Hasta hoy solamente conocía la Sierra de
Grazalema por los medios de comunicación en una especie de ficción que va
formando ríos de magia en la mente, multitud de preguntas comunes sobre lugares
muy concretos, fantasías sobre esta sierra que, según los meteorólogos, es el
lugar más lluvioso de España; sueños sobre esta prominente montaña del sur, no
muy visitada desde otras latitudes. La Sierra de Grazalema pertenece sobre todo
a la ilusión de visitarla alguna vez…
De modo que nos pusimos en camino. Llegamos
en coche desde Madrid al Hotel Sierra Hidalga, en las inmediaciones de Ronda,
pasamos allí la noche y nos acercamos hasta el lugar de inicio de la ascensión
con el corazón latiente entre el deseo y el entusiasmo.
El inicio del sendero se localiza en la
carretera A-372, siguiendo desde Grazalema hacia Benamahoma desciende el
kilometraje y antes del kilómetro cuarenta encontramos un aparcamiento a la
izquierda; frente a él está el sendero de inicio de subida. Apunto que los
pocos datos de interés estratégico para esta ascensión, los sé porque así me
los ha dicho Jose; yo los aporto por si alguna persona tiene voluntad de
realizar esta subida, a mi entender espectacular y de fácil realización.
El sendero está frente al lugar de a parcamiento. De inmediato, el sendero serpentea montaña arriba.
De inmediato, sin más acercamiento, el
sendero serpentea montaña arriba de modo que los montañeros inician con ritmo
lento lo que será una prolongada y bellísima subida. El corazón late sonoro
entre el esfuerzo continuado y la emoción del espectáculo lejano y cercano. Aquí
nos acompañan verdes y frondosos mirtos, el corazón de los montañeros se
transporta a la mitológica afrodita a toda la historia traspasado por esta
planta poética y real; nos acompañan sabinas milenarias; nos acompañan…
Vistas hacia el oeste.
Muy pronto cruzamos una cancela para
continuar la ascensión por un muy bien trazado sendero, a veces entre piedra
colocada a modo de escalón. La montaña conversa con los montañeros y nos anima
a contemplar el paisaje lejano a través de sus miradores naturales. La frondosa
vegetación luminosa es la única constancia de la abundante lluvia de esta zona
donde el agua ha sido ya bebida por el suelo vegetal y la caliza. La Sierra del
Aljibe por donde corretea el corzo durante el día y ulula el nocturno búho, la
artística localidad de Bornos y su embalse están en la distancia.
Entre piornos y roquedal llegamos a
una concavidad serena donde bien pudieron morar algunos de los legendarios bandoleros
que pisaron estás sierras y seguramente todas las sierras de las que conservamos
memoria.
De repente, en medio aún del ensimismado
asombro vegetal del paisaje infinito, el Torreón pasa a llenarse de pedregal en
forma de llameantes dolinas como diminutos jous de Picos de Europa, formas
retorcidas de la roca que lleva siglos bailando en sigiloso sosiego con la
armonía inmensa de la Sierra de Grazalema.
Hemos llegado a la cumbre del TORREÓN, en la Sierra del Pinar de Grazalema.
El sendero también se vuelve piedra. Sin más
preocupación que la natural prudencia de toda marcha montañera, llegamos a la
cima de suntuosas vistas en derredor. Estamos en el punto más elevado de esta
Sierra del Pinar en la amplitud de la Sierra de Grazalema de las sierras Béticas.
Desde aquí observamos el enorme pinsapar a nuestros pies, la punta de San
Cristóbal y, allá al fondo, el Pico Torrecilla nuestra posibilidad de mañana.
¿En estas cumbres quién nos puede diferenciar
de la invertebrada libélula del Guadiaro y otros humedales? ¿Quién del
orgulloso buitre leonado que vigila los movimientos de todos los seres de la
tierra? ¿Quién sino el pensamiento y la palabra que se hacen silencio y asombro
en estas cumbres?
Javier Agra.
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