Estamos en la
cumbre de Castro Valnera. Disfrutamos de la inmensidad de las vistas, de las
lejanas tierras que nos rodean y nos entregan al mundo. Es el momento de
descender.
Descender digo, que no
es volver pues el camino es distinto. Tampoco es solamente concluir, nos
esperan diferentes descubrimientos y complejas sensaciones que aporta la
montaña a cada instante.
Los hitos nos llevan
montaña abajo; las más de las veces sin necesidad de pensar el camino a seguir;
de todas maneras, José María lleva toda la jornada buscando recovecos nuevos,
senderos, fuentecillas escondidas, plantas diversas…José María opina que es
mejor continuar de frente en un momento en que los hitos parecen indicar dos
caminos en diferente dirección. Entramos en una zona de suaves llambrias
humedecidas por las aguas abundosas de esta montaña cuya cresta ya quedó allá
arriba. Esta caliza montaña tiene multitud de simas y oquedades de diferente
nombre y consideración.
Pasamos por una
zona de profundas grietas.
Estamos pasando por una
zona de profundas grietas. Parecería que la tierra quiere dividirse en rebanadas
de dispersión, en estos lugares entendemos que la vieja tierra es siempre nueva
y se construye a cada instante; en estos lugares vemos nuestro propio corazón
que se hace nuevo con cada latido y cada mirada al horizonte.
Estamos haciendo el descenso
por el sendero que es más común en la subida. Pensamos que hemos tomado una
buena decisión haciendo un camino circular, ahora estamos metidos entre
bellísimos valles pero la vista es más reducida, en nuestro regreso de descenso
hemos perdido la perspectiva cantábrica. Una brusca bajada entre muros de
piedra y un sendero junto a un alto farallón nos depositan en el Collado “de
las Tres Elisas” con la Cubada Grande al fondo y su Torca del Hielo.
Esa montaña es la
Cubada Grande con su Torca del Hielo.
Aumenta el calor hacia
el medio día. Los montañeros se refugian en un bosquecillo de hayas al lado del
sendero para beber agua y dar cuenta de la pitanza. Atrás quedan los rápidos
desniveles, las diminutas y abundantes piedras que entorpecen la marcha.
Aumentan las praderas, las hayas, los trinos, las rápidas lagartijas, la
serenidad de los arroyos. Enseguida entraremos en el hayedo que no interrumpirá
su vegetación tendida entre el sol y los montañeros. Así llegamos hasta el
punto de inicio en este formidable paseo circular.
La cumbre de Castro
Valnera; la inmensidad de esta montaña; el sosiego de la jornada queda impresa
en el papel y en el alma.
Javier Agra.
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