Las gentes del pueblo donde paso varios meses al año desde hace mucho tiempo, dicen que esta puerta de la fotografía fue antaño el paso a tierras labradas con vides, cultivadas desde el cuidadoso mimo por generaciones desde hace varios siglos. Entonces sus goznes sonaban a canciones de labradores, entonces estaba flanqueada por un muro de piedra bien terminado y construido en comunidad como se hacían en estos pueblos y en otros muchos cuando la campana de la iglesia tocaba a hacendera, entonces muchos trabajos eran realizados para el bien común. Era cuando había menos leyes y más corazón, menos normas y más sentido común.
A mí me parece que esta puerta que hoy vemos con una ruina de años, corroída en sus maderas y en sus herrajes, apenas apuntando entre el herbazal y las iniciales zarzas, esta puerta del tedio del tiempo y la dejadez, es la puerta por donde entran los años y los siglos que se nos incrustan inadvertidamente entre el cansancio y la rutina, entre el olvido y la desidia... se quedan a vivir entre nuestras gentes y se van llevando poco a poco el trabajo del campo, el ganado, el ajetreado madrugón de los labradores, el sonido del arado y de la trilla... como se llevaron aquellos antiguos viñedos.
A mí me parece que esta puerta en deterioro llegó con aquellas viejas maletas de madera donde nuestras personas jóvenes metían (metíamos) la ropa recién planchada por nuestra madre y, acompañados del padre, llegábamos a la estación más cercana para subir en el tren hacia alguna promesa de futuro mejor. Es la puerta por donde entraron ensoñaciones de prosperidad que terminaron construyendo chabolas y barrios de extrarradio donde la nostalgia y el silencio se instalaron para vivir recuerdos de antepasados y recuerdos de infancia trasplantada. Es la puerta que se quedó sin manos que la abrieran, sin azadas ni arados, sin cosecha ni racimos...
Javier Agra.
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