La transmisión oral ha
tenido su parte de influencia en la evolución de los diferentes idiomas.
Existen varios lugares en nuestra geografía española donde esta circunstancia
se nota de un modo palpable, uno de ellos es Aliste en Zamora. En Moveros, de
la citada comarca de Aliste, paso algún tiempo desde hace varias décadas y lo
he comprobado con diversos vocablos.
Desde Moveros salimos
una tarde de paseo y reconocimiento para recordar aquellos antiguos molinos,
movidos por el agua, de los que se sirvieron durante siglos nuestras pasadas
generaciones. Afortunadamente llevábamos una excelente guía que conoce los
vericuetos y las entrañas de la zona. Desde el Picón sale un camino muy bien
preparado que llega hasta el paredaño pueblo de Fornillos.
Pequeño embalse
para surtir de agua al molino de La Jafriz.
En el término que se
llama Los Barreros nos desviamos, por sendas menores con amplio arbolado y
monte bajo, hasta La Jara y otros lugares de pintorescos nombres. Llegamos al
Molino de La Jafriz que mueve su muela con el agua del arroyo La Jariz. Estos
pueblos leoneses, castellanos y también de otras Comunidades tienen el silencio
de la soledad, del vacío, de la emigración. Mientras camino por el mote me
parece que entro en otros siglos muy antiguos cuando la humanidad comenzaba su
expansión.
Rueda del molino de
La Jafriz. Al fondo, la compuerta por donde salía el agua con fuerza suficiente
para mover la rueda. En primer término, el fantasmal espíritu de algún molinero
de antaño.
Llegados a unas peñas
muy visibles, encontramos una línea de luz eléctrica, seguimos su trazo como
mejor podemos y llegamos hasta el molino que buscamos. El molino de La Jafriz
está recuperado como reclamo para el turismo rural. Un acondicionado embalse de
pequeño tamaño (el agua es escasa en estos lugares) vierte su agua a través de
una compuerta sobre la rueda que hace girar la piedra del molino. Un proceso
ancestral del que los humanos nos servimos durante siglos, que estos días se
mantiene solamente como curiosidad pedagógica.
El Arroyo La Jariz (¿ha
perdido la f?) se muestra con brío estos días de primavera después de las abundantes
aguas de este año. Verdean sus riberas, comienza a estallar la vida en las
puntas de los pequeños y abundantes robles que por estos lugares se llaman
rebollos y en aquellas tierras de Acisa, donde yo comencé a nacer, llamamos
rebollas. Las aves son felices en este sosiego silencioso.
Erguido sobre una
lágana escucho el susurro libre del
viento, el aleteo confiado de los pájaros, el roce suave de la piedra y el
agua; la vida en primavera es serenidad y asombro.
Continuamos la marcha
por senderos conocidos por nuestra guía que pasó aquí los primeros años de su
memoria y juventud primera. El monte mezcla árboles viejos y nuevos troncos de
brillo y fronda creciente. Llegamos al Arroyo del Manzanal. Esta primavera tiene
tanta agua que parece que llega para quedarse, los que lo hemos visto durante
muchos años sabemos que también él tendrá sed en el verano. Cruzamos por un
puente de piedra y nos acercamos a otro molino que hace aún veinticinco años
estaba activo.
El Arroyo del
Manzanal, para nosotros solamente el Arroyo, alimenta el molino que vi trabajar
hasta hace veinticinco años.
Hoy el molino se
mantiene en pie, cerrado con gruesa llave, en el temor de que alguna nevada
resquebraje su antiguo tejado. El molino no se queja, nos mira y nos cuenta la
historia de siglos por estas solitarias tierras. En nuestro camino hemos dejado
diversas paredes caídas de lo que fueron rediles llenos de ovejas, establos
derruidos donde rumiaron las vacas en noches de lobos y de ventisca.
De nuevo se amplía la
senda entre matojos y jaras. Llegamos a los Carrascos y continuamos la
carretera que une Brandilanes y Moveros. La carretera está tan llena de baches
y agujeros que parece haber perdido el nombre y la función de carretera. Maravilloso
paseo circular de menos de cinco horas, de sosiego duradero, de ensoñación sin
tiempo, de siglos de recuerdos.
Javier Agra.
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