Varios
sillares de piedra que fueron parte del templo del Buen Suceso de Madrid, conviven
con las encinas del Monte del Pardo entre la nieve y el viento.
Amanece en esta tierra
variada y limpia, áspera y feliz. De nuevo he contemplado la primera luz
paseando entre las encinas del Monte del Pardo. De nuevo he llegado envuelto en
este sorprendente claroscuro de vegetación y arena hasta los sillares ruinosos
de lo que fueron magníficas columnas y edificación potente del templo del Buen
Suceso en Madrid.
Flores talladas en
piedra con certeros cinceles de artistas sin nombre duermen sobre esta tierra ajada
y próspera, entumecida y cálida.
Allí están en medio de
un paisaje de sosiego. Cómo llegaron hasta aquí aún sigue siendo para mí parte
de los misterios de esta tierra que habitamos, tierra dolorida y risueña,
acuchillada y acogedora. Ya se ha ido la nieve que cubrió estas piedras antaño
reverenciadas y miradas con curioso asombro por más de un visitante de aquellos
muros del templo que ocupó su espacio en la madrileña zona de Argüelles.
Detalles y vida, historia y recuerdos, amanecer y sol entre los sillares y las
encinas.
Por estos aledaños del
Monte del Pardo hay indicios de trincheras y dolor, acaso más tarde de
escombreras y olvido. Pero yo quiero resaltar la vida que por aquí se abre paso
a través de tantos siglos y tantos azares que han ido construyendo esta tierra
que hoy es nuestra y de la que nosotros somos parte igual que las encinas y las
bandadas de pájaros que sobrevuelan a esta hora de la mañana.
La piedra se llena
de vida y canta a la naturaleza.
Me he sentado en los
sillares que fueron un día templo y hoy son paisaje de la naturaleza siempre
respirando movimiento. De aquel edificio que fue templo y hospital paredaño,
hoy queda el antiguo órgano en el templo nuevo y edificios de viviendas que
acaso han olvidado su pasado. Algún tiempo permanecerán estos recuerdos de
piedra que hablan con el viajero de aquellos años finales del siglo quince
cuando se formaron de las moles de piedra de alguna cantera.
Javier Agra.
He tenido la gran suerte de dar un estupendo paseo con el autor y ver esas ruinas abandonadas. Quizá dentro de 200 años, cuando nadie recuerde está extraña historia y la lluvia,los jabalíes hozando, el musgo, hayan mimetizado las piedras con el paisaje, quizá entonces los arqueólogos se volverán locos buscando explicaciones. Fue muy agradable conocer el sitio y la historia. Gracias.
ResponderEliminarTe agradezco la atención que pones a este BLOG. Tu sereno disfrute de la naturaleza llena de entusiasmo a quienes compartimos diferentes aspectos de la vida. Un abrazo.
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