Hoy hace once años, un mes y once días que se nos murió Pipa. Con ella compartimos trece años de entusiasmo y vida. Pipa había nacido para ser guía de ciegos, nos la entregó “La O.N.C.E.” cuando apenas tenía dos meses y cinco días de existencia. Pipa aprendió a bajar escaleras, a subir al metro, a caminar sin desviarse, a sentarse y esperar durante horas sin un lamento, a buscar asiento en el transporte público y tumbarse a los pies de su guía, a entrar en los comercios y en los lugares de bullicio, a guardar silencio en todas las situaciones…
Y nosotros, con su ejemplo, aprendimos a amar, aprendimos la paciencia, aprendimos la confianza, aprendimos el desinterés, aprendimos el sosiego, aprendimos a entregar la vida, aprendimos que el alma de la naturaleza y de la vida entera está conectada por una luz que para siempre brilla en el recuerdo y en el corazón… Pipa se quedó a vivir con nosotros porque tenía displasia y no pudo trabajar para “La O.N.C.E.”
Y todavía hoy, como todos los días desde hace once años, un mes y once días se nos nubla la vista con las gotas del recuerdo, cada vez que pasamos por los chopos del parque, cada vez que una charca de agua cristalina refleja el eterno espíritu sereno de nuestra perra Pipa, cada vez que volvemos un recodo de un sendero o una esquina donde revolotea el recuerdo de una anécdota, cada vez que volvemos a recorrer las cumbres a las que nos acompañó tantas veces…
La fotografía muestra a Pipa en la cima de Peñalara, el punto más alto de la Sierra de Guadarrama. Pipa visitó muchas montañas y muchas cumbres de diferentes sierras. Allí llegó delante de mí, Pipa siempre esperaba desde la paciencia hasta que termináramos de llegar todos los que formábamos la comitiva en la montaña, después se sentaba a contemplar el espacio cercano, la naturaleza entera, la cumbre de la vida, la eternidad…
Javier Agra.
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