Detenemos el coche en
algún punto de la Sierra de Las Nieves. La vista es inmensa, hacia el
horizonte, espectacular hacia la profundidad de los cortados valles de los ríos
Guadalmina y Genal. La nieve se acumula aún en las cunetas de esta altura entre
pinsapos y variedades de encinas.
Antes de separarnos de
la costa, pasamos por las playas de Marbella; por su avenida del Mar donde
están expuestas diez esculturas de discutido origen, pues no se ponen de
acuerdo ni los lugareños ni los críticos sobre si son de Dalí o construidas a
partir de pequeños formatos del autor; lo cierto es que me parecieron una
aportación llena de virtuosismo y originalidad; visitamos el cuidado Parque de
la Alameda con su fuente dedicada a la Virgen del Rocío.
Fuente del Parque
de la Alameda en Marbella
Los cuarenta y ocho
kilómetros de carretera para subir a Ronda son una ascensión entre la sorpresa,
el susto y el goce de los sentidos. Seguramente la visión de estos paisajes desde
el coche sea diferente según las afinidades montañeras o los niveles de vértigo
de cada persona que opine. La Sierra de las Apretadas hace retorcerse a la
carretera antes de explosionar en la belleza mágica de la Sierra de las Nieves.
El cañón de Ronda
se abre en gozoso acantilado sobre la llanura que alimentó a Roma y a Cartago.
La Serranía de Ronda
desemboca en una fértil meseta de verdor, amplia y sosegada en su cumbre. Hemos
subido entre quejidos, escoltados por invisibles cabras de monte, más de setecientos
metros desde la orilla del mar hasta la luz abierta en horizontes sin final
donde la serenidad de sus llanuras produce sosiego y libertad. Llegamos así a
Ronda entre el blanquecino anuncio celeste de otro frente de agua y la ilusión
por visitar la ciudad que, entre los muchos avatares de la historia, fue algún
tiempo reino musulmán independiente antes de pasar a integrarse en el reino
sevillano de Al-Mutadid.
La Calle Carrera Espinel
es de sereno recorrido peatonal, calle de colores y aromas llenos de vida.
Paseamos la calma por sus calles, visitamos parques y edificios de historia y
nombre, de años dormidos en el tiempo. Ronda, ciudad que alimentó a Cartago y a
Roma; Ronda, ciudad de manos extendidas a todos los pueblos de la historia.
Paseamos desde
Carrera Espinel por sus parques y altos acantilados que se esconden detrás del
Parador. Aquí está el ojo del Puente, allá abajo se mueven lentas las aguas del
río Guadalevín de breve recorrido y universal nombre. Muy pronto llevará su diminuto nombre y la inmensidad de Ronda hasta el río Guadiaro, juntos correrán aventuras hasta desembocar por Sotogrande en el Mediterráneo.
Nosotros, como todos
los visitantes de Ronda, también necesitamos asomarnos a su asombroso cañón; el
Tajo de Ronda es un corazón admirado, recorrido por las aguas del río
Guadalevín. El Tajo de Ronda es un acantilado de sueños sobre las tierras
llanas. Imagino al soldado poeta sevillano Baltasar del Alcázar, que vino a
vivir a Ronda su retiro, escribiendo desde estas alturas su poema “Una cena” En
Jaén, donde resido,… tantas veces recitado para aquellos que fueron mis
alumnos. Por estas alturas de fantasía e imaginación corrió su infancia Vicente
Espinel antes de construir los versos que hoy llevan su nombre “espinela” y de
idear la sexta cuerda para la guitarra, siempre amable compañera en sus muchos
viajes.
Llegamos hasta la
iglesia de San Sebastían en Cañete la Real con el único propósito de visitar la
imagen de la Virgen de la Aurora. Aquí está la imagen fotografiada.
Desde Ronda, nos fuimos
a visitar la Virgen de la Aurora en Cañete La Real; regresamos por los pueblos
de la Hoya de Málaga hasta Benalmádena en un recorrido circular lleno de
variedad, colorido y sereno entusiasmo.
Javier Agra.
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