Collado de La
Piluca con el Valnera al fondo.
El Castro Valnera se va
ampliando a medida que lo rodeamos y nos acercamos. Es una inmensa montaña
llena de abrazos, emociones, vegetación, entusiasmo, vida. Estamos llegando al
Collado de la Piluca, sale a nuestra espalda un sendero que llega hasta el Pico
de la Miel. Lo admiramos y continuamos la marcha; palpitan los corazones de los
montañeros por la emoción y también por el esfuerzo necesario para llegar a
contemplar estos paisajes soñados por Jose desde que estudiaba estas montañas en
la escuela a los diez años.
Delante de nosotros
asoma ahora la cima misma del Castro Valnera. Durante nuestra marcha ya no lo
perderemos de vista, pero aún nos falta un buen camino por recorrer. Es inmensa
esta montaña. Nos extasiamos mirando hacia los valles de Cantabria; dispersos
como estamos, admirando diferentes rincones de este amplio Collado, nos
acercamos a Jose que sabe de memoria los nombres, los lugares que contemplamos
desde esta altura.
El valle del
río Miera. Sobre este valle me explica Jose que es de origen glaciar, que sobre
él ya habló Pomponio Mela en el primer siglo de nuestra edad, que llega hasta
la bahía de Santander. Al fondo se adivinan sus playas, el mar… los busardos
ratoneros y los murciélagos del valle recogen nuestro asombro, se lo entregan a
las gaviotas, lo embarcan en algún invisible navío para trasladarlo mar adentro
hasta otras tierras.
La Torca Verosa y
la Muela.
Torcas y pozas, adornan
este amplio Collado de la Piluca. Seguramente el mayor de ellos es la Torca
Verosa ante el que nos detenemos un instante en nuestro caminar por el sendero
que nos hará llegar hasta otro descansillo en el Collado de la Pirulera. Desde
que iniciamos nuestro ascenso parece que subimos una inmensa escalera jalonada
cada cierto trecho por un descansillo en forma de collado. Seguramente el
Castro Valnera quiere asegurar que los montañeros nos detengamos de vez en
cuando admirados, respetuosos, contemplativos.
Los montañeros
ascendemos por una herbácea pendiente que se asoma al abismo.
El Collado de la Pirulera
se levanta sobre unos cortados de varios cientos de metros que miran el Valle
del Pas. Los montañeros ascendemos por una herbácea pendiente que se asoma al
abismo. Cantabria y Castilla se encuentran en estas cumbres de Burgos, desde
estas alturas se funden los nombres, se abrazan las tierras, se mecen
emocionados los pueblos que han superado las fronteras donde habita el mismo
aire.
La cima del Castro
Valnera se dilata y agranda cuando los montañeros llegamos a su antecima.
Burgos y Cantabria cabalgan por estas alturas mágicas entre el verdor y los
siglos. En esta altura está escrita la libertad porque la lírica de la montaña es libertad
sin pasaportes ni cristales de corrección, esta altura es un palomar de
suspiros y corazones, es un viento de trinos dispersados en las mesanas de
todos los veleros.
Estamos en la antecima. Al fondo espera la cima de Castro Valnera.
Más arriba de la cumbre
los montañeros entramos en nuestros recuerdos y escribimos el presente desde
aquel antiguo sueño de la escuela cuando teníamos diez años. El Castro Valnera acoge
y escribe para los siglos eternos nuestras pisadas diminutas que forman la
espuma silenciosa de los ojos de la humanidad entera, de las pupilas que miran
lejos, más allá de las olas y las arenas, más allá de la piedra y del volcán,
más allá del trébol y el castaño.
Estamos en la cima del
Castro Valnera. Cerrados los ojos, el corazón escucha el rumor del vuelo y los
primeros cantos de los las aves, el latido de las hojas de los álamos en los
lejanos valles, el suspiro del amanecer entre redondos rayos calientes. Con los
ojos abiertos a la admiración, contemplamos valles caminantes hacia las
llanuras y el mar, cortadas profundas donde anidan las águilas y la vegetación
retuerce sus troncos en equilibrios imposibles, montañas lejanas de nombres
aprendidos y crestas jugando entre nubes…
Sentados
en la cima del Castro Valnera, galopamos con la brisa hacia los escondites del
sol.
Javier Agra.
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