A veces la sencillez puede ser una intensa luz en medio de esta tierra de sombras y apariencias, así nos lo enseña la montaña en cada uno de los paseos que recorro en el silencio de mi jubilación. Hoyo Cerrado está en un paraíso de sosiego al que se accede en ascenso por el Hueco de San Blas o también desde la Najarra en descenso pausado entre pinos y monte bajo. Desde el Hueco de San Blas la senda es apacible y risueña entre el agua y las sonoras aves. Senderos en amplios zigzag hasta cruzar el Arroyo de Vitros en una bucólica y tupida cúpula de vilortas, paleros o salgueros de vivo verde más propio de la primavera que de este adelantado octubre; acaso quiera la vegetal naturaleza unir los hemisferios de la tierra.
El Arroyo Vitros es humilde, afable, de corazón llano y sonrisa libre. El Arroyo Vitros acaba de nacer cuando lo acuno a mi paso entre las toquillas de la Loma de Los Bailanderos y el biberón del Collado de la Najarra; deposita sus aguas después de un breve recorrido en el Arroyo del Mediano muy cerca del lugar donde los montañeros aparcamos el coche, en serenos murmullos vierte sus aguas en el Embalse de Santillana, tal vez algún hilo de sus aguas lleguen al Manzanares después al Jarama y al Tajo más tarde, de este modo el modesto Vitros viaja hasta Lisboa y se hace inmenso en el océano más allá del espacio que alcanza nuestra mirada.
Pero vuelvo al camino claro que nos llevará hasta Hoyocerrado. El corazón del montañero hace silencio para escuchar el sonido del agua que brota en dispersos manantiales antes de acercar su agua nuevamente al Arroyo de Vitros en otro amoroso encuentro. De color entre pardo y naranja como la noche y el amanecer, la cogujada montesina pasea su conversación en entretenida bandada; el montañero, que entiende poco de pájaros pero los ama, detiene su paso, observa y siente que la naturaleza extiende aromas de dulzura y calma. Llego a Hoyo Cerrado que está abierto al misterio y la eternidad.
Javier Agra
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