El río
Manzanares en Canto Cochino tiene rumores de montaña, está asentado desde hace
siglos extendiendo su mano fresca en este noviembre para saludar a los
montañeros que llegan sobre su puente aún de mañana, muy de mañana cuando la
naturaleza es aún candor de aurora. Jose ajusta el altímetro a mil veinticinco
metros. El susurro del agua se mezcla con el leve murmullo de los diversos
montañeros que comenzamos la diáspora desde el aparcamiento hacia diferentes
puntos de la Pedriza en esta Sierra de Madrid; pasarán varias horas antes del
regreso.
Por algún
lugar de la Pedriza buscando salidas y senderos.
Nuestro inicio
por la Autopista de la Pedriza, conocido y frecuentado por montañeros y
paseantes de todo tipo, nos permite contemplar las arizónicas que pueblan la
zona mientras subimos por la orilla musical del arroyo de los Poyos; más
adelante cruzaremos su cauce, en este avanzado otoño sin mucho problema de
agua, y subiremos en lento zigzag por la senda de la Majadilla junto al arroyo
de la Ventana.
-
¡Cómo
suena la pequeña cascada del Arroyo de los Poyos!
-
¡Es
unos metros más adelante, junto a esa gran roca!
Los
montañeros detienen un instante su paso para admirar roca, cascada, pinar, vida…
Y continúan montaña arriba entre luces, curvas y agua que celebran asamblea
esta mañana para intentar compartir el futuro y la palabra. ¡La palabra silenciosa
de la tierra entra en el corazón del montañero como utopía de tiempo de paz!
Por la Senda de Los Forestales nos dirigimos al Cancho Buitrón –se ve al fondo–
para entrar en la Pradera de Navajuelos.
Estamos
viendo las alturas que forman el grupo de las Damas, el Cocodrilo… y
encontramos la senda de los Forestales por la que tenemos voluntad de
adentrarnos esta jornada. Entre vegetación frondosa y alegre gayuba, es una senda poco transitada que nos acerca hacia Los Pinganillos, sin embargo tiene
buenas marcas y los montañeros avanzamos la senda entre los hitos y la
intuición. Un buen sitio para despojar el corazón de todos los odios o al menos
roces y rencillas, tristezas y callos que produce la vida. En nuestro camino
vemos, al otro lado cerrando la Pedriza, el Puente Poyos, Las Milaneras…belleza
y serenidad si no infinitas al menos mayor de lo que cabe en nuestro limitado
cuerpo, de modo que tenemos que poner el espíritu a trabajar para que abarque
tanta hermosura.
El zorro come y conversa.
Entramos
a la Pradera de Navajuelos por el Cancho Buitrón. Fue aquí donde se hizo visible
nuestro amigo el zorro; la amistad fue más directa que la del Principito y el
Zorro. Los montañeros callamos para no asustarle, él se acercaba entre sumiso e
interesado; miraba, en principio de soslayo disimulando su presencia entre los
matorrales; el zorro quería mostrarse.
-
Dale
un poco de comida, comentó Jose.
-
Si
hago ruido con la mochila, se marchará.
Pero
no se marchó. Eché unos granos de frutos secos cerca de nosotros, el zorro se
acercó y comió entre agradecido y temeroso:
- Perdonad
mi miedo, comentó, aunque me deis alimento pertenecéis a una especie
destructiva.
-
No
temas.
-
Es
mi instinto. Estoy en lucha constante entre fiarme y asustarme.
-
Toma,
come.
-
Gracias.
Comeré y me volveré a esconder. No estoy domesticado.
-
¿Apenas
comenzamos a conocernos y ya quieres huir de nosotros?
-
Tengo
que huir. Es mi destino
Nuestra
conversación se alargó unos minutos. Después se fue y nosotros seguimos nuestro
camino buscando Cuatro Cestos y Punta Carmen.
Javier
Agra.
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