En mis paseos por los caminos de Moveros, medito y entro en la piel de aquellas personas que caminaron estos mismos senderos hace trescientos años, hace noventa años, hace… cuando el tiempo era sosiego y la distancia inmensidad. Pienso las arrugas de aquellos a quienes amamos sin saberlo porque vivieron hace tanto tiempo que ya no queda nadie para recordar su memoria mientras recorro los surcos que araron sus vacas, las semillas que sembraron en la añosa tierra, las paredes tan bien construidas en las lindes de las tierras, paredes que hoy muestran musgo del tiempo, piedras caídas, montoneras de peña y vegetación de descuidada labor.
Por la ribera con agua en alguna temporada, otros meses seca en demasía, he caminado en silencio esta mañana, con los mismos pájaros de hace siglos y las mismas rebollas, con los mismos fresnos y las mismas lagartijas. He caminado buscando aquellos antiguos molinos de los que nos hablan las personas que son aún mayores que yo; molinos que hace cincuenta años ya estaban llegando al olvido.
Los caminos que una vez sobrepasaron la anchura de carro para sacar la mies y la leña, para almacenar la hoja y la hierba, apenas son hoy invisibles sendas de tarde en tarde pisadas; los antiguos caminos se los han comido los robles, los piornos y los escaramujos. Algunos puentes de piedra recuerdan aquellos pasos labrados por los bisabuelos de nuestros bisabuelos.
Más allá, siempre más lejos por los semiocultos senderos que van ribera adelante. Aquí una antigua tierra, allá lo que fue prado y hoy es un amasijo de robles de difícil entramado, como si se tratara de un decorado de película de trasgos gruñones y juguetonas hadas. Se ensancha el espacio, unas peñas bruñidas por los vientos del tiempo inamovible en estos lugares que fueron pastos de vacas abundosas y rebaños de ovejas.
Algunos puentes de piedra construidos por los bisabuelos de nuestros bisabuelos.
Pero, ¡albricias!, el pueblo está de nuevo tomando las riendas de las antiguas tradiciones, de la memoria de sus mayores y poco a poco recupera estos espacios de ensueño y sosiego, de recuerdos y añoranza. Yo termino mi paseo saliendo hacia los Carrascos y regreso a Moveros meditando palabras de antaño.
Javier Agra.
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