viernes, 24 de agosto de 2018

ENTRE ESPAÑA Y PORTUGAL: LA RAYA SIN FRONTERA


Ya hace tantos años que no necesito pasaporte para construir camino por España y Portugal que me parece que siempre fue así. Sé que hubo tiempos más difíciles. ¡Es tan hermoso poder caminar por el mundo sin fronteras! Cuando el alba apunta los primeros colores sobre la tierra, me levanto en Moveros, Aliste, Zamora y acompañado del dúo perrito Brauni y Blanquito salgo por el Sierro hacia la Raya, recorro el antiguo camino que llegaba a Cicouro en Portugal.

Moveros conserva dos casas donde trabajan la alfarería tradicional del barro. La cerámica de Moveros es internacionalmente conocida.

Entre antiguos robles y más nuevos pinares, la Raya está constituida como un largo y amplio sendero que une las dos naciones por estos numerosos pueblos más al norte del Río Duero y mucho más abajo del Miño. Por aquí lleva el nombre de Sierra de Bozas. Después cambiará de nombre. De modo que necesitaría más de una jornada para recorrer toda la Raya que se puede hacer a pie sin más dificultad que algún suave otero y su collado breve.

Caminamos con armonioso sosiego por la Raya a la vista de España y Portugal
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Esta mañana llegamos hasta “El Piricueto”, así llamamos por estos pueblos a la construcción elevada que se encuentra en el cueto “La Luz” con una altura de 914 metros. Desde aquí, como en otros muchos puntos a lo largo de La Raya, la vista se dilata hasta la Sierra de la Culebra y aún llega hasta Peña Trevinca y las sierras donde convergen Zamora, León y Orense; se divisa también la Sierra de Montesinhos en Portugal, al norte de Braganza y la Sierra de la Estrella, más al sur.

El río Angueira tiene una de sus nacientes ramas en estas laderas; irá después a Alcañices, se adentrará en Portugal para dar nombre a una pequeña comarca, descansará sus aguas más tarde en el Duero para llegar asombrado al inmenso Atlántico.

En el cueto “La Luz” construyeron este “Piricueto” entre vértice geodésico y observatorio.

Un águila solitaria ha hecho de este lugar su espacio de vida, nos acompaña con su aviso durante un largo trecho mientras continúo caminando hasta la siguiente loma con su pinar y desciendo entre cortafuegos y caminos en busca de la antigua caseta de la Canda con su caserón caído y engullido por las zarzas, los castaños sin fruto, los piornos, la soledad, el recuerdo vacío de un tiempo que acaso nunca existió.

En el entorno de la Canda han construido una pecina que almacena gran cantidad de agua para que los animales diferentes puedan encontrar alivio al calor y la sed; allí llegan también Brauni y Blanquito para beber y darse un chapuzón, yo no me atrevo porque sus orillas son barro y juncos y ya me he acomodado a las duchas y aguas limpias. A partir de aquí, el águila sabe que abandonamos su territorio y deja su insistente melodía.

Cerca de la Canda está construida una pecina donde los diferentes animales beben y alivian tu calor; también Brauni y Blanquito llegan hasta sus aguas.

La Raya ha quedado allá arriba. Los tres viajeros, dos perros y un humano, volvemos hacia Moveros cerrando un recorrido que no podemos llamar circular porque se parece más a un rectángulo perfecto. El monte de estos pueblos está, en su mayor parte, abandonado a las urces y las jaras; hace años, décadas seguramente, estos montes eran tierras labrantías de las que hoy solamente quedan unas pocas, salpicadas en las cercanías de los pueblos, para que recordemos el color del trigo, el dolor del trabajo de otros tiempos cuando se cultivaba con el arado romano, la guadaña, el trabajo de toda la familia…

Han pasado cuatro horas desde el inicio; Blanquito camina a mi lado con la lengua en chasquidos de acorde respiración, Brauni se acerca a nosotros moviendo nervioso su rabo; así, en reducida y sosegada comitiva, llegamos a la sombra donde ellos dos se tumban y yo me siento sobre una piedra.

Javier Agra.




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