viernes, 12 de julio de 2024

ESTAMPAS: RÍO SEGRE

 



Yo no sabía que su nacimiento es fronterizo con Francia en el Pico Segre. Pero siempre me han parecido sus aguas un fluir sosegado en la llanura de Lleida a donde llega después de múltiples correrías y peripecias por meandros y caídas entre peñascos. El Segre y la Seu Vella son dos nombres que cantan a la ciudad, la antigua catedral arriba camino del cielo entre rezos en gregoriano de antaño y música de orquestas de cámara actuales, siempre entre piedra y cultura, entre silencio y cuchicheo de multitud de aves; en la llanura, el Segre que pasa y sigue como decían con su nombre los antiguos romanos “sequere y lleva aroma de frutales en regadío, de canales construidos para fertilizar el antiguo secarral del “clot del demoni. 

Aquí estoy, fuera de plano, sobre la PASARELA DEL TÒFOL viendo a lo lejos la cuidad que comienza a despertar otra mañana de sol bajo ese cielo eternamente azulado, eternamente opaco como peleando contra las inclemencias del excesivo calor o del excesivo frío o de la excesiva niebla. El Segre sereno y sigiloso ha construido un paseo junto a su orilla para relajo de paseantes y ciclistas; el Segre rema entre los juncos y acuna el cañaveral de sus orillas donde se enroscan escasas y altivas plantas de lúpulo o se escondes multitud de espinos de frondoso verdor, siempre con sombras por la multitud de álamos que pueblan esta parte de la fotografía donde anidan garzas reales, navegan manadas de patos, reposan algunos cisnes en pareja y aún el solitario martín pescador se eleva veloz después de una rápida zambullida. 

Apenas es un murmullo de agua en conversación con la multitud de vida que lleva en sus aguas. De pronto suena un estallido de segundos, es el tren que pasa sobre un puente cercano, y retorna el silencio a esta estampa del Río Segre desde la pasarela del Tòfol por donde antaño se cruzaba el río en barca y hoy, entre la meditación y el recuerdo, se rinde homenaje y admiración al trabajo secular de tantas personas que cultivaron con esmero y aún cultivan la huerta de Lleida entre sudores y alegrías, desde el tesón y la esperanza, desde la fortaleza y la generosidad. El agua del Segre es acaso la misma agua de todos los siglos y de todas las tierras que conversa con cada persona y con la humanidad entera para transformar nuestro individualismo en generosidad, nuestros miedos en entusiasmo, en libertad, en PAZ... 

Javier Agra. 

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