Desde Moveros, los
paseos por el monte se expanden tanto como el viajero aguante. En la entrañable
compañía de los perros Brauni y Blanquito, esta mañana cruzamos hacia
Constantantim en Portugal (de esta parte de la Raya escribiré en otra ocasión)
para retornar a la Raya por la antigua caseta de vigilancia fronteriza; hoy
esta parte está en sobras de pinares con unos senderos muy bien acomodados por
donde sin duda circula alguna vez más de un acondicionado coche.
Esta encrucijada invita
a un momento de sosiego y contemplación de la caseta de los guardiñas, la cruz,
la marra o poste indicador de las dos naciones hermanas desde siempre y a pesar
de algún mal entendido de otros tiempos. Aquí Blanquito y Brauni buscan
diferencias entre uno y otro lado de la Raya, tampoco los perros encuentran
sentido a las separaciones entre pueblos y personas.
De modo que continuamos
nuestra marcha, siempre por senderos bien cuidados; ahora los conejos
invisibles y acaso asustados se esconden entre las urces y los robles que se
están rehaciendo del último incendio de hace una década. Entre el canto
despreocupado de las aves y mi despreocupado silencio, llegamos a la ruinosa
construcción de lo que fue otro puesto de vigilancia: “La Caseta de las Terrezuelas”.
La Caseta
de Las Terrezuelas está escondida entre rebollos y tozas.
La pared de pizarra
lanza reflejos antiguos bajo el sol aún más antiguo. Aquí conversamos Blanquito,
Brauni y yo de aquellos tiempos que conocemos porque unimos nuestra memoria a
la memoria de nuestros antepasados, muchas generaciones antes de que ni ellos
ni yo pisáramos estos suelos, antes aún de que estas tierras se llamaran España
o Portugal, en el tiempo de los lobos y de las águilas, cuando la tierra no
tenía líneas de pasaporte. Eran otros tiempos y era la sangre derramada por
otras causas.
Poco a poco caminamos
hacia “La Canda” donde estuvo el edificio principal de todos estos lugares
dedicados a controlar la frontera que hoy es solamente La Raya porque la
frontera ya no existe. Brauni, Blanquito y yo pensamos que tal vez algún día se
caigan todas las fronteras, sobre todo las que los humanos ponemos en nuestra
mente, en nuestro corazón y en nuestro espíritu. A los dos perros, les gusta La
Canda, porque la vista se ensancha hacia Vivinera y otros pueblos, porque muy
cerca tienen una pecina de buenas proporciones para beber y darse un buen
chapuzón. Hoy me dicen que van ellos solos a bañarse, que yo les espere aquí
pues mi caminar es más lento y más cansino.
Esta
fotografía reciente recuerda como antiguo daguerrotipo la Caseta de LA CANDA. Estos
puestos de frontera intentaban evitar el contrabando de azúcar y café; de
aceite y otros productos de uso básico. Más de una vez, guardines y guardias,
evitaron enterarse de estos contrabandos menores, contrabandos de
supervivencia.
Vuelven de su baño y
continuamos por otro camino que llega hasta las paredes caídas de lo que fue el
puesto de “La Emboscada”. Cerca están los trigales de Ceadea. Entramos por
senderos secundarios, por rastrojos y pequeñas roderas para hacer un atajo que
nos acerque nuevamente hasta el Pinar en dirección a Moveros.
Quedan
las ruinas de la caseta de La Emboscada. Las rebollas y la maleza han cercado
su tiempo y su memoria.
Blanquito y Brauni se alegran
tanto como yo de terminar esta caminata más larga que de costumbre. No importa,
los tres sabemos que al llegar al pueblo tendremos sombra y agua.
Javier Agra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario