del pueblo y llegar hasta el río donde hay amplios
espacios para aparcar, antes justamente de llegar al puente. Allá abajo las
montañas se abrazan en el Barranco de Oliván; badean la corriente por un seguro
puente y continúan los montañeros a pie buscando los pueblos deshabitados. Una
hermosa pista escondida entre el silencio y los pinos retumba por la soledad
bajo nuestro caminar.
Esta señal de la
fotografía indica que ya quedó atrás Olivan, del que venimos caminando, y el camino
que sube al pueblo de Susín también sin habitantes. Hemos de descender por esta
senda para buscar Berbusa y después Ainielle.
Hace seguramente mucho
tiempo que esta tupida vegetación no recibe visitas; tal vez no han oído en mucho tiempo la voz humana; yo siento
el peso del tiempo en el corazón y en los lagrimales de los ojos cuando
atravieso el agua clarísima del barranco de Oliván. Cerca está Berbusa, estoy
tocando los muros caídos de lo que fueron huertos.
El pueblo de Berbusa
está comido por la maleza. Esta fotografía muestra la que, acaso, fuera su
calle principal.
Dejamos atrás el
esqueleto de lo que fue pueblo en esta parte del Pirineo...
Caminamos…
Silencio…
Soledad…
La subida hacia
Ainielle se torna cada vez más empinada…
Allá abajo suena el río…
¡Cuántas generaciones
de trabajo para construir y mantener esta senda por la que transitamos! A
nuestra izquierda, un muro sujeta la montaña e impide que se derrumbe sobre el
camino; a nuestra derecha, otro muro sustenta el empedrado sendero para que no
se deslice ladera abajo.
Montaña arriba, hacia Ainielle entre el asombrado murmullo de
los pinos y los robles. Alguna vez nos detenemos por si desea adelantarnos el
espíritu de alguno de los antiguos habitantes de Ainielle, más acostumbrado que
nosotros a la dureza y la soledad de estos parajes. El camino pasa por el
Barranco de Rimalo, hacemos una pausa y aprovechamos la charca para un baño.
Barranco de Rimalo.
Más adelante, el
sendero se ha derrumbado desamparado bajo el peso de los años y de su propia
soledad. Los montañeros hacemos un baipás por detrás de unas encinas para
salir, de nuevo, al camino admirablemente trabajado por los habitantes de
antaño.
Allá arriba, al
fondo está Sobrepuerto. Ainielle estuvo, estará ya para siempre, en el pequeño
valle que se adivina tras un recodo a la izquierda de donde está tomada la
fotografía.
Desde allí arriba ven
por primera vez Ainielle los lectores de La Lluvia amarilla. Los montañeros
piensan cuando ven el valle de Ainielle que el origen del pueblo puede ser una
admiración sobresaltada parecida a la que ellos sienten en este instante. Tal
vez hace cuatrocientos años, algunos primeros pobladores vieron la fertilidad
de sus campos, el susurro sosegado del arroyo, la ausencia de toda maldad… y
decidieron quedarse allí para siempre.
Construyeron casas,
trabajaron en los bancales y en las bordas, ramificaron acequias en sus
huertas, abrieron senderos, almacenaron leña para el invierno, llenaron de
frutales comunales los alrededores…fueron felices entre el sol caliente y las
nieves duraderas del prolongado invierno…
Fijaos bien, un
poco por adelante del chopo. Ese muro es Ainielle.
Pasaron los años, los
siglos…llegó la emigración y se quedaron sin gente. ¡La carcoma, el musgo, las ortigas,
el olvido han ocultado el trabajo de tantas familias durante tantos siglos!
Ainielle está vacío de personas y lleno de recuerdos.
En esta explanada
sonaron durante cientos de años la música y el baile en las tardes de la fiesta
de Ainielle.
Ante esta ruina de
lo que fue el templo de Ainielle, recojo el esfuerzo de sus antiguos
habitantes, la voluntad de levantar la vista de la tierra y llenarse de entusiasmo
y de PAZ
Para regresar, hicimos
un tramo de la senda que baja hasta Berbusa y por un atajo muy visible de
rápido descenso, llegamos a la pista que vuelve a Oliván.
Javier Agra.
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