Comenzar
con ese título tal vez suene a montaña desconocida; en cuanto añada que la
conocemos como Bola del Mundo, su nombre será como de la familia. Ocurre con
muchas cosas de esta vida que depende del modo de contemplar y de la manera
como nuestro corazón las enfrenta; por eso andamos a caballo entre el temor y
la curiosidad las más de las veces.
El
aparcamiento de la Barranca es muy goloso como destino para pasar el día; a
estas horas de la mañana se encuentra fácilmente un lugar para el coche pues
los montañeros comenzamos a caminar apenas son las ocho. Inicios de susurro y
saludo cómplice; inicios en desbandada hacia diferentes cumbres. El grupo
camina en leves conversaciones pista adelante hasta el área recreativa, lugar
en el que continuamos entre el bosque al lado del Rio Navacerrada donde
ha madrugado el agua para entonar endechas como enamorado juglar.
La Fuente de Mingo es un homenaje al guarda de montes de Navacerrada Ricardo
Domínguez “Mingo” que el año mil novecientos noventa canalizó un primer
surtidor, más tarde establecido en sosegada fuente.
La Fuente
de Mingo está solitaria a esta hora, dentro de algún tiempo será bullicio de
paseantes. La belleza de su entorno permanece imborrable en las pupilas y en el
alma: pinares asombrosos, la Maliciosa recorta el cielo, la Cuerda de las
Cabrillas salta en variedad de cumbres y allá abajo el valle reluce en nombres
y vida. Poco más hemos de caminar para llegar a la Fuente de la Campanilla
sonora en nombre, en agua y en su esquila de incansable ritmo.
La Fuente
de la Campanilla canaliza el agua que baja del Regajo del Pez. Hasta aquí la
marcha es una canción bucólica. Ahora comienza el sudor y la piedra. Concluyen
los pinos, las botas buscan sus piedras y la mirada se pega al suelo. El montañero
sabe que si mira hacia el final se le hará un nudo en el alma, pero el
montañero mira hacia el final en este inicio de esfuerzo: allí está la cumbre
de esta jornada, pasaré sobre las rocas, subiré más allá de las cristalinas
leves cascadas, subiré venciendo el peso de mis entrañas, paso a paso entre la
lentitud y la firmeza.
Desde el Collado del Piornal vemos las antenas de la Bola del Mundo. Será nuestro siguiente objetivo.
Cuando
llegamos al Collado del Piornal se nos alegra el rostro y el espíritu, el
corazón bombea sístoles de música diástoles de ilusión. Hemos realizado la
ascensión más pronunciada de la jornada, ascender siempre es nuestro intento
hasta llegar al amplio collado de la libertad. Dejamos la Maliciosa a nuestra
espalda, otras veces la hemos subido desde diversos lugares; hoy queda ahí,
inmortalizada, como la pintó Velázquez en el cuadro del Príncipe Baltasar
Carlos. Continuamos hasta el Alto de las
Guarramillas donde resaltan las columnas y construcciones del repetidor. Las
Guarramas son, dicen el conjunto diferente de los variados relieves de esta
montaña que se prolonga en el amplio Guadarrama. Se extiende la Cuerda Larga,
reina aposentada Peñalara, asoma su silueta azul en el cielo la multiforme
Segovia castellana.
En el
Risco de los Emburriaderos.
Los
montañeros inician el descenso por la pista de hormigón hasta el Collado de los
Emburriaderos. El sol calienta la tierra, algunos andarines han subido hasta
estas rocas en que culmina la Cuerda de Las Cabrillas. El sendero se torna,
otra vez, más cómodo y sencillo. Como una llamada a la atención continua habla
ahora la naturaleza, en mi torpeza me doy un golpe innecesario, un aterrizaje
de ceja, aflora la sangre en lo que no es sino una caricia de la tierra.
Estamos de nuevo en el pinar descendiendo hacia la Fuente de Mingo, donde
cerramos el círculo de esta jornada de sol y fortaleza.
Llegar
hasta el coche es un continuo saludo de agua y rostros, de bosque y corazones.
Javier
Agra.
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