viernes, 31 de mayo de 2024

BAÑOS DE VENUS II


Dicen que el viento es irreconocible, que pasa escondido entre las retamas asustando a las aves y a las lagartijas, que es inconstante y voluble como un solitario pez en el mar que busca trémulo el refugio de sus congéneres en el anonimato de un numeroso banco. 

Pero yo he conversado con el viento en los Baños de Venus de la Pedriza y me ha confesado que no se va de aquellas oquedades cuando la bruma lo acorrala y la nevada lo intenta aterir; me ha contado el viento que permanece volando siempre sobre sí mismo entre las redondas rocas y las llambrias afiladas del Arroyo de la Covacha mientras hace cabriolas de agua y arena en la soledad de la montaña. 



Sentado ante el vivac de la Majada de Gavilanes. 

Me ha contado el viento que allí está desde que los siglos tienen memoria, que allí permanece para recordar las palabras de todos los tiempos, las pisadas de los montañeros que hicieron los primeros senderos y las pisadas de quienes acabamos de acariciar estos caminos. Allí permanecen imperturbables el viento y la divina Venus, purificando siempre su cuerpo y purificando también las aguas. 

Quien llegue hasta este paisaje se sentirá libre de las ataduras de la tristeza y de la angustia del tiempo que ha recorrido en la vida, porque el viento ha aprendido los versos de todos los poetas y de todas las almas. Se sentirá libre y escuchará las canciones de todos los tiempos en la armoniosa voz de la diosa Venus que canta dulzuras entre las rocas y entre las retamas. 


En el Baño de Venus 

He llegado hasta los Baños de Venus, después de vadear el Arroyo del Chivato y ascender penosamente por el sendero de piedras agrietadas por los siglos y por la pena, después de sentarme a contemplar la Majada de Gavilanes. Después de todas las aventuras de la vida y de la jornada, me siento sobre estas redondeadas rocas a contemplar el espejo del agua y Venus, la deidad del amor sereno y del convulso amor, me señala la Torre de Francisco Caro que siempre mostró serenidad y fuerza en la montaña, me recuerda que mucho más abajo llega nadando en las noches de luna hasta el Arroyo del Chivato justo antes de adentrarse en el Manzanares para beber en sus aguas y enviar abrazos a la ciudad de Madrid y a todas las tierras lejanas. 

Javier Agra

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